—No sé qué significa esto. —Aunque el temblor de sus manos expresa todo lo contrario.

—Claro que lo sabes, pero, bueno, por si acaso tienes tantas cosas en la cabeza que se te ha olvidado, no te preocupes, te lo explico —le dice mientras va señalando protagonistas en las fotos—. Mira, estos que ves aquí son varios de los funcionarios del ayuntamiento que llevan más de dos meses trabajando en tu nueva casa. —Hace una pausa para disfrutar del momento—. Quizás, y claro, sólo es una suposición mía, esa sea la razón por la que aún hay algún colegio que otro que mantiene sus goteras; o quizás por eso el hogar del jubilado aún no tiene arreglado el muro que cayó por las lluvias, o puede que esto explique esas obras internas del polideportivo que tardan tanto.

El silencio cada vez es más intenso, un silencio que parece tragarse cualquier respuesta.

—¿Y sabes qué? He estado a punto de pasarme por allí y contarlo todo, pero me he dicho ¡qué demonios!, todos nos merecemos una oportunidad, por eso he venido primero a decírtelo a ti, a ver qué podemos hacer.

—¿Qué podemos hacer…? —dice tartamudeando, dándose por vencido, recordando su anterior trabajo en la oficina, donde simplemente iba, trabajaba y regresaba a casa. Él no está hecho para estas cosas, sólo había aceptado lo que le habían dicho que era una práctica habitual en el mundillo de la política, hasta los de la oposición lo sabían y nadie iba a decir nada.

—Además, es que sois jodidamente listos —continúa el policía—, para lo que queréis, claro. Me he estado informando y todos los que te están haciendo la casa son interinos. ¡Qué cabrón estás hecho! Así, si alguien se va de la lengua, en la siguiente convocatoria ya saben que se van a quedar fuera, aunque hagan el mejor examen del mundo. Ya os encargaréis vosotros. Los tenéis pillados por los cojones, ¿eh? Y a ellos, mientras tengan trabajo y les llegue la nómina a fin de mes, ¿qué más les da trabajar en el ayuntamiento, en tu casa o en las pirámides de Egipto?

—¿Qué quieres? —dice, sabiendo que va a ceder en lo que le pida porque en realidad nunca ha sido un luchador.

—Ya te lo he dicho: una parte del botín. Este mes ando escaso de efectivo y como a ti te está saliendo la casa tan barata, pues no sé, lo mejor es salir ganando los dos. Si lo piensas, soy como Robin Hood, la única diferencia es que robo a los ricos para quedármelo yo.

—¿Cuánto? —pregunta, intentando aparentar fuerza con las palabras, aunque los gestos le traicionan y transmiten lo contrario.

—Dentro del sobre hay un papel con una cifra y un lugar donde dejar el donativo. Observarás que no es nada exagerado, nada más lejos de mi intención. Además, mejor que tengas tú las fotos que la prensa. Se las daría a la oposición, pero, créeme, la mayoría ha hecho peores cosas que tú, aunque algunos han sabido ocultarlo mejor. Al final, sois todos tan iguales… —Coge el tenedor, pincha un trozo de carne y se lo mete en la boca—. En realidad, lo tuyo no es nada extraordinario, es tan cotidiano… Concejales que se aprovechan de las brigadas municipales para hacerse arreglillos gratis en casa, que se aprovechan de las brigadas de jardineros para mejorar sus plantas, concejales que manipulan las contrataciones para que se las quede la empresa que más dinero les dé bajo mano. Pero, claro, eso tiene unas consecuencias, la más grave es que esas empresas tienen que incrementar los importes de sus servicios para incluir vuestros sobornos. Aunque tampoco es tanto problema, ¿verdad? Con subir los impuestos al año siguiente, todo arreglado. Lo extraño es que, tal y como están las cosas, la gente no haya cogido ya antorchas y haya asaltado los ayuntamientos para colgaros en la plaza pública —responde con la misma rabia con la que mastica la comida—. Eso sí, de una cosa te aviso —le dice, apuntándole con el tenedor—: Un día u otro esto va a saltar por los aires, y será antes de lo que imagináis. El día menos pensado la gente se levantará y rodará alguna cabeza. Y ese día, el día en que los ciudadanos se carguen a algún político, será el día en que os pondréis las pilas. Hasta ahora os estáis riendo de todos y más o menos os ha salido bien porque nos tenéis a nosotros, a la policía que os protege. Pero ¿y cuando ese cordón se rompa? El día que nosotros no estemos… ese día estaréis jodidos.

En ese momento, uno de los dos abandona el restaurante con un sobre en la mano, el miedo en el cuerpo y quizás la conciencia un poco arañada. El otro se queda con una sonrisa, sabiendo que ha jugado con su contrincante de la misma forma que ahora lo hace su lengua con un pequeño trozo de carne que se le ha quedado entre los dientes. Lo atrapa, lo mastica fuertemente y se lo traga.

Pide un coñac de muchos euros que ya está pagado.

* * *