Abrí los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, me desperté mojada. En un principio pensé que, al igual que la niña del callejón del pasado viernes, me había meado encima, pero no, aquello era distinto. Sonreí.

Hacía tanto, tanto tiempo que no ocurría. Me di cuenta de que tenía a mi hija allí, durmiendo a mi lado, y sentí vergüenza.

Recordaba vagamente haberme despertado varias veces durante la noche; recordaba haber soñado con una niña que huía montada sobre un grito de miedo, un grito que recorría las calles y de alguna forma llegaba hasta mí; recordaba haber soñado con un grupo de lobos que se la llevaban y la arrojaban a un abismo; el mismo al que yo me asomaba para descubrir un coche, un coche de policía en cuyo interior había alguien que no llevaba uniforme, alguien que no llevaba nada.

Oí ruido en la cocina y, avergonzada, me fui directa a la ducha.

* * *