Los rayos del sol parecían más finos aquel día, como si conocieran la inminencia del otoño. Logan y Jackie caminaban por Union Street, abriéndose paso, saliendo a veces del torrente humano, por entre el gentío que había salido de compras, un sábado por la mañana. Hasta aquel momento el día había consistido, merecidamente, en quedarse un rato más en la cama, desayunar tarde y darse una ducha bien larga. Jackie había desconectado el teléfono y había obligado a Logan a hacer lo mismo con el móvil. Iban a disfrutar de un día libre, como la gente normal. Se paraban en una tienda y en otra, improvisando sobre la marcha: un par de botellas de vino, un CD, un poco de chocolate, hasta que entraron en el Trinity Centre, donde Logan tuvo que quedarse esperando mientras Jackie se probaba ropa. Precisamente lo que él más deseaba hacer en su día libre. Se recostó contra la pared, uniéndose a todos los demás afligidos esposos y novios cuyas mujeres habían decidido que podía ser divertido ir de compras aquella mañana.
Mientras Jackie estaba en el probador con todas las blusas y pantalones con que había podido cargar en el brazo, encendió el móvil para ver si alguien le buscaba. Había un mensaje de Colin Miller que expresaba cierto abatimiento. Logan se alejó hacía la periferia de la zona de los probadores, lo suficiente como para que no le oyera la variopinta colección de hombres aburridos, pero lo bastante cerca para vigilar los movimientos de Jackie, y devolvió la llamada al periodista.
—¿Qué puedo hacer por ti, Colin?
—Eh, Laz. —Suspiro—. Me preguntaba si no tendrías algo para mí…
—¿Otra vez? ¿Qué ha pasado con la lituana a l’ast?
—Que se ha ido a la mierda, eso es lo que ha pasado. Voy y hablo con el tipo de desarrollo sostenible, y me dice que le habían amenazado con ir a la prensa con fotos en las que salían él y Marshall con la polla metida en esa cría si no aprobaba el permiso de obras para las casas de Malk Navaja. —Nuevo suspiro—. ¿Te imaginas el titular? MATÓN INMOBILIARIO PAGA A PUTA ADOLESCENTE PARA OBTENER PERMISOS. ¡Exclusiva! No puedo publicar eso: me matarían.
Logan estaba a punto de reconocer que Miller tenía su parte de razón, cuando Jackie asomó la cabeza por la esquina del probador, buscándole entre el grupo de aburridos. Tuvo apenas tiempo de despedirse apresuradamente de Miller y apagar el móvil antes de que ella le viera. Tan pronto lo hizo, se vio con un montón de ropa en los brazos, con la orden de que buscara lo mismo en la talla catorce. Mientras rebuscaba entre las camisetas veraniegas, Logan se preguntaba por qué demonios había accedido a formar parte de aquella expedición. Seguramente porque Jackie había tenido el gesto de preparar un desayuno escocés completo aquella mañana, un ofrecimiento de paz similar a su comida india de la semana pasada, y porque se sentía culpable por haber tenido aquel sueño de la asistente del fiscal Rachael Tulloch. Y de sus níveos pechos…
Al cabo de una hora habían avanzado hasta la sección de ropa interior del Marks & Spencer, sin duda para comprar algunos sujetadores y bragas súperresistentes más de los excedentes militares de la Primera Guerra Mundial, antes de que Logan tuviera ocasión de encender otra vez el móvil a escondidas, con la intención de volver a llamar a Miller y ver qué más había podido sonsacarle al amigo del concejal Marshall. La pantalla se encendió y mostró una docena de mensajes, todos de la inspectora Steel. ¿Qué hacer? ¿Llamarla o no hacer caso? Era su día libre, qué narices. La llamó.
—¿Dónde diablos se había metido? ¡Llevo llamándole toda la mañana!
—Es mi día libre —dijo Logan, lanzando miradas hacia las filas de sujetadores con aros para cerciorarse de que Jackie estaba todavía en el probador.
—No me sea tan llorón, ¡tenemos una puta desaparecida a la que hay que encontrar!
—Si ni siquiera sabemos si está desaparecida.
—Ya, ahí es donde se equivoca. Conseguí un mandamiento judicial para forzar la puerta esta mañana. Hemos encontrado al novio sin conocimiento, en un charco de vómito… No sabe de ella desde hace una semana.
—¿A lo mejor se ha ido a descansar una temporada?
—Claro, y a mí el culo me huele a rosas. Venga para acá, necesitamos trazar un plan.
—¡Estoy en mi día de permiso! —Se volvió a mirar con el ceño fruncido hacia una fila de tangas rojos—. ¿El asunto no puede esperar a mañana?
—No, no puede.
Jackie supo que Logan había cometido una tontería en cuanto puso el pie fuera del probador.
—Te vas, ¿verdad? Esa zorra te ha llamado, y ahora te vas. —Logan asintió con la cabeza, y ella hizo una mueca mientras contaba hasta diez—. Muy bien, te quiero de vuelta en el apartamento a las siete como muy tarde: hoy cenamos juntos. Si no llegas a la hora te mato. Y luego la mato a ella. ¿Entendido?
Logan le dio un beso en la mejilla.
—Gracias.
—Sí, vale, pero a ver si resuelves de una vez este maldito caso y te deshaces de esa vieja mala pécora para siempre.
