La trayectoria seguida por el coche de Brendan Sutherland el Pinchos se hizo menos imprevisible en cuanto entró por Union Grove. El Mercedes plateado ralentizó la marcha hasta situarse bastante por debajo del límite de velocidad, casi como si el conductor estuviera buscando algo. El agente Steve redujo también la velocidad, manteniendo constante la distancia entre ambos vehículos. Se oía sonar una sirena en algún punto indeterminado, por delante de ellos. Entonces percibieron el fulgor anaranjado en el cielo. Algo estaba ardiendo en llamas.
El Mercedes se detuvo en medio de la calle dando una sacudida, y apareció una figura tambaleante que se bajaba de la acera y se acercaba al coche encorvada y cojeando, con una bolsa de viaje fofa en las manos. Se subió al vehículo, hubo una breve pausa, y el Pinchos arrancó y se alejó.
—Mierda… —Logan se sacó el móvil y marcó el número de Jackie. Inquieto. La última vez que la había visto, estaba siguiendo al Cojo, y ahora ahí estaba él, con una pinta como si viniera de una pelea, y ni rastro de ella ni de Rennie—. Vamos, coge el maldito teléfono… —Al cabo de doce tonos, saltó el buzón de voz y él maldijo, colgó, y le dio al botón de rellamada.
Steve seguía todavía a la zaga del Pinchos, subiendo por Union Grove en dirección a la intersección con Holburn Street.
—¡Puta mierda!
Se quedó pasmado mirando a través del parabrisas: allá arriba salían llamas de la azotea de un bloque de pisos. Las chispas amarillo neón ascendían en espiral en medio de la noche, mientras una cortina de espesa humareda negra se extendía como un hematoma por el cielo. Los dos pisos superiores estaban en llamas. El Pinchos pasó junto al edificio con marcha tranquila.
Logan soltó una nueva imprecación cuando el mensaje grabado de Jackie le dijo que estaba con otras cosas demasiado importantes como para contestar en esos momentos, así que podía dejar un mensaje. Colgó. Volvió a marcar. Cogió el transmisor de radio del hombro del agente Steve, lo encendió y pidió que le pasaran con la agente Watson, pero le dijeron que tenía que esperar turno: ella misma había llamado desde el lugar de un incendio de consideración y había dejado de responder a las llamadas por radio. Logan gritó:
—¡Pare el coche! —y el agente Steve hundió el pie en el pedal del freno. Logan abrió la portezuela de golpe y salió disparado hacia el edificio en llamas, llamando a Jackie a pleno pulmón. Las sirenas se oían con más fuerza.
En torno a una figura tumbada en el suelo estaba congregándose un pequeño grupo de personas, una de las cuales le practicaba la reanimación cardiopulmonar, mientras otras lloraban y gimoteaban.
—¡¿Jackie?!
Una cara mugrienta y sucia de hollín le miró desde el suelo. Era el detective Rennie. Él era el que le hacía el boca a boca a la víctima, una mujer de mediana edad con una camiseta de la Universidad de Aberdeen que le venía grande y se le había subido hasta mostrar unas bragas grises y un estómago de textura de pudin.
—Allí —dijo señalando hacia alguien que estaba agachado enfrente del edificio, mientras caían del cielo ascuas encendidas como si fuera nieve incandescente.
—¿Jackie?
Estaba inclinada sobre el cuerpo inmóvil de un golden retriever tumbado de lado en medio de un charco de algo oscuro que le manaba lentamente de la cabeza. Le acariciaba con suavidad la piel. Cayó una chispa que fue a parar sobre el costado del perro y que produjo un acre olor a pelo quemado. Logan se agachó junto a ella y le tocó el brazo con suavidad.
—¿Jackie? ¿Estás bien?
Tenía la cara cubierta de suciedad, al igual que la camisa del uniforme, que fuera blanca. Sin mirarle, apartó la brizna encendida.
—Se movía cuando Rennie lo bajaba por la ventana —fue todo lo que dijo. A menos de un metro había un colchón doble tirado en el suelo, de aspecto bastante nuevo.
—Vamos —dijo mientras la ayudaba a ponerse de pie—. Aquí no estamos seguros.
Ella se volvió a mirar al perro mientras él la conducía hasta la acera, y solo volvió de golpe a la tierra cuando Alfa Tres Seis se detuvo con un chirrido de neumáticos delante de ella. Detrás venía un enorme camión de bomberos de color naranja neón, que empezó a vomitar personal y pertrechos sobre la calle, mientras se oía el escandaloso rebuzno de la bocina de un segundo camión.
—¡Ha escapado! —gritó Jackie por encima del estruendo—. El socio del Pinchos. ¡Lo había rociado todo de gasolina! —Pasó un bombero a toda prisa desenrollando tras él una porción de manguera—. ¡Ha escapado!
—Ya lo sé: se ha subido al coche del Pinchos. Íbamos siguiéndole y…
—¡No puedes dejar que escape! ¡Esos cabrones desaparecerán de aquí! —Lo agarró por el cuello de la chaqueta y lo arrastró hacia el rancio Fiat del agente Steve, dejando a Rennie que se las arreglara con el escenario del incendio—. ¡Tú! —gritó saltando junto a Steve mientras Logan se subía al asiento de atrás—. ¡Arranca!
Steve pisó a fondo y el coche salió disparado hasta el final de la calle, pasando junto a una ambulancia que iba igual de deprisa en sentido contrario.
