Capítulo 19

Las once, y otra vez en el coche, en dirección a la sede del principal periódico local de Aberdeen. La inspectora Steel iba en el asiento del acompañante, centradas sus preocupaciones en la uña de su dedo pulgar, con un semblante que reflejaba conflicto.

Había ordenado una estrecha vigilancia sobre Jamie McKinnon y que no le dejaran ni ir al lavabo hasta que llegara el amigo de Steel de Estupefacientes con su largo guante de goma. Estaba decidida a plantarles alguna acusación a esos matones venidos del sur. El problema iba a ser formular un pleito con garantías. No sabía por qué, pero Logan no veía a Jamie McKinnon con las pelotas necesarias para levantarse ante un tribunal y decir en voz alta: «Sí, su señoría, éstos son los hombres que me obligaron a meterme seis kilos de heroína por el trasero». No si no quería acabar ocupando una tumba a ras de tierra en algún lugar de los Montes Grampianos. Claro que nunca se sabe.

Logan atravesó Anderson Drive y tomó por Lang Stracht. El Press and Journal, dedicado a las noticias locales desde 1748, compartía un edificio sin gracia de cemento y cuadrado como una caja con su publicación hermana, el Evening Express, en un pequeño polígono industrial repleto de concesionarios de automóviles y de almacenes. Por dentro era una inmensa oficina sin tabiques. A Logan siempre le había sorprendido que hubiera tanto silencio, apenas se oía el omnipresente zumbido del aire acondicionado y alguna conversación apagada que se superponía al suave tableteo de las teclas de plástico del personal que manejaba los procesadores de textos. Colin Miller, no obstante, estaba encorvado sobre su ordenador, martilleando el teclado como si alguien acabara de decir que su madre era una puta lianta. Las mesas a su alrededor estaban atestadas de montañas de papeles, tazas de café reseco y periodistas con gafas. Toda cabeza en un radio de ocho mesas a la redonda se levantó con gesto brusco cuando Logan le dio una palmada a Miller en el hombro y le preguntó si tenía un momento para hablar con tranquilidad.

—¡Joder! ¿Es que no ves que estoy ocupado?

—Colin —dijo Logan en voz baja y en tono amistoso—, confía en lo que te digo, te interesa tener esta pequeña charla con nosotros. Y sería mucho más agradable si pudiéramos mantenerla mientras comemos, aunque sea pronto, en el pub más cercano, que en la comisaría. ¿De acuerdo?

Miller apartó la mirada de Logan para posarla en el artículo que parpadeaba en la pantalla, algo relacionado con una venta de pasteles para recaudar fondos en Stonehaven, si Logan no había leído mal. Tecleó Ctrl-Alt y «suprimir», y bloqueó el ordenador.

—Vamos, pues. —Miller se puso de pie y cogió la chaqueta del respaldo de la silla—. Vosotros pagáis, cabrones.

No fueron al pub más cercano, pues según Miller estaría atestado de periodistas parlanchines, y si había la más mínima posibilidad de sacar una historia de aquello, no tenía ganas de compartirla con nadie más, así que le dijo a Logan que condujera hasta el centro de la ciudad y que dejara el coche en jefatura, desde donde podían ir hasta el Moonfish Café, a dos minutos a pie, en Correction Wynd. Al otro lado de la estrecha y hundida calleja, una enorme pared de granito de al menos seis metros de alto aguantaba la tierra y las tumbas de la iglesia de San Nicolás, en el puro centro. El cielo era de un azul gélido, atrapado entre el acechante chapitel de la iglesia y los retorcidos sauces. Estaban a medio pedir, cuando Steel se removió en su silla, hasta que sacó el teléfono móvil.

—Lo tenía en vibración —dijo guiñando el ojo—. ¿Diga? ¿Qué? No, estoy en un restaurante… Sí… ¡Susan! No, no es eso… Oye, ya sé que estás disgustada… pero… —Se levantó de la mesa profiriendo maldiciones, agarró la chaqueta del respaldo y salió a la calle—. Susan, no es como tú lo pintas…

—Vaya —dijo Logan mientras la inspectora se paseaba a grandes zancadas de un lado a otro por la parte de fuera de la ventana frontal del restaurante, dejando en el aire indómitas volutas de humo a la estela de su mano gesticulante—. ¿Cómo está Isobel? ¿Mejor?