La vieja mala pécora estaba de pie delante de las pizarras blancas del centro de operaciones, con un rotulador no permanente en una mano y una taza de café con mucha leche en la otra. Había una nueva foto en el tablón, aunque esta vez no estaba emparejada con ninguna otra de la autopsia. La inspectora Steel observaba la foto, mientras destapaba el rotulador con sus dientes amarillos de nicotina. La chica nueva tendría treinta y tantos años, no lejos de los cuarenta: el pelo rubio platino, rizado, los ojos castaños, con ligero estrabismo en uno, la nariz ancha, la barbilla hendida, y un lunar postizo lustroso como un melanoma. No podía decirse que fuera una preciosidad. Muy del gusto del asesino. La inspectora Steel se volvió de sopetón y descubrió a Logan a su lado.
—Dios santo —dijo sobresaltándose—, ¿qué hace entrando así, tan sigilosamente? ¿Quiere que me dé un ataque al corazón?
No parecía tan mala alternativa.
—¿Es Holly? —preguntó él, señalando al rostro nuevo.
—Sí. A estas horas probablemente esté muerta, tirada en una cuneta, pero al menos sabemos a quién estamos buscando. He enviado a tres equipos de búsqueda. —Los contó con los dedos—. A Hazlehead, Garlogie y Tyrebagger… donde encontramos a la última.
Logan asintió con la cabeza.
—¿Cree que volverá dos veces al mismo sitio?
—Apostaría la teta izquierda, pero por si acaso quiero descartar por completo los otros dos. Y si no encontramos nada, ampliaremos la búsqueda: si recogemos más cadáveres, habrá que peinar cada metro de zona boscosa de aquí a Inverurie.
A Logan le entraron escalofríos solo de pensar la cantidad de esfuerzo que eso requeriría.
—¿Qué quiere que haga entonces? —preguntó—. Parece que lo tiene todo bajo control.
Steel abrió la boca para decir algo, y volvió a cerrarla.
—Que me parta un rayo si me acuerdo —espetó por fin—. Ah, sí: esa mujer, la del marido desaparecido, ha llamado como un millón de veces hoy. Y también tiene que ir a la sección de Quejas y Disciplina. Tenga. —Le pasó una nota escrita a mano—. Si se da prisa aún lo pilla.
Logan esperaba sentado en la pequeña recepción a la entrada de Asuntos Internos, releyendo la nota con el ceño fruncido e intentando encontrarle un mínimo de sentido a aquel montón de garabatos. ¡Le entraban ganas de estrangular a la inspectora Steel! Hacerle ir allí en su día libre, otra vez, solo para que el cretino engreído de Napier pudiera decirle a la cara que iban a despedirle. ¡Hurra! Qué manera tan fantástica de pasar el día. Para eso igualmente podía haber entrado directamente en el despacho, haber dejado la placa encima de la mesa dando un manotazo y haberle dicho a Nosferatu dónde podía metérsela. El puesto y la placa, las dos cosas: por su sacrosanto cul…
—Ah, sargento, si tiene la amabilidad de pasar…
No era Napier, sino el otro, el mudo que estaba siempre sentado en un rincón, anotando cosas. El silencioso inspector se sentó en una de las penosas sillas para las visitas y le hizo un gesto a Logan para que hiciera lo mismo. No había señal de Napier.
—Supongo que sabrá por qué está aquí… —dijo el inspector, sacando una copia de la demanda de Sandy el Serpiente—. El señor Moir-Farquharson alega abuso de autoridad por su parte y que le amenazó usted cuando visitó ayer la comisaría. Que usted le dijo que, cito textualmente, «iba a triturarle los dedos». ¿Es correcto? —Logan asintió con la cabeza y mantuvo la boca cerrada—. Entiendo —dijo el inspector, anotando algo en su copia del formulario—. ¿Y hubo algún testigo del incidente?
Suspiro.
—No. En ese momento estábamos solos en la recepción.
—¿Seguro? —El inspector se echó hacia delante en la silla—. El señor Moir-Farquharson dice que había también un ciudadano presente. Un tal señor… —rebuscó entre sus notas—. Señor Milne, que habría entrado a denunciar un robo…
—¿Milne? —Logan frunció el ceño—. Pero ¿cómo? ¿Milne el Cochino? Entró dando voces, diciendo que le habían robado la receta, como hace todos los viernes. Cree que así, si denuncia que le han robado el diclorhidrato, le darán más en el programa de rehabilitación de drogadictos. Pero luego se las vende para comprar heroína. La diferencia la compensa entrando a robar en alguna que otra casa.
—Ya veo… no es entonces un testigo fidedigno.
—La última vez que estuvo en un tribunal, el juez lo trató de mentiroso, sinvergüenza con la moralidad de una rata de cloaca. Y además, entró después.
El inspector sonrió.
—Estupendo. En tal caso el asunto se reduce a la palabra del señor Moir-Farquharson contra la suya. Mas teniendo en cuenta que ese personaje, el tal Milne, no estaba presente siquiera en el momento del supuesto incidente… Estupendo, estupendo… Bueno, gracias por habernos dedicado su tiempo, sargento. Estoy seguro de que tiene cosas mucho más importantes de que ocuparse.
Y ahí acabó todo: condujo a Logan fuera del despacho, le estrechó la mano y lo mandó a que siguiera con sus ocupaciones.
Se quedó parado de pie en el pasillo. Solo se oía el sonido amortiguado de unos zapatos que crujían sobre el anodino y sucio suelo verde oliva, más allá de la esquina. ¿De qué diablos iba la cosa ahora? No entendía nada. Realmente había parecido como si el inspector quisiera ayudar… ¿Sería posible que le sonriera la suerte, para variar? Si así era, mejor aprovecharla antes de que volviera a esfumarse. Logan reclutó a un par de agentes y requisó un despacho y tres reproductores de vídeo portátiles: verían las imágenes de la Operación Cenicienta grabadas la noche de la desaparición de Holly McEwan.