—¿Estás seguro de que deberíamos estar haciendo esto? —preguntó Jackie por millonésima vez en la última media hora.
Hacía frío en el incómodo coche, estacionado en un pequeño remanso de oscuridad entre dos farolas de una tranquila calle residencial. Una vez más Logan dijo que no, que no deberían, y siguió observando por el parabrisas la casa de Brendan Sutherland, el Pinchos. ¿Una operación de vigilancia no oficial en un coche sustraído del parque del Departamento de Investigación Criminal? Por supuesto que no deberían estar haciendo aquello. Más teniendo en cuenta que Jackie en teoría estaba todavía de servicio, al menos durante los siguientes treinta y dos minutos.
Llegó un leve gruñido del asiento trasero, donde el agente Rennie se incorporó sosteniéndose la cabeza con las manos.
—¿Cómo se encuentra? —le preguntó Logan, mirando el rostro verde del agente a través del espejo retrovisor.
—Como una asquerosidad… —Cerró un ojo y miró con el otro entornado hacia la casa que tenían enfrente—. ¿Dónde diablos se ha metido Steve?
Jackie se giró hacia atrás en su asiento.
—Dele tiempo, ¿vale? Por lo menos él no se ha ido por ahí a emborracharse.
—Joder, ¿y a ti quién te ha dejado el ano escocido?
Logan apretó los dientes.
—¿Queréis cerrar el pico los dos? —Frunció el ceño al mirar al retrovisor, y Rennie levantó las manos en señal de rendición.
Volvió a instalarse el silencio en el mugriento Vauxhall: Jackie enfurruñada, y Rennie rebuscando en el vertedero en que se había convertido el asiento de atrás, del que extrajo una de las revistas pornográficas del concejal Marshall. La hojeó a la tenue luz amarilla de una farola cercana, con una expresión divertida en el rostro.
Logan se volvió y se la arrancó de las manos, oyéndose a cambio de sus desvelos un:
—¡Eh, la estaba leyendo yo!
—¿De dónde diablos la ha sacado?
Rennie se encogió de hombros.
—Estaba aquí detrás, debajo de todas estas cajas vacías del Burger King y del Kentucky Fried Chicken. —Logan sacudió la cabeza y le devolvió la revista tirándosela. Qué tontería, ni siquiera era el mismo coche que habían utilizado en la operación de vigilancia. Cualquiera diría que la colección porno del concejal Marshall estaba pasando de mano en mano por toda la división de mando de Aberdeen: policías, tanto hombres como mujeres, desde Stonehaven hasta Fraserburgh, que husmeaban entre risitas bobaliconas una muestra de la obsesión anal de aquel tipo. Como para sentirse orgulloso.
—Comprenderás que tengo que ir a fichar la salida a las doce de la noche, ¿verdad? —dijo Jackie, echando por encima del hombro una mirada a la revista de Rennie.
—Hacemos una cosa: en cuanto llegue el agente Jacobs, tú y él os vais a comisaría, ficháis y volvéis aquí. ¿De acuerdo?
—¿Y qué harás si Sutherland sale de casa mientras estamos fuera?
—Seguirle.
Jackie resopló.
—No puedes seguirle, estás bebido. Y lo mismo el Capitán Cavernícola, aquí presente.
—Igual estamos de suerte y… oh, oh: tenemos compañía.
Hacia ellos se acercaban los faros de un vehículo, que se detuvo al otro lado de la calle. Tras unos segundos, las luces se apagaron. En casa del Pinchos no se produjo ninguna señal de movimiento. Del viejo y roñoso Fiat se apeó una figura familiar, la del agente Steve Jacobs, todavía de uniforme y con los brazos llenos de comida para llevar. Se subió a la parte de atrás, con Rennie.
—Buenas noches a todos —saludó con tonillo, al tiempo que abría la tapa de cartón de un cubo de pollo frito—. He traído aspirinas, una de estas cosas de tamaño familiar más baratas y… ¡eh, espera a tu turno! —Rennie había empezado ya a servirse—. ¿Ya ha hablado la inspectora con usted? —preguntó Steve, pasándole una bolsa de patatas a Logan—. Me había dicho que era urgente, algo sobre una conferencia de prensa.
—La hemos visto en el pub —dijo Rennie con la boca llena de pollo—. La muy granuja, qué morro, llevándose todo el mérito. —Logan se sonrojó en la oscuridad y mantuvo la boca cerrada.