El periodista pareció alarmarse.

—¿Mejor?

—El doctor Fraser me dijo que había estado enferma.

—Ah, bueno, sí… —Se encogió de hombros—. Un resfriado de verano o algo así, y la falta de sueño, ¿sabes? —Se hizo entre ellos un enojoso silencio, al que siguieron unas rebanadas de pan recién hecho, obsequio de la casa. Se sirvieron mientras por decir algo hablaban de las posibilidades del Aberdeen en su inminente enfrentamiento con el Celtic, a la espera de que la inspectora acabara con lo que parecía una pelea en toda regla.

La puerta se abrió por fin de golpe, y entró Steel con paso firme. Se sentó dejándose caer con todo el peso en la silla y consultó con el ceño fruncido las opciones del menú del día.

—Bueno, ¿de qué va todo esto? —preguntó Miller mientras esperaban la lubina con salsa de cangrejo.

—Sabe muy bien de qué va todo esto —aseguró Steel, sin deshacer el fruncimiento de cejas—. La semana pasada desayunó con cierto cabrón de mierda de Edimburgo. Quiero saber quién es. ¡Y quiero saberlo ahora!

Miller arqueó la ceja y dio un contemplativo sorbo de su Sauvignon blanco, mirando a la inspectora Steel por encima de la copa y deteniéndose en la papada del cuello, los rasgos ásperos, las arrugas, el pelo de loca escapada del manicomio y los dientes manchados de nicotina.

—Cielo santo, Laz —dijo al cabo—, ¿por qué me has soltado a tu madre?

Logan hizo un esfuerzo por no sonreír.

—Creemos que tu «orientador empresarial financiero» agredió ayer a alguien en el hospital, y que quizá le obligara a aceptar drogas para revenderlas.

Miller emitió un gruñido y dio otro trago de vino, vaciando la copa a la mitad.

—Yo no sé nada, ¿vale? —Echó hacia atrás la silla de un empujón y se levantó de la mesa—. Buscaré un taxi para volver a la redacción…

Logan lo agarró del brazo.

—Escucha, no pensamos involucrarte en nada, ¿de acuerdo? Solo necesitamos un poco de información. Para quienquiera que esté en el caso, tú no nos has dicho nada.

—Desde luego que no os he dicho nada. —El periodista lanzó una mirada significativa a la inspectora Steel—. Ni pienso hacerlo.

La inspectora lo miró con el ceño aún más fruncido.

—Escúchame bien, plumífero «lameculos» de Glasgow: si te gusta más, puedo llevarte a rastras hasta la comisaría y obligarte a hacer una declaración. ¿Lo has entendido?

—Ah, ¿sí? ¿Y cómo piensas hacer eso, abuelita? No tengo por qué decirte ni mierda si no me cuadra. Y si necesitas un mandato judicial, ya puedes mover tu viejo y arrugado culo apestoso y obtener uno.

Steel se había levantado de la silla y se inclinaba por encima de la mesa, enseñando los dientes.

—Pero ¿quién coño te crees que eres?

—¿Yo? —Miller se golpeó en el pecho con el puño cerrado—. Yo soy la jodida prensa libre, eso es lo que soy. ¿Quieres ver tu escuálida cara de vieja en primera página del periódico? ¡Puedo acabar con tu penosa carrera en menos que canta un gallo!

Justo lo único que le faltaba a Logan. Si ponían a Steel en la picota, en el Press and Journal, la amenaza de Napier de la salvia y la cebolla se haría realidad y adiós empleo para él.

—Inspectora —intercedió, posando la mano sobre su tembloroso puño amarillo de tabaco—. ¿Por qué no me deja a mí hablar con el señor Miller? Estoy seguro de que usted tiene cosas mucho más importantes…

Pero Colin Miller no estaba dispuesto a quedarse esperando. Cogió el abrigo del colgador y salió a empellones del restaurante, cerrando la puerta de golpe y haciendo tintinear los cristales.

Steel se quedó mirando fijamente la puerta.

—Si me necesita para algo —dijo—, me vuelvo al cuartel. —Y se esfumó también.

