Y mientras Alicia se sienta de nuevo junto a Marcos, a unas cuatro mesas de distancia, en un pequeño reservado del restaurante, se reúnen dos personas: un concejal y un artista de una ciudad de la otra punta del país. Hablan de la vida, del arte y de política, pero, sobre todo, hablan de negocios.

Uno quiere dar a conocer su obra al precio que sea, el otro quiere un porcentaje de ese precio.

—Bueno, ¿entonces de acuerdo?

—Por mí, si tú dices que es tan fácil…

—Claro, por los concursos no te preocupes. Ahora mismo se van a hacer tres rotondas nuevas y hay que decorarlas de algún modo, y qué mejor forma que con tus esculturas, así te vas dando a conocer. Tú te presentas al concurso e inflas un poco el precio, quien dice un poco dice un cincuenta por ciento, por ejemplo. Y después, ya me pasas ese porcentaje a mí de alguna forma. Y los dos ganamos.

—¿Y los otros candidatos que se presenten al concurso?

—¿Los otros? —El concejal se echa a reír—. Si por cada vez que se amaña un concurso en un ayuntamiento nos dieran cien euros, muchos ya no estaríamos trabajando.

Y brindan.

En ese mismo instante, a varios restaurantes de distancia, tres parejas de amigos han quedado a cenar, hace ya muchas semanas que no se ven y hay alguien que quiere dar una buena noticia.

—¡¿En serio?!

—Síííí. —Y todos se levantan para felicitar a los futuros padres.

—Hace unos días que lo supimos, aún es muy pronto, pero oye, teníamos tanta ilusión…

—Pues claro, ya verás como todo va bien.

La conversación en la cena pasa del tema de los niños al fútbol, de ahí a la política, a la crisis, de nuevo al fútbol, a alguna noticia reciente y otra vez a la corrupción política. Todos comentan la cantidad de noticias que aparecen en la televisión, se indignan porque nadie va a la cárcel y ni siquiera devuelven el dinero.

Eso es lo que dicen, pero también callan cosas. Una de las chicas, por ejemplo, esconde que se va a presentar a una oposición que ya tiene aprobada. Otra, la futura mamá, oculta que va a saltarse muchas listas de espera, que le harán más pruebas de las habituales y que tendrá una habitación con una cama individual en un hospital público porque la jefa de la planta es amiga de su madre. Y uno de los chicos, el que más ha criticado la corrupción política, no dice que su pequeña empresa ha regalado un caro portátil a un funcionario para poder conseguir un contrato.

—Marcos, ¿sabes que he encontrado a la niña?

—¿A la del callejón?

—Sí, se llama Marta, va a mi instituto y siguen acosándola. Se siguen metiendo con ella…

—Uff, parece mentira, pero es un tema muy complicado. En muchos institutos nadie quiere tomar parte, el director se lava las manos, los profesores se lavan las manos… y, al final, dicen que no ocurre nada, que son cosas de críos. Críos que al final mueren, ¿sabes?

—Pero ¿qué puedo hacer? ¿Hablar con los padres?

—¿Con los padres? —Se echó a reír—. Bueno… puedes intentarlo…

—Pues no sé, pero algo tengo que hacer.

—Bueno, déjame que lo mire y te digo algo.

Y así, entre conversaciones, podría decir que acabamos de cenar, aunque en realidad sólo probamos algo de comida. Salimos, me abrigué entre sus brazos y fuimos hacia el coche.

—¿Me acompañas? —me susurró al oído.

—¿Adónde?

—Adonde quieras.

Sabía que me estaba enamorando de nuevo. Aquello sólo me había ocurrido en dos ocasiones en mi vida: a los trece y, la definitiva, a los diecisiete; y ahora, otra vez, pero de una forma menos correcta.

Aquella noche se nos hizo larga, mucho más larga que cualquiera de las noches que había vivido en los últimos años… y al mismo tiempo fue muy corta. Me sorprendí a mí misma, pues todo el desinterés que tenía con mi marido se convertía en pasión cuando estaba junto a él. Ahí descubrí que no hay nada comparable a hacerlo todo como la primera vez.

* * *