El jueves por la tarde, después de la siesta, abrigué a mi hija y me la llevé a pasear aprovechando un sol que se colaba por las calles.
A la luz del día todo parecía distinto, era como si en la noche la ciudad volviera al pasado.
Llegué a casa para comenzar con la rutina de siempre. Pablo seguía allí, sentado en el sofá, sin saber que su mujer, seguramente en ese mismo momento, podía estar pensando en otra persona.
Después de cenar y acostar a mi hija, como ya iba siendo habitual, nos quedamos mi tía y yo en el sofá viendo un poco la tele mientras nos tomábamos el té.
Aquel día apenas hablamos, pero nos sentíamos bien así, una al lado de la otra, ambas con nuestros propios secretos.
Al cabo de un rato, cogí las dos tazas, ya vacías, las dejé en la cocina y me puse la chaqueta.
Le di a mi tía un beso, que le supo a gloria, y salí de nuevo a la ciudad.
Me dirigí hacia aquel mismo lugar a hacer lo que el día anterior no pude: acariciar aquella marca de la que aún no sabía prácticamente nada.
Llegué directa a los cobertizos, y es que poco a poco me iba conociendo la ciudad. Atravesé el precioso túnel y… y lo vi allí de nuevo. En el mismo lugar, agachado, tocando el muro con sus manos. Me dio rabia.
Pero ese día hubo una diferencia: en el mismo instante en que aparecí por la calle, aquella sombra se levantó. Era como, si de alguna manera, me estuviera esperando para iniciar una nueva partida.
Y la acepté.
Se puso a andar e hizo, más o menos, la misma ruta del día anterior, y yo tras él. Hombre de Palo, Alcázar, atajo hacia esas escaleras, laberinto de calles…, y allí cambió todo.
Como si ya se hubiera cansado de jugar conmigo, se fue directo a una casa, abrió la puerta y entró.
Y yo me quedé en el extremo de la calle sin saber qué hacer: si volver a casa o aceptar la invitación.
Al instante, la sombra volvió a salir otra vez, dejando la puerta abierta…
Esperé a que se alejara y, cuando lo vi desaparecer por la esquina, me acerqué a una puerta en la que descubrí una gran marca roja pintada en la parte derecha del muro que la rodeaba.
La empujé levemente.
Tuve la tentación de entrar, pero oí un ruido y me asusté, y hui.
Al menos ahora ya sabía dónde encontrarlo.
* * *