Volvió a reinar el silencio en el coche mientras comían. El único ruido era el de masticar y el de sorber de una enorme botella de Pepsi que iba pasando de uno a otro. Fueron llenando el cubo con los envoltorios vacíos, las servilletas y los huesos de pollo, hasta que finalmente el agente Steve lo dejó en el espacio para los pies, junto a toda la demás basura.
—Y ahora ¿qué? —preguntó Rennie, engullendo un par de las aspirinas con un trago de Pepsi grasosa.
Jackie se miró el reloj.
—Ahora tenemos que ir a fichar la salida.
—Está arreglado —dijo Steve—, le he pedido al Gran Gary que nos fiche a los dos. Me ha costado tres barras Mars, pero ya estamos libres para toda la noche.
Pasaron el rato jugando a escupe o traga, aunque Logan se escabulló lo que pudo del juego, no podía evitar pensar en los dedos de Colin. Siguió una discusión filosófica de amplios vuelos sobre el tanga frente al calzoncillo o las bragas tradicionales, y tras ello, un extenso monólogo de Rennie sobre los malos de la serie EastEnders, pasado y presente. A todo esto Steve intervenía de vez en cuando proponiendo algún valioso tema de discusión como: ¿Quién ganaría en una pelea en el barro: Marge Simpson o Wilma Picapiedra?, que desencadenaba a su vez otra ronda a escupe o traga. Betty Mármol por lo visto sería de las que lo escupen. Pero al final se impusieron de nuevo el silencio y el aburrimiento.
La una y media, y el salón del Pinchos estaba sumido en la oscuridad. Logan se estiró, sentado en el asiento, y se notó que la espalda se le despertaba entre crujidos de huesos y con una punzada de queja por estar allí sentada durante las últimas dos horas y pico. Los efectos del alcohol se le habían pasado hacía rato, y le habían dejado dolor en la cabeza y acidez en el estómago. Del asiento de atrás le llegaban unos suaves ronquidos, pero en el de delante Jackie examinaba entornando los ojos la revista del concejal Marshall, inclinando y doblando la página para captar al máximo la débil y sulfúrea iluminación de la calle.
—¿Sabes qué te digo? —rompió Logan el silencio, en el momento en que parpadeaba una luz en el piso superior de la casa que estaban vigilando—. Que a lo mejor no ha sido muy buena idea…
Jackie levantó la vista de una fotografía que, por fuerza, tenía que estar trucada.
—Yo creía que tú habías dicho que era la única manera de conseguir algo con el Pinchos y su secuaz.
Logan se encogió de hombros, apoyando la cabeza contra la ventanilla empañada del acompañante.
—No sé. —Suspiro—. Para ser sincero, ya no sé nada de nada…
Respiró hondo y le contó lo que Isobel decía que le había pasado a Colin Miller. Y que todo había sido por su culpa.
—Oh, venga ya, ¡me estás tomando el pelo! —Lanzó una mirada al asiento de atrás, donde Rennie y Steve estaban acurrucados como un par de spaniels desgarbados, apaciblemente dormidos, y bajó el tono de voz hasta hacerla un susurro—. ¿Cómo va a ser culpa tuya? ¿Acaso le cortaste tú los dedos a Miller? No. —Le cogió la mano—. Eres un buen poli, Logan. Has atrapado a Dunbar, y a esa Pirie. Sin ti, esa vieja bruja de Steel la habría cagado como la caga siempre con todo. Lo que le ha pasado a Miller ha sido mala suerte. —Al ver que él no decía nada, le apretó la mano—. ¿Sabes una cosa? Que ya basta por hoy. Mañana vamos a hablar con Insch y montamos una operación de vigilancia. Puede que la maldita perra esa no quiera reconocer los méritos de los demás, pero Insch sí sabe hacerlo. Resuélvele el caso de Karl Pearson, y él te sacará del equipo de Steel. Así de fácil. —Hizo chasquear los dedos, y los ronquidos procedentes del asiento de atrás se interrumpieron de forma abrupta y ruidosa.
El agente Steve, con los ojos llorosos de sueño, asomó la cabeza entre los asientos delanteros y preguntó qué pasaba. Logan iba a decirle que se marchaban a casa, cuando se encendió la luz sobre la puerta de entrada de la casa del Pinchos y una oscura sombra salió a toda prisa en medio de la noche, con una bolsa de viaje en la mano.
