Capítulo 17

La inspectora Steel no quiso que hubiera nadie presente mientras ella «interrogaba» al concejal Marshall, ni siquiera quiso llevarlo a la comisaría hasta que ella hubiera tenido ocasión de hablar con él. Es decir, en privado. Así que mandó a Logan a hacer que el resto del equipo jurara mantener el secreto y a inspeccionar el coche del concejal, en el que descubrió cierto número de juguetes sexuales de aspecto un poco espeluznante y un par de revistas especializadas de porno tan duro que casi le entran ganas de llorar viendo las fotos. Pero lo recogió todo y lo metió en bolsas de plástico de cierre hermético, pues no quería tocar nada que pudiera ser utilizado como una prueba.

Steel le había requisado el coche policial de camuflaje a Logan y había ido a aparcarlo a un lugar más alejado de la zona portuaria, para poder hablar con el concejal Marshall sin que nadie los molestara. Los únicos síntomas de vida en el interior del desvencijado Vauxhall eran la punta encendida de color naranja del cigarrillo de la inspectora y el humo que se escapaba lentamente formando volutas a través de la ventanilla abierta del coche. Logan, por su parte, esperaba sentado en el interior del monovolumen del concejal, arrebujado contra el aire frío que se colaba silbando por el parabrisas trasero destrozado. Lo había sacado del callejón y lo había llevado hasta la entrada del puerto, desde donde con un ojo podía vigilar el Vauxhall y con el otro Shore Lane.

El negocio no estaba muy animado aquella noche. La presencia de tantos agentes de policía de paisano había motivado que las profesionales auténticas se desplazaran a las calles colindantes, dejando Shore Lane bajo el completo dominio de la agente Menzies. La presencia de la agente Davidson había tenido un efecto similar en James Street, haciendo más por eliminar la prostitución del barrio chino de Aberdeen que en meses y meses de política policial de acercamiento al ciudadano. Así que allí tenían la solución: si uno quería reducir el comercio sexual de verdad, no tenía por qué preocuparse con iniciativas ciudadanas y campañas de concienciación pública; no había más que poner un par de agentes de policía poco atractivas vendiendo sus encantos en la calle y reforzarlas con un par de docenas de chulos de paisano del Departamento de Investigación Policial. Problema resuelto.

Logan se levantó el cuello del abrigo con un escalofrío. El verano estaba en proceso de extinción y el otoño no se quedaría por allí mucho tiempo. Se presentaba otra recta final de año fría y húmeda. «Aunque», pensó, «al menos él no tenía que ir vestido con medias, liguero y un sujetador de relleno, capaces de revolverle las tripas al mismísimo Hannibal Lecter». Muy a propósito, la agente Menzies se hizo escuchar, quejándose del frío y de su pezón dolorido, y deseándole la muerte y el fuego del infierno a todos los capullos casposos que merodeaban por el puerto a aquellas horas de la noche. ¿En serio tenían que quedarse otras cuatro horas y media más en el mismo plan?

Por fin se abrió la puerta del acompañante de la inspectora, y una figura encorvada y acobardada se bajó del coche. Se volvió y dijo algo antes de encaminarse, con la cabeza gacha, hacia la verja del puerto a buscar su dañado coche. Logan se apeó de un salto y le sostuvo la puerta abierta del conductor, con una sonrisa de oreja a oreja. El hombre se sentó avergonzado al volante y arrancó el motor, soltando casi un chillido de terror cuando Logan lo despidió con un alegre:

—¡Conduzca con cuidado, concejal!

Con ojos inquietos y temerosos, el hombre salió disparado huyendo del escenario de su desgracia a la máxima velocidad permitida. Logan se quedó de pie, agitando el brazo a modo de despedida, hasta que el coche desapareció de vista. Recogió la bolsa con el material pornográfico incautado y se apresuró hacia el Vauxhall que le esperaba lleno de humo.

—¡Hace un frío que pela fuera del coche! —dijo, subiendo la calefacción y frotándose las manos delante de la rejilla de salida del aire—. ¿Le ha contado muchas cosas, el señor Marshall?

