Metí la llave sin ser consciente de que aquel encuentro iba a cambiar mi vida y, de alguna forma, la de los que estaban a mi alrededor.

Abrí la puerta y entré en silencio. La única luz venía de un televisor que hacía las veces de candela frente a una mujer que, una noche más, dormía sola en el sofá.

Me quité los zapatos y atravesé el pasillo hasta llegar a mi habitación.

Y allí, en la cama: ella. Me acerqué a su pequeño cuerpo para darle un beso que al final se convirtió en miles de contactos minúsculos contra su mejilla.

Me quité la ropa, me puse el pijama, me lavé la cara y aproveché el momento para llamar a mi marido.

* * *