Una avalancha de gritos indica el final de las clases por ese día. Y entre el amontonamiento de vidas, una que, tras lo ocurrido en el recreo, comienza a perder la ilusión por usarla.
Esa misma mañana ha salido al patio al abrigo de sus amigas de siempre —las mismas que irá perdiendo, como perlas de un collar roto, a lo largo de los siguientes días—, pero con un ánimo diferente.
Se ha sentido segura por fuera pero totalmente indefensa por dentro, sobre todo cuando ha comenzado a buscar —y finalmente ha encontrado— con la mirada un móvil que iba pasando de mano en mano, de sonrisa en sonrisa… Unas sonrisas que han roto una autoestima que hasta ese momento parecía no tener grietas.
Finalmente ha optado por dejar de mirar, creyendo que eso lo haría más fácil, pero la sensación de miedo ya se había enquistado en su interior, como lo hace un parásito en su víctima, como lo hace un mal recuerdo ante una advertencia.
Sale del instituto intentando mantenerse acompañada en todo momento. Se queda, como tantos y tantos días, unos minutos en la puerta, hablando con sus amigas, aunque con una pequeña diferencia: esta vez su cuerpo está allí, pero sus sentidos no, estos se dedican a detectar a su agresora. Lo que más teme es el momento en que, al regresar, tenga que quedarse a solas.
—¿Vas ya hacia casa? —le pregunta a una de sus mejores amigas.
—Sí, claro, como siempre, ¿adónde voy a ir si no? —le contesta extrañada.
—Claro, claro —responde, ausente.
—Oye, Marta, estás un poco rara, ¿no?
—No, nada, es que hoy no me encuentro muy bien.
—¿Qué te pasa?
—No, nada, el estómago…
—¿El estómago? A ver si es que estás enamorada… —le dice sonriendo—, que me han contado por ahí que alguien habló el otro día contigo, un chico bastante guapo. —Y le pega un codazo.
—No, no, qué va, no es nada —contesta avergonzada.
—Bueno, bueno, ya nos contarás. —Y así llegan hasta la esquina donde cada día se despiden, donde cada día se separan sus caminos de vuelta.
—Nos vemos mañana.
—Hasta mañana…
Marta se queda allí, a solas.
Su amiga se aleja como ese salvavidas que se lleva la marea, como ese globo que se escapa de las manos de un niño, como esas llaves que se caen en el hueco del ascensor… Se da cuenta de que, a pesar de estar vestida, se siente totalmente desnuda. Tiene miedo, mucho. Nota que le tiemblan hasta los pensamientos.
Acelera el paso sin mirar atrás.
Intenta ir cada vez más rápido con la intención de dejar de sentir en su nuca el aliento de lo desconocido.
Se para ante un cruce, nerviosa, moviendo las piernas y agarrando fuertemente con ambas manos su cartera, deseando que algún coche pare y le dé paso.
Y para.
Y se dispone a cruzar la calle cuando una mano le sujeta el hombro.
* * *