Su primera intención ha sido correr, huir lo más rápido posible para dejar atrás el miedo, pero al instante piensa que es ridículo. Está demasiado lejos de casa y, además, no es un viernes por la noche, hay mucha gente en la calle.
Respira hondo y se gira.
Y se queda de piedra.
—Hola —escucha, y deja de oír.
Esta vez comienza a dolerle el estómago, pero de una forma totalmente distinta: apenas tiene espacio para todas las mariposas que, al mismo tiempo, echan a volar en su interior.
—Hola —responde, sin saber de dónde ha sacado la fuerza para mover sus labios.
Ambas miradas se unen durante dos eternidades.
—Marta… verás…, es que quería preguntarte… si te apetecería quedar algún día de estos conmigo.
—Bueno, es que… —Y ahí comienza la batalla entre el deseo y la prudencia; entre el placer y el peligro; entre él y la chica con ganas de tener una excusa para volver a pegarle—. Es que… esta semana voy a estar muy liada con unos exámenes de inglés —le contesta mientras sus dientes están a punto de arrancarle su propia lengua.
—Ah, vale, bueno… —se queda avergonzado ante la negativa—, pues nada, no te preocupes, ya me avisas si te apetece quedar otro día.
—Lo siento. —Y en verdad lo siente.
—No pasa nada. Otra vez será. —Y se marcha. Se da la vuelta y comienza a andar sin mirar atrás.
—Sí, otra vez será… —se contesta a sí misma, pensando que, quizás, no haya más oportunidades.
* * *