La inspectora Steel no respondió, sino que le preguntó a su vez qué había encontrado al registrar el coche. Logan le enseñó la bolsa de plástico y comenzó a sacar bolsitas más pequeñas con las pruebas obtenidas, mientras las enumeraba, hasta acabar con el plato fuerte: un enorme pene rojo de goma con mando a distancia, cubierto de pinchos y protuberancias. Steel se puso a juguetear con los interruptores y los botones, y la cosa se puso a vibrar, a rotar y a moverse dando tirones y contracciones. El aparato latía y zumbaba dentro de su bolsa de plástico transparente como la larva malévola de algún insecto debatiéndose por liberarse de su cápsula.

—Qué clase —dijo Steel, leyendo el nombre del artilugio en uno de sus laterales: «EL AVENTURERO ANAL. Diversión para toda la familia». Apretó otro botón, y la punta del pene de goma se puso a latir y vibrar—. Santo cielo. —Casi se le cayó de las manos—. ¡Este trasto está vivo! ¡Está vivo! —Sonriendo, apagó el artefacto y lo tiró por encima del hombro al asiento trasero del coche—. ¿Nada ilegal, entonces? ¿Solo cosas friquis?

Logan convino en que así era.

—¿Y a usted cómo le ha ido? ¿Ha conseguido sacarle algo a nuestro amigo en el ayuntamiento?

—Ajá.

La sonrisa de Steel era casi tan obscena como la enorme verga de goma a pilas que reposaba en el asiento trasero, pero no dijo nada más.

—¿No piensa compartirlo? —le preguntó Logan al cabo.

—Mmm… ene, o.

Pasaron de las once y media sin que sucediera gran cosa. Cuando dieron las doce en el campanario de la iglesia San Nicolás, la agente Menzies solo había recibido tres propuestas deshonestas, contando al concejal Marshall. A la agente Davidson no le había ido mucho mejor, hasta un total de cuatro. Ninguno de aquellos tipos tenía pinta de asesino, pero los detuvieron de todos modos. A la mañana siguiente alguien se encargaría de comprobar sus coartadas para el lunes y viernes por la noche de la semana anterior. Logan no albergaba muchas esperanzas.

Conteniendo un bostezo, le preguntó a la inspectora Steel si quería que fuera a buscar algo de comer mientras esperaban. Después de todo llevaban de servicio desde las ocho de la mañana del día anterior…

—¿Las ocho? —resopló ella—. Yo ayer empecé a las siete. Bueno, me eché una siestecita de un par de horas después de comer. Es otra cosa.

Logan la miró.

—No sabría decirle, yo me pasé casi toda la mañana en el escenario del crimen con el inspector Insch, y luego en la autopsia hasta las cinco y media.

Steel le devolvió una mirada ceñuda.

—¿Y qué necesidad tenía? ¡Ya sabía que íbamos a pasarnos la noche aquí!

—¡Usted le dijo a Insch que lo ayudara!

—Ah, ¿sí? —La inspectora se encogió de hombros—. Bueno, da igual. —Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y se sacó una cartera de neopreno, de la que extrajo un billete de veinte libras—. Vaya a hacer algo útil. Morcilla blanca con doble de sal y vinagre… Ah, y un huevo duro en salazón. Y un poco de salsa de tomate si tienen. Y algo para usted, si es que así se le borra esa expresión de amargura de la cara.

Logan tuvo que realizar un gran esfuerzo de concentración para no estampar la portezuela del coche al cerrarla. Subió por Marischal Street hasta Castlegate, rezongando todo el camino. Cuanto antes atraparan a aquel hijo de mala madre, mejor. Después podría volver a trabajar con Insch, o con el inspector McPherson. Con cualquiera antes que con aquella maldita inspectora Steel.

A pesar de ser más de medianoche, en las calles había todavía bastante movimiento, sobre todo taxis. Taxis, autobuses y borrachos. Gente que iba de los pubs a los casinos, o a las salas de fiesta, o a los locales especializados que prometían bailes eróticos. En lo alto de la calle había un charco reciente de vómito en mitad de la acera que desprendía un sutil vapor, por lo que Logan lo rodeó, tratando al mismo tiempo de no pasar demasiado cerca del joven con la cara verdosa que se tambaleaba al lado. Desafiando el tiempo, el pobre memo iba vestido con unos tejanos y una camiseta de manga corta del equipo de fútbol del Aberdeen, cuya tela brillante se veía adornada de curry regurgitado.

