En ese mismo instante, mientras Marcos habla de fantasmas del pasado con Alicia, una sombra se arrastra bajo un largo cobertizo en dirección a la misma plaza que ellos acaban de dejar.
Se acerca justo al mismo lugar en el que ambos estuvieron sentados y se dedica a observar esos corazones en forma de reloj. Los acaricia suavemente con unas manos que parecen tener un siglo en cada dedo. Separa despacio su tacto de la piedra para acariciar también la inscripción que lleva grabada en una pulsera.
Y a la velocidad del viento que no sopla se sienta junto a los corazones. Allí permanecerá unos minutos o quizás toda la noche. Eso no le importa, pues justamente es tiempo lo que le sobra.
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