Durante unos instantes que le parecen horas es incapaz de meter la llave en la cerradura. Es como si todo el viento del mundo balanceara en ese momento su mano, su cuerpo y su vida.

Está a punto de llamar al timbre y gritar que está asustada, que se siente sola, que se acaba de mear encima, que necesita el abrazo de alguien…, aunque sea el de sus padres. Que, en realidad, a pesar del maquillaje, de sus faldas y su altura, aún es una niña, sólo eso, todo eso: una niña.

Está a punto de gritar que hoy, como cuando era pequeña, necesita dormir con ellos, en su cama. Dormir y que la noche sea tan eterna como una estación por la que ya no pasan trenes. Necesita moverse en mitad de la madrugada y sentir la protección del tacto. Sentirse como cuando aún no era tan mayor. Ahora, después de tantos años queriendo ser adulta, desea ser un poco más niña.

Tras varios intentos consigue meter la llave. Empuja la puerta y, ya desde dentro, observa a través de unos pequeños centímetros cómo la mujer que acaba de ayudarle está hablando con un policía. Se mantiene ahí hasta que nota cómo sus miradas, sus palabras y sus gestos se dirigen hacia ella.

Cierra de golpe.

Se sienta en el primer escalón, apoya la espalda contra la pared ahogando el dolor que le roza varias partes de su cuerpo y se pregunta qué acaba de ocurrir.

Hasta ese momento su vida ha sido bastante fácil, nunca le ha sucedido nada parecido, alguna riña con otros compañeros, alguna discusión… pero nada más; en cambio, eso, lo que le acaba de pasar…

Oye unos pasos en el exterior y se levanta de golpe. Sube las escaleras.

De nuevo otra llave.

Abre la puerta y en silencio entra en casa.

Su madre está en la cocina.

Su padre está en el sofá.

Y ella desearía no estar en ningún sitio.

* * *