—¿Derecha o izquierda? —Logan no tenía ni idea, y así lo dijo—. Vale —dijo Steve, entrecerrando los ojos y concentrándose—. Derecha…
Se precipitó hacia el siguiente cruce, con una parrilla pintada en el pavimento, y bajó por Holburn Street. Un par de luces rojas traseras brillaban a lo lejos; no había señal de ningún otro vehículo. Steve volvió a pisar el acelerador a fondo. El Mercedes estaba casi ya en la rotonda de Garthdee, a unos sensatos cincuenta por hora, cuando llegaron a su altura. Steve invadió el carril de sentido contrario para adelantarlo, con el motor del viejo Fiat que sonaba como un secador del pelo enojado, y pisó de golpe el pedal del freno. El coche chirrió al girar dibujando una pirueta de atracción de feria y se detuvo derrapando, mientras el Mercedes frenaba en medio de un chillido de neumáticos e inclinaba el morro hasta el suelo, poniendo a prueba el ABS y dejando tras de sí dos estelas de goma quemada como dos líneas en código Morse. Jackie fue la primera en bajarse del coche, con Logan y Steve inmediatamente detrás. Se sacó la porra, que descargó contra el parabrisas como si fuera un bate de béisbol. El cristal se hizo añicos, con un dibujo de telaraña, pero sin llegar a caer. Ella echó el brazo hacia atrás para golpear de nuevo, cuando se abrió de golpe la puerta del acompañante y se bajó el Cojo de un salto. Llevaba algo en la mano… Logan tuvo tiempo de gritar:
—¡Va armado! —antes de que sonara una detonación seca y el agente Steve cayera desplomado como si lo hubiera aplastado un autobús, dejando escapar un grito.
Logan y Jackie se echaron al suelo. Un nuevo disparo hizo un agujero en el asfalto junto a la pierna de Logan, quien retrocedió a gatas hasta interponer el pequeño Fiat entre él y el hombre armado. Otro disparo penetró con un ruido metálico a través del capó, y un cuarto a través de la carrocería, entre los agudos gemidos del agente Steve. Los neumáticos chirriaron y el Mercedes dio marcha atrás, se detuvo y rugió al arrancar hacia delante entre una nube de humo gris, a punto de aplastar a Jackie al pasar. Una detonación final, que obligó a Logan a apartarse de en medio, y el coche se había ido. Las luces de frenada relucieron con intensidad antes de que derrapara al tomar la rotonda de Garthdee y de que las llantas de aleación traseras chocaran contra la valla con un estallido de chispas. La cola del Mercedes dio un bandazo al girar por el puente del Dee y se perdió en la noche a toda velocidad.
El agente Steve estaba tumbado de espaldas en mitad de la calle, blanco como el papel, con una gran mancha oscura que se le extendía por el costado derecho del pecho. Entre los labios se le formaban espumosas burbujas de sangre. Jackie corrió hacia él, examinó el agujero del pecho, maldijo en silencio y apretó con fuerza tratando de contener la hemorragia. Logan llamó pidiendo una ambulancia. Con un poco de suerte aún estaría vivo cuando llegara.
Jackie levantó la vista del pálido rostro de Steve.
—¿Qué leches está pasando?
Los gritos del agente habían remitido hasta convertirse en una sucesión de jadeos breves y entrecortados, cada uno de los cuales le provocaba una bocanada de sangre que escupía sobre la barbilla.
Logan se arrodilló junto a Jackie.
—¿Cómo está?
Ella se quedó mirándole, mientras la manga se le teñía de rojo oscuro.
—¿A ti qué te parece? —Steve soltó un prolongado gemido, y le cayó un borbotón de sangre a ambos lados de la cara. Ella trató de enjugarla lo que pudo, pero seguía manando—. Vamos, Steve, ¡ni se te ocurra morirte en mis brazos! Como me dejes aquí con ese capullo de Simon Rennie, ¡te mato!
—¿Has…? —Logan se interrumpió, antes de maldecir.
—¿Qué?
—Es lo que me había imaginado, todo esto que está pasando: una guerra por el territorio. Malk Navaja intenta conquistar Aberdeen. Envía al Pinchos por delante para que abra el mercado local. Averiguan que Karl Pearson es un traficante y torturan al pobre cabrón hasta que les dice quiénes son sus compinches. Entonces el Cojo los quema vivos. Lo mismo con la abuela de Kennedy. —Señaló hacia Holburn Street, donde el cielo resplandecía con un vivo fulgor naranja—. Primero intentan asustarla, pero como no da resultado, se convierte en la siguiente. Sabe Dios cómo encaja la segunda casa, puede que estuvieran también metidos en el negocio y por eso los quemaran como a los otros. El Pinchos y su secuaz han estado eliminando a la competencia.
Se sacó el móvil y llamó a Control para decirles que enviaran un par de coches patrulla de inmediato.
Jackie cambió el punto de apoyo en el pecho de Steve, que subía y bajaba bajo su mano, tratando de encontrar un asidero en la tela, enganchada al cuerpo por la sangre.
—¿Dónde está esa maldita ambulancia?
—Pronto estarán aquí. Todo irá bien —mintió Logan, intentando transmitir confianza. Todo aquel asunto era un completo desastre, de arriba abajo—. ¿Cómo está?
—Está de primera, ¿a que sí, Steve? —El tono jovial era tan forzado como la sonrisa. Steve no dejaba de estremecerse y sangrar.
El lastimero aullido de una ambulancia hizo que Logan girara la cabeza en redondo.
—¡Joder, ya era hora! —Le cogió a Steve una de las manos, empapada de sangre, fría y temblorosa—. Vamos, ya falta poco, estarás bien.
Pero los ojos de Steve no miraban a ningún punto en concreto, y su respiración se volvía cada vez más pesada y dificultosa. De la boca ya no le salía aquella espuma sanguinolenta, que se había quedado prendida entre los dedos de Jackie.