Logan dejó caer la cabeza hacia delante, hasta que se topó con la superficie de la mesa. Por detrás de los ojos se insinuaban los primeros síntomas de una jaqueca. Aquella mujer era una pesadilla: lo único que tenían que haber hecho era sentarse tranquilamente e intercambiar impresiones con el periodista, sondearle, conseguir que les diera algún nombre y ahuecar todos el ala. Y en lugar de eso, va ella y se sale de madre hasta que lo saca de sus casillas.

—Ehm… disculpe…

Logan despegó un párpado y vio a un delantal azul a la altura de su hombro. Y detrás una guapa morenita haciendo equilibrios con tres grandes platos. Le sonrió, indecisa:

—¿Las lubinas?

En jefatura, la inspectora Steel estaba enfrascada en una conversación con el ayudante del jefe de policía cuando Logan abrió la puerta del centro de operaciones. Les dejó que siguieran, no se veía con ganas para entablar una conversación educada, después de su intento de comerse las tres raciones de pescado por pura cabezonería. Que había masticado mohíno, como si las rumiara.

—Cielos, sargento, ¿se encuentra bien? Está hecho una m… ehm, tiene mal aspecto.

El detective Rennie intentaba entrar en la sala con una bandeja con café y galletas de chocolate. Logan no contestó, se limitó a servirse un tazón de aquel lodo líquido medio marrón de camino hacia la mesa que compartía con el administrativo. Una parte del escritorio estaba ocupada por varios montones de papel bien ordenados y un ordenador de aspecto bastante antiguo, mientras que la otra parte pertenecía a Logan: un espacio de formica desnuda con una hoja amarilla de pósit adherida en medio. La cogió y trató de descifrar los garabatos a bolígrafo. Parecía que pusiera algo así como AOPEN WULHIR, y una dirección, que podía ser SANITTFILD DRIVE, o SUNITHFIULD DRIVE. El detective Rennie, que pasaba con las galletas, le echó un vistazo y dijo:

—¿Smithfield Drive? Tenía una tía abuela que vivía ahí cuando yo era pequeño. Una viejecita encantadora: una fan de Coronation Street. —Le ofreció a una galletita de naranja y chocolate—. No se perdió un solo episodio hasta que se la llevaron al crematorio. Le pusieron la sintonía de la serie mientras pasaba bajo la cortina.

Logan le plantó la nota en las narices.

—¿Y qué puede poner aquí? —le preguntó señalando AOPEN WULHIR.

Rennie entornó los ojos.

—A mí me parece… «Agnes Walker»… Ah, ¿ésa no es Agnes la Sucia? La detuve una vez, en la zona del puerto, por borrachera y desorden público. Dejó el furgón perdido de vómito, pobre bestia.

Sonaba bastante verosímil.

—¿Tiene algo que hacer? —le preguntó Logan.

Rennie negó con la cabeza. Lo único que había hecho aquella mañana era archivar papeles e ir por el té.

Eligieron uno de los coches más nuevos del parque del Departamento. Rennie conducía mientras Logan se repantigaba en el asiento del pasajero. Hacía calor dentro del coche, la luz del sol se filtraba a través del parabrisas como una manta que le arropaba con efectos soporíferos, que se sumaban a los de la copiosa comida. Se quedó traspuesto, no dormido del todo, pero tampoco despierto, mientras Rennie conducía a través del centro de la ciudad, sin dejar de hablar de cosas tan tontas como que alguien que antes salía en la serie Home and Away se había pasado ahora a EastEnders, donde hacía de tío de otro personaje. Logan desconectó, apoyando la cabeza contra el cristal de la ventanilla y dejando que las calles veraniegas de la ciudad fueran pasando mientras Rennie dejaba atrás Victoria Park y subía por Westburn Road. El semáforo se puso en rojo en el cruce donde estaba el hospital, y Logan sintió una punzada de culpabilidad: todavía no había ido a ver al agente Maitland. Ni siquiera había ido a saludar al moribundo… El semáforo se puso en verde y siguieron su camino, dejando atrás el hospital.