—Atención —dijo Logan—, algo se mueve…
Entornó los ojos, escudriñando en la oscuridad y deseando haberle pedido a Steve que hubiera traído unos anteojos de visión nocturna. La sombra pasó bajo una farola: abrigo, tejanos y gorra de lana negros, el pelo negro y largo, y bigote. El socio del Pinchos, el Cojo, siguió caminando hasta el final de la calle, donde giró a la derecha hacia Countesswells Avenue.
—¡Muy bien! —Jackie parecía entusiasmada ante la perspectiva de un poco de acción, para variar—. ¡Abróchense los cinturones!
Logan la contuvo antes de que ella tuviera tiempo de darle al contacto.
—No podemos. ¿Y el Pinchos?
—¿Qué pasa con el Pinchos? El que ha salido de la madriguera es el Cojo, no su socio. ¡O nos espabilamos o lo perdemos!
—Está bien, está bien… —Logan hizo una mueca, mientras trataba de imaginar las situaciones posibles—. Tú te llevas a Rennie, y lo seguís; Steve y yo nos quedaremos para vigilar la casa.
Era Jackie ahora la que fruncía el entrecejo.
—¿Y por qué tengo que ir con Rennie? ¿Por qué no me llevo yo a Steve?
—Porque Rennie y yo hemos bebido, ¿no recuerdas? No podemos conducir.
—Pues entonces tú vienes conmigo.
—¿Y dejar a estos dos que se encarguen de la casa? Preferiría que hubiera al menos una persona sensata en cada equipo, si te parece bien.
El agente Steve puso mala cara.
—¡Eh, que lo he oído!
—Sin ánimo de ofender. —Logan abrió la puerta de su lado y salió al aire fresco de la noche—. Vamos, mueva el culo.
Diez segundos más tarde, envueltos entre las sombras, observaron a Jackie alejarse al volante del vehículo en persecución del Cojo, la mascota del Pinchos, con Rennie tirado con cara somnolienta en el asiento de atrás.
—Ehm… señor, ¿de verdad le parece buena idea dejar que vayan ellos solos detrás de ese pederasta? —preguntó Steve mientras ambos se subían al coche de éste.
—Tranquilo, seguramente no habrá salido más que para hacerse una paja en el patio de algún colegio o algo así. En cualquier caso —añadió Logan señalando hacia la casa, detrás de cuya ventana del piso de arriba se movió una sombra—, es por el cabrón ese de ahí dentro por el que tiene que preocuparse. —Según Colin Miller, en cualquier caso.
La noche era tranquila y oscura, exactamente como a él le gustaba. Y aquélla iba a ser una noche especial, para anotarla en el diario. Una fecha señalada. Con una risita blanda, cruzó la calle y apresuró el paso al cortar por los campos de deporte, disfrutando de la sensación de la luz y las sombras entre las farolas. A ambos lados de la avenida de Airyhall se alineaban hermosas casas familiares: papá, mamá y dos coma cuatro hijos. Felices. Familias felices arrebujadas en sus lechos acogedores, soñando sueños de familia feliz y esperando a que amaneciera un nuevo hermoso día familiar. A pesar del frío empezaba a notarse ya los sobacos pegajosos de sudor, y se pasó la pesada bolsa de viaje de una mano a otra. Aquella noche se iba a divertir de lo lindo, como siempre en que se juntaban los negocios con el placer. Y esta vez Brendan no tendría por qué enfadarse con él. Nada de ojos morados. Además pronto se irían de Aberdeen y volverían a casa, a Edimburgo. Solo de pensarlo se sonrió. El tiempo de aquí era muy inestable: a lo mejor hacía un sol radiante, y al minuto siguiente estaba lloviendo a cántaros, cuando no las dos cosas a la vez.
Al final de la avenida se detuvo para orientarse. Se le aceleró el corazón al ver el cartel al otro lado de la calle: CENTRO DE ACOGIDA DE MENORES AIRYHALL. Había bajado demasiado, no debería haber cogido aquella calle. Debería haber seguido por la de antes… Aquel centro era más pequeño que el otro en el que había estado él, en el que estaba aquel hombre, el hombre al que había apuñalado Brendan por él, pero eso no lo hacía menos aterrador.
