Continuamos caminando hasta una plaza en la que se alzaba uno de esos edificios que, con tan sólo mirarlos, te permiten viajar en el tiempo.
—Bien, hemos llegado a la catedral de Santa María de Toledo. De momento, no les voy a decir nada más, simplemente quédense en silencio y disfruten de su belleza.
Entre la oscuridad de aquellas luces y una niebla que comenzaba a abrazarnos, mi imaginación me trasladó a un pasado repleto de romances y aventuras. Pensé en todo lo que habría vivido aquella ciudad, en las historias que permanecerían escondidas entre sus calles. No imaginaba que en unos días comenzaría a escribir —y sobre todo a ocultar— también la mía.
—Si se fijan en ella —rompió su voz el silencio—, hay algo que llama mucho la atención: en lugar de tener dos torres, como la mayoría de iglesias góticas, sólo tiene una. En realidad llegó a tener casi dos, pero finalmente se quedó así. Hay dos teorías sobre esto. La primera es que se gastaron todo el presupuesto en «otras cosas» y luego no hubo dinero para acabarla; les suena, ¿verdad? Y la otra opción es que los arquitectos dijeron que el suelo no aguantaría una segunda torre, algo también bastante creíble, pues, por si no lo sabían, Toledo está hueco por dentro.
»Pero si hay una historia curiosa relativa a esta catedral es la de su campana —continuó—. Esta catedral tiene la campana más grande de España y una de las más grandes del mundo; la llamamos, en un alarde de creatividad, la Campana Gorda. Fue fundida en 1755 y tiene más de dos metros de altura, más de nueve de circunferencia y pesa entre quince y diecisiete mil kilos, según a quien consulten. Sí, ya sé lo que se están preguntando ahora mismo. ¿Cómo diablos pudieron subirla hasta allá arriba? Pues pudieron, pero tuvieron que llamar a un buen número de marineros de Cartagena. No porque los toledanos no estemos fuertes, ¿eh?, sino porque ellos estaban acostumbrados a manejarse muy bien con poleas y grandes pesos. Se dice que estuvieron siete días para colocarla.
Todos nos quedamos boquiabiertos mirando la altura de la torre e imaginando las dimensiones de aquella campana.
—Nada más colocarla, ya supondrán ustedes la expectación que se creó entre la población. Pues bien, el 9 de diciembre de 1805, el día de Santa Leocadia, fue tocada por primera… y última vez. —Se escuchó una exclamación colectiva—. Cuenta la leyenda que, al dar el primer y único campanazo, se rompieron todos los cristales de Toledo, que el sonido que produjo llegó a oírse hasta en Madrid y que todas las parturientas que había en ese momento en la ciudad dieron a luz… Quizás esto último ya entre a formar parte de la leyenda, pero fue tal el golpe de la Campana Gorda que se rajó y desde entonces ya no se ha vuelto a utilizar. Era tan grande que aún se conservan coplas que dicen algo así como que «debajo de la campana gorda de la catedral caben siete sastres y un zapatero, también la campanera y el campanero…».
Todos aplaudimos ante la forma de recitar de aquel hombre.
—Bien, síganme —dijo sonriendo.
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