Smithfield Drive quedaba al otro lado de North Anderson Drive, de cara a la autovía de doble calzada que discurría a los pies de la última colina y acababa en la rotonda de Haudagain. Los edificios eran estilo municipalidad de Aberdeen, no se diferenciaban en nada del patrón de bloques rectangulares de granito que podían verse por toda la ciudad. El inmueble en el que vivía Agnes la Sucia era un bloque de dos plantas ocupado por cuatro apartamentos y que quedaba escondido detrás del jardín de la parte de delante, el cual parecía venirse abajo por el peso de los gnomos, los pozos de los deseos y los espaldares ornamentales asfixiados por la profusión de rosas trepadoras de un vivo color amarillo. No era exactamente lo que Logan habría esperado. Agnes ocupaba el apartamento superior de la derecha, que se extendía tras una puerta principal de un rojo prístino y en la que se leía el nombre de «Saunders». Reprimió un bostezo y dejó que Rennie llamara al timbre. Hubo de insistir dos veces más antes de que se abriera la puerta roja y un arrugado rostro los mirara, pestañeando. Treinta y pocos, pelo rizado rubio platino, aplastado de un lado y levantado del otro, kimono negro con estampados dorados sujeto de la cintura, con el lazo más bien flojo, por lo que dejaba al descubierto un extenso escote por la parte de arriba y un par de fornidas piernas por la de abajo; rímel corrido en ambos ojos de un endurecido pero todavía atractivo rostro profesional. Definitivamente aquella no era Agnes la Sucia.

—¿Qué horas son éstas para molestar a la gente? —Rennie le dijo que eran las dos menos veinte—. Ah ya. Joder… —Un bostezo, lo bastante grande como para tragarse un gato adulto—. ¿Qué coño pasa con vosotros, polis de mierda? ¿Es que no podéis dejarnos dormir en paz?

Rennie se picó, palpablemente confundido por el hecho de que hubieran reconocido tan fácilmente su condición de policía.

—¿Cómo sabe que no somos testigos de Jehová?

La mujer soltó un suspiro, lo miró de arriba abajo una vez más y se ajustó mejor el kimono, tapándose el escote pero dejando ver una peligrosa extensión de la parte superior del muslo.

—Por Dios, no lo son, ¿no?

—No, pero podríamos haberlo sido.

La mujer se rió y soltó la mano apretada del kimono, haciendo que éste volviera a la misma posición exacta que antes, solo que más abierto.

—Sí, me han dejado deslumbrada, se les ve el metal de placa de una hora lejos. ¿Qué quieren?

—¿Señora…?

—Saunders.

—Bien, señora Saunders, buscamos a Agnes Walker. Teníamos entendido que vive aquí.

La mujer entorno los ojos.

—¿Por qué la buscan?

—Pues… ehm… verá…

Rennie se volvió con una mirada de pánico hacia Logan, quien a decir verdad no le había contado al agente para qué habían ido allí.

—Queremos hablar con ella acerca de una agresión que tuvo lugar hace un par de semanas.

La señora Saunders pasó su atención de Rennie a Logan, mientras éste le decía que no había ningún problema con Agnes, y que solo querían saber quién le había pegado para impedirle que volviera a hacerlo.

La mujer se cruzó de brazos, lo que provocó que el borde del kimono se le subiera sus buenos diez centímetros.

—¿Y a qué se debe que ahora de pronto se preocupen tanto por el bienestar de Agnes? ¿Eh? ¿Dónde estaban cuando ése le dio la paliza? —Se cuadró de hombros—. Y pensándolo bien, ¿por qué han tardado tanto en tomar tanto interés?

Logan tuvo que reconocer que no le faltaba razón.

—Ella me dijo que había sido un accidente.

—¿Un accidente? —resopló la mujer—. ¿Se está quedando conmigo? ¿No vio en qué estado quedó? No fue ningún accidente, ¡el muy hijo de puto quiso estrangularla, a la pobre! Se pasó cuatro días en cama, meando sangre. Las sábanas quedaron hechas una porquería.

—¿Le dijo quién fue?

—Ella no lo sabía. Si llega a saberlo, ¡le juro que salgo a buscarlo con un par de tijeras de podar oxidadas y lo dejo sin picha!

Logan se asomó por encima de su hombro al apartamento en penumbra.

—Oiga, ¿no podríamos hablar dentro…?

—De eso nada, no pienso hacérselo gratis. ¡Y desde luego no hago tríos!