Había un fish-and-chips no muy lejos, bajando George Street, donde pidió lo que le había encargado Steel, y para él una ración de bacalao extra con cebollas en vinagre y un par de latas de refresco Irn-Bru. Mientras regresaba a la zona portuaria, iba mordisqueando las patatas fritas, que le quemaban la lengua. El vomitador del Aberdeen Football Club se había ido, pero un grupo de chiquillas vocingleras vestidas con minifalda, top y tacones altos, llenaban el vacío insultando entre risitas a los transeúntes. Cambiaron de acera cruzando por el paso de peatones y dándose empujones entre sí. Blandiendo varias botellas de Bacardi Breezer, le pidieron a Logan que les diera patatas, y ante la negativa de éste se pusieron a gritarle «patético hijo de puta» a pleno pulmón. Logan exhaló un suspiro y continuó su camino, salvando el repecho y bajando la calle en pendiente. El bacalao estaba bueno, fresco, crujiente y esponjoso, y… mierda, eso era su móvil. Haciendo malabarismos con su cena y secándose los dedos llenos de grasa en el papel del envoltorio, se sacó el escandaloso teléfono del bolsillo al frío aire de la noche.

—¿Oiga? ¿McRae? —Una voz de hombre. Logan dijo que era por quien preguntaba—. De acuerdo, me han dicho que quería hablar conmigo. Agente de policía Taylor.

Logan tuvo que pensar unos segundos.

—Ah, agente Taylor —dijo por fin, mientras intentaba volver a doblar el papel por encima de las patatas fritas para conservar el calor—, patrulla usted por la zona del puerto, ¿no es así? Shore Lane, Regent Quay, todo eso, ¿verdad?

—Sí.

—Estoy buscando a una chica joven, de entre catorce y dieciséis años, que está por Shore Lane. Una lituana, no lleva mucho en la ciudad, es bonita, lleva el pelo como si hubiera salido de un viejo vídeo de rock. Me dijo que se llamaba Kylie Smith. La quiero a ella y/o a su chulo.

Se hizo un momento de silencio, y luego:

—No me suena, pero puedo preguntar por ahí.

—Estupendo. Y la siguiente: mujer, raza blanca, cuarenta y tantos, anorak de PVC, top negro de encaje, botas altas. Pelo corto, rubio, con permanente. Parece una habitual. Le han dado una paliza hace poco… necesito hablar con ella urgentemente.

Esta vez la respuesta fue inmediata.

—Parece la descripción de Agnes Walker, Agnes la Sucia para los amigos. Está en algún programa de metadona, diría.

—¿Tiene alguna dirección donde poder encontrarla?

El agente Taylor no la tenía en aquel momento, pero podía averiguarla. Logan le dio las gracias y colgó. Las patatas fritas de la inspectora Steel estaban aún bastante calientes cuando Logan llegó hasta el coche. Se zampó la cena entera sin decir palabra mientras Logan se bebía con desánimo una lata de Irn-Bru.

—Muy bien —dijo Steel, chupándose el último resto de sal de los dedos y acomodándose en su asiento—. De vuelta al tajo. —Al cabo de quince minutos estaba roncando.

Logan suspiró. Iba a ser una noche muy larga.

Hacia las dos y media despertó a la inspectora. Empezaba a dolerle la espalda de estar toda la noche sentado en la misma postura, vigilando para que no pasara nada. Mientras Steel parpadeaba, bostezaba y encendía un cigarrillo más, Logan salía a la oscuridad para estirar las piernas. El aliento se le condensaba alrededor de la cabeza, atrapado bajo las luces del puerto. Detrás de ellos había atracado un enorme navío mercante verde y azul, cuyas ventanas, vacías y oscuras, reflejaban el silencioso paisaje urbano. De los muelles llegaba un sonido metálico de golpes, y se veían a lo lejos las chispas y el resplandor de las soldaduras en un buque ruso, cuya pintura estaba cubierta de orín y suciedad. El estrépito de la puerta de un barco al cerrarse de golpe. El gemido de una grúa. Unos borrachos cantando.

