A esa misma hora, mientras dos desconocidos continúan conociéndose en un restaurante, una sombra se pasea por las calles de la ciudad recorriendo unas marcas que conoce de memoria, todas menos una. Se mueve sin saber si hace poco que ha anochecido o está a punto de amanecer.
Se para frente a una puerta y la observa sin mover los ojos, sin mover el cuerpo y, podríamos decir, que hay momentos en los que ni la sangre se le mueve. Puede mantenerse así —simplemente contemplando— durante varios minutos, a veces incluso durante varias horas, sin más adversario que sus propios recuerdos.
Silencio.
Se mueve de nuevo.
Arrastra sus pasos en un caminar tranquilo porque sabe que justamente él tiene todo el tiempo del mundo. Observa con calma cada trozo de una ciudad que de tanto conocerla, a veces le parece anónima. Observa sus muros, sus casas, cada parte de su suelo… con la ilusión de, por fin, algún día, alguna noche, encontrar esa última marca que parece estar jugando con su vida.
«Bajo el símbolo del agua encerrada», es la frase que lleva en su memoria. Sabe que es una pista sencilla, tal vez demasiado. En realidad, es una pista que no deja lugar a dudas. Pero en este caso, el problema no es descifrarla, el problema es que hay demasiadas opciones.
Se detiene frente a otra puerta.
Tras más de veinte minutos observándola, respira hondo y se aleja de allí en dirección a las afueras, con la esperanza de encontrar ese símbolo que lleva buscando ya tanto tiempo.
* * *