La noche de un viernes va desapareciendo a través de la madrugada mientras una pareja acaba de saber que, tras muchos meses de espera, por fin serán padres; ella, con el Predictor aún en la mano, sale del baño entre lágrimas de alegría y los dos se abrazan mientras sus cuerpos tiemblan.

En la casa de al lado, pared con pared, un marido, avergonzado, espera a que toda la familia esté durmiendo para acercarse al ordenador y comenzar a masturbarse; su mujer hace tiempo que no tiene ganas de nada y él prefiere internet a estar cada noche acumulando rechazos. Existe otra opción, más física, más clandestina, pero de momento aún no la contempla.

En el edificio de enfrente, en un tercero, la luz de una habitación se enciende cada pocos minutos. Unos padres deambulan inquietos porque no saben qué hacer para paliar la tos que su bebé tiene desde hace horas. Le acaban de dar el jarabe, y aun así, hay momentos en los que parece que se le va la vida en un ahogo. Lo abrazan sin saber si ir al hospital o esperar un poco más.

En el piso de arriba, ya en la cama y con la luz apagada, una mujer revisa los mensajes del móvil mientras su marido duerme; el último es de su compañero de trabajo: «El lunes te follo otra vez en el baño;)». Sonríe y lo borra.

En la misma calle, a diez portales de distancia, dos ancianos se duermen cogidos de la mano: ella en su mecedora y él, al lado, en el sofá; ambos saben que les queda poco tiempo y que cuando uno muera, para el otro habrá acabado la vida. En la casa de al lado, un adolescente levita en su cama: el miércoles la conoció, se dieron dos besos y al acariciar aquellas mejillas notó cómo ella también se separaba del suelo. Rubia, con los ojos azul cielo y una sonrisa capaz de dejarte indefenso. Le dijeron que se llamaba Marta, y esas letras se le han quedado grabadas en el corazón. En el mismo edificio, dos pisos más arriba, una niña acaba de esconderse bajo las sábanas porque tiene miedo a los monstruos, sobre todo al que está ahora mismo en el salón gritándole a su madre.

A dos calles de distancia, en un ático, una pareja acaba dormida en una bañera, entre espuma, velas y olor a canela; saben que no es el agua lo que los hace flotar. A la izquierda, en la pared contigua, una chica recién entrada en la mayoría de edad ha recibido, esa misma tarde, la noticia de que ha aprobado el carné de conducir. Se duerme mientras se imagina llevando a sus amigos por carreteras infinitas, hacia aventuras que escribirá con fotos en decorados álbumes de papel. Dos pisos más abajo, una niña ya casi adolescente se duerme junto a un papel que ha encontrado por sorpresa en su cartera. Lo lee de nuevo y sonríe: «¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas? Poesía… Eres tú».

A tres calles de allí, un niño sueña que será actor porque esa misma tarde le han hecho unas fotos desnudo en el vestuario de la piscina; le han pagado diez euros, pero con la condición de guardar el secreto. Dos pisos más abajo, un hombre cercano a los sesenta años, sin hijos y viudo hace apenas unos meses, cuenta los días para que amanezca y la policía se presente en su casa para desahuciarlo, como si fuera un vulgar delincuente. Coge una vieja escopeta que guarda bajo el sofá e introduce dos cartuchos.

A unos trescientos kilómetros, en un pequeño pueblo, un hombre hace dos horas que ha llegado de trabajar. Lo primero que ha hecho nada más entrar, aprovechando la inusual tranquilidad de la casa, ha sido prepararse un baño. Ha dejado el maletín en la entrada, la ropa encima de la cama y su cuerpo en la bañera. Lleva varios minutos completamente sumergido —a excepción de la nariz—, disfrutando de los sonidos que se escuchan bajo el agua: el tintineo de sus dedos contra la pared, el ruido de esas últimas gotas que siempre quedan en el grifo, sus propios pensamientos, las voces lejanas de algún vecino, la melodía de un móvil que suena en la noche, una melodía igual que la suya… ¡su móvil! Se levanta bruscamente, coge una toalla y se dirige descalzo hacia la mesa del comedor, dejando un reguero de agua por la casa.

Se había olvidado por completo.

* * *