Con un leve escalofrío, dio la vuelta y caminó en sentido contrario, de regreso hacia el centro de la ciudad, lo más lejos posible de aquel sitio. Solo una vez se volvió a mirar por encima del hombro en dirección a la voluminosa silueta de la casa y sus silenciosos moradores dormidos.
Tardó diez minutos en dejar atrás el cementerio de Springfield Road, silbando la sintonía de Los Simpson desde el momento en que había visto el rótulo, y giró a la derecha hacia Seafield Road, que recorrió hasta la rotonda de Anderson Drive. Se detuvo debajo de una farola y dejó la bolsa de viaje en el arcén de hierba. ¿Por qué se la había tenido que llenar tanto? Sacó las instrucciones de Brendan: un pequeño plano, con una carita sonriente dibujada que seguía las flechas hasta una gran calavera con unas tibias cruzadas y envuelta en llamas. La casa que habían destrozado porque no habían encontrado a la vieja. Pero esta noche no iba a tener tanta suerte.
El ulular de una sirena atravesó de repente el rumor apacible del tráfico nocturno, y le dio un vuelco el corazón. Pasó rugiendo un coche patrulla blanco, en medio de un destello de luces azules, dio la vuelta a la rotonda sin aminorar la marcha y desapareció a toda velocidad en la noche. No le buscaban a él.
Con una amplia sonrisa, volvió a cargar con la bolsa de viaje y, mirando a ambos lados, cruzó la calle y se apresuró en dirección al centro de la ciudad.
—Bueno —dijo Rennie mientras trataba de pasar al asiento delantero, y estando a punto de pisar por dos veces el brazo roto de Jackie mientras ésta se peleaba con la palanca del cambio—. ¿Tú crees que trama algo?
—¡Quítame el culo de la cara y siéntate de una vez! —le espetó Jackie—. Por Dios, habérmelo dicho y habría parado el coche. No tenías más que pedirlo.
—No querrás que lo perdamos.
—¿Cómo cuernos quieres que lo perdamos si va a pie? ¿Qué va a hacer, poner la quinta?
—Vale, vale, joder, lo siento. —Enganchó el cinturón de seguridad a la sujeción y se quedó mirando por la ventanilla con el ceño fruncido, en dirección a la silueta que los precedía doscientos metros más allá, avanzando torpemente por la acera con una bolsa de viaje al hombro que parecía bastante pesada—. ¿Sabes una cosa? Que desde que te rompiste el brazo pareces una vieja gruñona.
—Yo no me rompí el brazo, ¿vale? Me lo rompió otro.
—Da lo mismo, sigues estando igual de insoportable.
Ella abrió la boca para replicar, pero la cerró, sorbió por las narices y se encogió de hombros. A decir verdad, y sin miramientos, probablemente tenía razón.
—A lo que íbamos —dijo al cabo—, por supuesto que trama algo. No estaríamos siguiéndolo si no tramara nada.
Detuvo el coche a un lado de la calle y apagó las luces, dejando que el tipo pusiera algo de tierra de por medio.
—Bueno ¿y a ti qué te parece que se propone, vestido así de negro, con una bolsa de viaje…? ¿Irá a cometer un atraco?
—Mmm… no… Esa bolsa se ve demasiado pesada, no podría cargar con lo que robara. ¿Algo relacionado con las drogas? ¿Irá a dejar mercancía a sus camellos?
Cuando a ella le pareció que el compañero del Pinchos estaba lo bastante alejado para no advertir la presencia del coche que lo seguía, Jackie volvió a dar las luces y continuó por la tranquila calle, conduciendo despacio y dejando atrás los campos de deporte hasta cruzar la rotonda de Union Grove.
—¿Sabes qué? —dijo Rennie—. Aquí han detenido hoy mismo a una señora mayor. Resulta que utilizaba a unos niños pequeños para pasar droga. PCP, cannabis, crack, de todo.
—Ah ¿sí? Bueno, puede que nuestro amigo quiera continuar donde ella lo dejó.
Rennie sonrió de medio lado.
—¡Extra, extra! Lean la noticia: ¡Unos policías fuera de servicio desbaratan un cártel de la droga de Edimburgo!
Jackie le devolvió la sonrisa.
—Puedo vivir con eso.