Me costó decírselo porque, en cierta forma, ella era para mí —y para casi todos los amigos del grupo— un espejo en el que mirarme. Podría decir que su vida había sido prácticamente perfecta. Un marido guapo, dos niños preciosos, una casa de dos plantas y jardín, su propia empresa… Siempre les había visto como la familia idílica, esa familia que uno pondría de ejemplo al pensar en que las cosas pueden salir bien.

De alguna forma, me daba vergüenza comentar mi derrota, asumir que lo nuestro quizás no funcionaba tan bien como pensábamos, tan bien como se veía desde fuera.

Terminé de hablar, nos miramos y nos abrazamos.

—No sé qué hacer, no me gustaría perder todo lo que tengo, no me gustaría tirarlo todo por un simple capricho.

—Te entiendo, te entiendo perfectamente. Pero bueno, tampoco es tan complicado, en realidad es muy simple —me sorprendió.

—¿Simple?

—Sí, no digas nada y ya está.

—¿Y ya está? —contesté, extrañada.

—Sí, no es tan complicado. Has tenido un desliz, bueno, ¿y qué?, nadie es perfecto. ¿Te compensa decirlo y perder todo lo que tienes en casa? No, ¿verdad? Pues ya está.

—No es tan fácil. Entre nosotros siempre ha habido una confianza total, siempre nos lo hemos dicho todo, y ahora…

—¿Y ahora qué? Las cosas cambian, las personas cambian, hasta las piedras cambian con el tiempo, tú no eres la misma de hace quince años, cuando os conocisteis… ¿Cuando estabas con ese policía pensabas en hacerle daño a tu marido? ¿A que no? Simplemente estabas viviendo unos sentimientos.

—Pero es que tengo que decírselo, es injusto que viva engañado, es que no sé si cuando vuelva a Toledo… —Y comencé a llorar de nuevo.

—Vamos, vamos, que no es para tanto. Te entiendo, pero créeme, no es para tanto.

—¿Me entiendes? Tú, que tienes una familia perfecta, que sólo os falta salir en las páginas de alguna de esas revistas del corazón… Sabes que siempre os he tenido envidia.

—Bueno, todos tenemos nuestras cosas. —Y me volvió a poner otra tira de cera—. Una, dos… —Y tiró, y grité.

—Sí, cositas, pero esto, esto no es una cosita.

Cargó de nuevo la espátula y me puso la cera sobre el muslo.

—Una, dos… —Y tiró—. Y ahora date la vuelta.

Poco a poco me giré y puse mi cabeza en un pequeño agujero de la camilla, a la espera del próximo tirón.

—Bueno, pues ya que estamos de confesiones, voy a hacerte yo una —me dijo, separándose mientras me ponía una capa de cera sobre la pantorrilla—. Hace ya unas semanas que viene aquí uno de esos chicos jóvenes con bíceps de hierro y tableta de chocolate, carne de gimnasio, nada más. Un chaval que dudo haya cumplido los veinte años. Un chico de esos de portada de revista, ya me entiendes. Viene para que le depile el pecho y las piernas, y vaya pecho, y vaya piernas, y vaya todo… —Ambas reímos—. ¡Una, dos y tres!

—¡Ay!

—Bueno, el caso es que poco a poco hemos ido tonteando, él me incita y yo me dejo, o al revés. Aún no entiendo qué ve en mí, porque le saco más de quince años, pero dice que se siente muy bien conmigo… y la verdad, yo con él. —Extendió la cera sobre la otra pantorrilla—. El caso es que el último día el juego llegó un poco más lejos y cuando acabé de depilarle las piernas fui viendo cómo la cosa se le iba poniendo dura… estaba en calzoncillos.

—¿Y?

—¿Y? Pues que una no es de piedra y me quedé mirando sin saber qué decir, sin saber qué hacer. Me quedé durante unos instantes quieta y…

—¿Y? ¿Y?

—Y él con su mirada me lo dijo todo, me dio permiso y toqué, y vaya si toqué. Le metí la mano, le bajé el calzoncillo y comencé a… Vamos que casi le hago aquí mismo una…

Me intenté levantar de la camilla y con sus manos me empujó de nuevo hacia abajo.

—El caso es que había más clientes fuera esperando. No sé qué me paso, de momento me olvidé de todo, de la gente, de mi familia…, pero lo que más me sorprendió es que no me sentí mal mientras lo hacía, no sentí remordimientos, no lo entiendo.

—Vaya.

—Sí, pero eso no es todo.

—¡Ay! —Esta vez no avisó.

—Me ha propuesto quedar un día y llegar un poco más lejos, ya me entiendes.

—¿Aquí?

—Claro, aquí, qué mejor sitio. Es sencillo, con ponerle la cita a última hora, cuando ya no haya nadie…

—Vaya, ¿y qué vas a hacer?

—Bufff, y yo qué sé. Una, dos y…

—¡Ay!

—No te quejes tanto, espérate a que vaya a esa zona nueva que me has pedido y verás lo que es el dolor. Evidentemente, le dije que no, pero el problema es que me lo sigo pensando… Qué quieres que te diga. Llevo toda la vida haciendo el amor con mi marido, y está muy bien y todo eso, pero al final es siempre tan igual… además, nunca he probado nada distinto. No sé cómo sería hacerlo con otra persona, y sinceramente, me gustaría despejar esa duda antes de irme a la tumba.

—Pero tu marido, ya quisieran muchas…

—Sí, ya sé, mi marido está muy bien, ya lo sé, es muy guapo, simpático y además buena persona, un diez, pero…

—Pero hasta uno se cansa de comer siempre el mismo pastel, ¿verdad?

—Exacto. Y de repente se me pone un chico así, con un cuerpo perfecto… Si lo vieras. —Y sin mirarla, noté que se mordía el labio—. ¿Cuántas ocasiones más como esta tendré en la vida?

—Pero…

—La mayoría de mis amigas se conforma leyendo libros de esos que están ahora de moda, porno para mamás, les llaman. En realidad, se imaginan todo lo que pone pero sin hacerlo, creo que es lo mismo, ellas lo desean igual que yo, la única diferencia es que a mí se me ha puesto la oportunidad delante.

—Uff, ¿y tu marido, y tus hijos…?

—Mi marido, sí mi marido, y mis dos hijos, y mis padres, y toda esta gente del pueblo que sólo espera carnaza… Verás, a mi marido lo quiero con locura, daría todo por él, te lo juro, lo quiero con todo mi corazón, pero esto, esto es distinto, sólo sería sexo, nada más. Es como cuando él se va en bici con sus amigos o amigas. A mí no me gusta la bici y él se va con otros, eso no significa que no me quiera, simplemente que no compartimos la misma actividad.

—Vaya, qué comparación —le dije.

—Si total, sería media hora, una hora como mucho, y ya está, nada más. Sólo es probar, es como si me tomase un café.

—Bueno, lo mismo que tomarse un café…

—Sí, ya, ya…

—¿Y qué vas a hacer?

—Pues no lo sé. Lo he pensado y sería fácil, nadie se tiene por qué enterar.

—Excepto tú.

—Excepto yo. Bufff, déjalo, no te he dicho nada, si al final no lo voy a hacer, pero es que sólo de pensarlo… Prepárate que ahora voy hacia tu secreto. Y eso duele de verdad.

* * *