Marta se mantiene inmóvil mientras los tres cuerpos se aproximan. Sus miradas se dirigen hacia el suelo: el charco les comunica que acaba de darse por vencida.
Tres sombras que ni al acercarse dejan de serlo, la luz no es suficiente para descubrir sus rostros.
Durante unos instantes no hay palabras, los vahos de las respiraciones forman la melodía de una espera que se hace eterna.
La rodean y ella se deja hacer, se acaba de convertir en una marioneta de hilos prestados. La empujan contra la pared, le ponen una mano en la garganta y mientras una de las sombras enciende un móvil para grabar lo que vendrá a continuación, otra le quita la cartera para desparramar todo su interior por el suelo: dos libros de inglés, un pequeño estuche de maquillaje, varios bolis, unos tampones, la agenda escolar y toneladas de miedo.
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