Con las manos metidas hasta el fondo de los bolsillos, Logan partió de expedición por las calles del barrio chino de Aberdeen. Las salas de fiesta pronto echarían a los últimos clientes, lo cual representaría una última crecida de la demanda para las chicas de la calle: un polvo de pie con algún borracho en un sucio portal, o bien una oportunidad única en la vida de morir a golpes y ser abandonada en una cuneta cualquiera. Porque no parecía que la policía tuviera mucha idea de dónde ni cuándo, ni siquiera de si el asesino atacaría de nuevo o no. Esta noche, mañana, pasado mañana… Y suponiendo que fuera a atacar nuevamente, ¿cómo saberlo? Si no mordía el anzuelo y cogía a una de las chicas que hacían la calle de verdad, en lugar de a una de las Horror Sisters de la Operación Cenicienta, la Policía Grampiana no lo descubriría hasta que apareciera el cadáver. Y entonces vaya si les pedirían cuentas. Logan contempló con el entrecejo fruncido las callejas oscuras que daban a la calle principal, mientras se imaginaba los titulares: ¡RAPTAN A UNA MUJER, Y LA POLICÍA DE MIRÓN!; o bien: ¡EL ASESINO EN SERIE ATACA DE NUEVO DELANTE DE LAS NARICES DE LA POLICÍA!; o directamente: ¡EL SARGENTO MCRAE LA PIFIA DE NUEVO! «“El plan era mío”, ha declarado el antiguo Poli Héroe Logan (Lazarus) McRae, ahora caído en desgracia». Era una m***** de plan, pero yo insistí en que se llevara adelante. Lo único que teníamos que hacer era vigilar la calle, y ni siquiera eso hemos sabido. El tipo la raptó, y nosotros no pudimos mover ni un p*** dedo. «La Policía Grampiana ha comunicado hoy mismo la inmediata exclusión del cuerpo del sargento McRae».

Giró a la izquierda por Commerce Street, a unos metros de un minúsculo aparcamiento municipal, apenas un triángulo de asfalto con una máquina expendedora de tickets horarios. Estaba vacío, salvo por una furgoneta Transit sin distintivos policiales llena de policías. Reprimió el impulso de saludarles con el brazo. Se había levantado aire, un viento racheado y frío que le arrebataba la sensibilidad de las mejillas y le aguijoneaba las orejas. Dejó atrás la tienda de cerámicas y el mini parque industrial, asomándose al pasar por delante de las bocacalles. No había ya muchas chicas en las esquinas, asustadas quizá por el frío, o por la gran presencia policial. ¿Lo estaría también el asesino? Puede que se hubiera arredrado con un ejército de agentes de policía y de miembros del Departamento de Investigación Criminal vigilando. O puede que se le hubiera arrugado el pene por el frío y por mucho que le aplastara el cráneo a alguna pobre desgraciada con una piedra no iba a conseguir mucho. Cualquiera que fuese el motivo, Logan tenía la sensación de que su hombre no iba a dejarse ver aquella noche. Todo aquello no había sido más que una enorme pérdida de tiempo.

Le parecía que llevaba años en la esquina de aquella calle, con un frío que pela. Carga el peso del cuerpo en un pie, ahora en el otro, intentando reactivar la circulación, forma un cuenco con las manos y se las lleva a la boca y se echa el aliento, que sale formando una nube y le calienta momentáneamente la punta de los dedos, pero hasta este pequeño alivio se esfuma enseguida por efecto del viento gélido.

—Joder —masculla entre dientes para sí. Si no necesitara tanto el dinero…

Donde debería estar esta noche, con todos los derechos es en casa acurrucada delante del fuego con una botella de vodka y viendo algo entretenido en la tele. Pero eso era pedir mucho, por lo que parece. Dios le había prohibido a Joe mover el culo y salir a trabajar, por una vez en su vida. Pero no: era mucho mejor meterle mano al dinero de los gastos domésticos y largarse con lo que tenía guardado para pagar la luz. ¿Qué demonios iba a hacer sin electricidad? El puto contador a tarjetas ya estaba en la última lucecita. Así que Joe se va a gastárselo en priva y ella a hacer la calle. Con el frío que hace. Aunque nada más sea para poder tener luz y ver donde pisan.

—Encima de egoísta gilipollas.

No le había dejado ni para un paquete de tabaco. Había tenido que pedirle unos cuantos cigarros a Joanna. Arrugó la cara y frunció el entrecejo a la calle desierta. Hasta aquí hemos llegado. Ese vago cabrón va a tener que largarse. Si como mínimo se portara bien con ella. Qué va, siempre con exigencias, y con quejas, y… Un coche. Se enderezó y trató de sonreír, mientras el vehículo aminoraba la marcha. Era un buen coche, uno de esos nuevos que anunciaban en la tele. De quienquiera que fuera, no iba apurado de pasta. Se bajó el sujetador, que el escote enseñara todo lo posible.

Puede que al final la noche no fuera un fiasco completo.