A esa misma hora, a trescientos kilómetros de distancia, una niña está tumbada en la cama, boca arriba, mirando el alrededor de una habitación que conoce de memoria, pensando en cómo su mundo ha cambiado de la noche a la mañana.

Sin saber muy bien cómo, sin saber muy bien a través de qué madriguera entró, se ha encontrado en un mundo sin reglas, un mundo en el que se siente perdida porque no sabe cómo actuar.

Un mundo en el que sus personajes no paran de meterse con ella, cada día un poco más, un poco más… Al principio, no eran más que miradas, después, algún que otro insulto o tirón de pelo, pero últimamente las agresiones van aumentando en intensidad. Esa misma mañana la han empujado tan fuerte que se ha caído al suelo, y allí, desde la altura del sinsentido, se han reído de ella.

Hoy ha descubierto que lo que más le duele no son las amenazas ni las agresiones, pues eso pasa con el tiempo; lo que más le duele es la vergüenza que sufre al sentirse observada por todos sus compañeros y, sobre todo, la vergüenza que pasa al ver cómo sus amigas desvían la mirada… Y por si esto no fuera suficiente, sabe que hay un vídeo que ha estado circulando por el instituto en el que además de un puñetazo, también se ve una mancha de orina en mitad de sus pantalones.

Esta tarde ni siquiera ha ido a inglés. Les ha dicho a sus padres que no se encontraba bien, que le dolía el estómago. Pero la realidad es otra, la realidad es que su ilusión por vivir se está agotando, se vacía como lo hace un vaso de agua bajo un sol que lo castiga.

Mira ahora, tumbada boca arriba, todos esos pósteres que tiene repartidos por las paredes de su habitación: imágenes donde jóvenes enseñan unas abdominales imposibles, unas bocas que dan ganas de besar y una alegría que ella envidia en ese momento.

Sigue recorriendo con su mirada cada rincón de su pequeño refugio: esa lámpara tan especial que le regalaron sus padres hace dos años; la estantería repleta de libros y peluches que ya no utiliza; las miles de fotos que cubren el inmenso corcho de la pared; ese espejo frente al que tantas y tantas veces se ha vestido y desvestido soñando con ser modelo; el bote de bolis de colores sobre el escritorio, incluyendo ese que tanto le gusta, el verde; un mapa señalando todos aquellos lugares que sueña con visitar junto a sus amigas… «¿Volveré a ser feliz algún día?», se pregunta.

Se da la vuelta, se limpia los ojos con la manga del pijama y coge el libro que tiene ahora mismo en la mesita: No sonrías que me enamoro, de Blue Jeans. Y sonríe a medio gas, sonríe porque a pesar de todo ella también se ha enamorado.

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