—Yo no le he pedido que me haga nada gratis, ¿de acuerdo? Ni él tampoco. —Logan señaló a Rennie con un brusco gesto del pulgar, aunque era difícil no darse cuenta de que el agente se demoraba más de la cuenta mirando la carne que asomaba bajo el escurridizo kimono de la mujer—. Denos una descripción… ¿Le dijo Agnes qué aspecto tenía su agresor?

Ella se encogió de hombros.

—Estatura mediana, pelo castaño, un aspecto corriente. —Al ver que Logan no decía nada, como si insistiera con su silencio, ella soltó un nuevo suspiro—. Oiga, no lo sé, ¿vale? Dijo que iba en un coche flamante, un BMW de esos grandes. Es lo único que recuerdo. Si quiere saber algo más, tendrá que preguntárselo a ella.

—Lo haré. ¿Dónde está?

—Ni idea.

Se oyó una voz masculina procedente del interior del apartamento, una voz ronca, profunda, con acento como de Fraserburgh:

—¿Quién es? ¿Qué pasa?

Ella se volvió y respondió gritando:

—Nada, no pasa nada. Empieza tú, yo voy enseguida. —Se volvió de nuevo hacia Logan—. No ha vuelto esta mañana.

La voz del hombre otra vez:

—¿Vienes o qué, joder?

Y la señora Saunders, después de suspirar:

—¡Un minuto, joder! —Alargó la mano hacia Logan—. Denos su tarjeta. Le llamará cuando vuelva, y si ella no lo hace, le llamaré yo. El cabrón que le hizo eso se merece lo que le echen.

Y tan pronto como Logan le hubo dado su tarjeta de visita de la Policía Grampiana, les cerró la puerta en las narices.

—¿Y bien? —dijo Rennie mientras volvían hacia el coche—. ¿No va a contarme de qué va todo este asunto?

—A Agnes Walker le pegaron una buena paliza hará cosa de doce días. Cuatro días más tarde, más o menos, aparece Rosie Williams muerta de una paliza. Al cabo de cuatro días de eso le toca a Michelle Wood.

—¿Y? —Rennie abrió con el mando a distancia y se subió al coche, sentándose al volante.

—¿Y si Rosie Williams no fue la primera? —dijo Logan, subiéndose al asiento del acompañante—. Suponga que el asesino ya lo había intentado antes, solo que la primera víctima opone resistencia y él no puede completar la faena. Una vez ha aprendido de sus errores, lo intenta de nuevo. Prueba con Rosie, y ésta no es tan fuerte como la primera, o él está mejor preparado: la muele a patadas y puñetazos hasta matarla. Cuatro días más tarde ataca de nuevo. A Rosie se la ha cargado en mitad de la calle, donde puede pasar alguien… demasiado arriesgado. Esta vez rapta a la víctima. En lugar de matarla en el lugar del encuentro, se la lleva a un lugar tranquilo y apartado, donde puede disfrutar un poco más, y donde hay menos riesgo de que lo descubran. —Rennie cambió de sentido en tres maniobras y volvió por Anderson Drive mientras Logan seguía peleándose con el cinturón de seguridad—. Cuantas más veces lo hace, mejor le sale. Hasta ahora Agnes la Sucia es la única que le ha visto y ha sobrevivido. En cuanto volvamos a jefatura tenemos que pedir una orden de búsqueda. Necesitamos que nos diga qué aspecto tiene.

Rennie silbó mientras esperaba su turno para incorporarse a la rotonda y tomar la autovía.

—Entonces eso echa por tierra definitivamente la teoría de que Jamie McKinnon matara a Rosie…

—Si se trata del mismo hombre.

El coche giró por la rotonda, dando un bandazo cuando Rennie apretó el acelerador para evitar que un camión articulado los aplastara. Siguió por la autovía, en dirección al centro de la ciudad.

—Usted cree que es el mismo hombre, ¿no?

Logan se encogió de hombros.

—O eso, o la coincidencia es mayúscula… —Se quedó contemplando unos segundos cómo pasaban las casas de Rosehill Drive, antes de llegar a una conclusión—. Cambio de planes: déjeme en la sede de los periódicos, tengo que ir a ver a un tipo a propósito de un asunto de drogas.