Cuando llegó la ayudante del fiscal, la inspección ya estaba en marcha. El aparcamiento, cubierto de niebla, estaba hasta los topes de coches patrulla y vehículos policiales, necesitados todos ellos de un buen lavado. Aparcó en el extremo más alejado, obstruyendo la salida de un pequeño deportivo. Ya lo tenía ante ella: un caso de los gordos. Dos mujeres muertas en apenas una semana, ambas desnudas y brutalmente apaleadas. O se trataba de un asesino en serie, o la casualidad era mayúscula. Con una sonrisa postiza, se encaminó colina arriba, siguiendo el espectáculo luminotécnico intermitente de las linternas policiales entre la densa bruma. Un asesino en serie en su primer caso. Sí, claro, en rigor el caso era de la fiscal, pero ella la sustituía en aquellos momentos, era la que estaba al cargo de todo mientras no llegara la titular. Rachael Tulloch no podía haber imaginado una ocasión más propicia para sobresalir. Aquella investigación generaría muchísima publicidad, y la publicidad significaba promoción. Con tal que nadie la cagara y dejaran escapar al hijo de mala madre, claro estaba. Pasó con paso firme junto a un cordón de agentes uniformados, todos ellos con el chaleco amarillo reflectante puesto, que peinaban metódicamente el terreno, hurgando y tanteando entre la maleza. Todo tenía un aire de extrema eficiencia. Debía ser cosa del tal inspector Insch. Todos en la oficina de Aberdeen tenían un gran respeto por aquel hombre, a diferencia de algunos inspectores que ella sabía.
No había señales de Insch cuando llegó a lo alto de la colina. En cambio la mayor parte de la actividad que se desarrollaba en el claro tenía por centro a una figura más bien bajita que llevaba un mono CSI y de la comisura de cuyos labios colgaba un pitillo. A Rachael le dio un vuelco el corazón. Si era la inspectora Steel la que seguía estando al frente del caso, no había en modo alguno la menor opción de que fuera a tener un final exitoso. No es que hubiera trabajado mucho con la inspectora, tan solo habían coincidido en el caso de Rosie Williams y en el hallazgo de aquel tronco de perro en el bosque, pero de momento no la había convencido. Por el contrario, todo el mundo decía que la inspectora se había cargado el juicio a Gerald Cleaver del año anterior, un pederasta con unos antecedentes por maltratos y conducta violenta que se remontaba a años. Con casi veinte víctimas dispuestas a testificar, Steel había sido incapaz de lograr que lo condenaran. Ellos sí que estaban condenados al fracaso con ella… Pero eso no significaba que Rachael Tulloch no fuera a hacer su trabajo como era debido.
Enderezando los hombros, se metió en un mono blanco, se fue derecha a la inspectora Steel y le pidió que la pusiera al corriente. Y que si no podía quitarse ese cigarrillo de la boca. ¡Al fin y al cabo estaban en el escenario de un crimen! La inspectora arqueó la ceja y se la quedó mirando, concediéndose un silencio mucho más largo de lo necesario antes de preguntarle a Rachael si es que tenía algún tipo de dolor en el culo. Porque si no, las botas de agua de talla seis de la inspectora podían proporcionárselo. Rachael se quedó demasiado atónita para contestar.
—Escúcheme bien, Ricitos de Oro —dijo Steel, tirando al suelo la ceniza del cigarrillo, con voz fría e inalterada—. Me estoy fumando un pito porque ya hemos acabado de inspeccionar cada centímetro cuadrado de este claro. Soy inspectora detective y trabajo para la Policía Grampiana, no una cateta a sus órdenes a la que pueda manejar a su antojo. ¿Entendido? —La inspectora Steel se volvió y despachó al grupo de agentes que se había congregado a su alrededor con un amistoso—: Y vosotros moved el culo y seguid trabajando. Quiero este bosque entero patas arriba. ¡He dicho el bosque entero! No un cacho aquí otro allá. Buscad en las madrigueras, en los arroyos, bajo los arbustos, entre las ortigas, en el agujero del culo de los tejones: hay que inspeccionarlo todo.
Con un «sí, señora» se perdieron entre la niebla, dejando a la inspectora Steel y a una ruborizada ayudante del fiscal solas en medio del claro, rodeadas de esculturas que hedían a muerte.
—¿Quiere volver a intentarlo desde el principio? —preguntó la inspectora.
Logan deambulaba a su aire entre la niebla, siguiendo el sendero encharcado, supervisando a los equipos de búsqueda. Todo aquello no era más que una pérdida de tiempo, escudriñar de aquella manera entre la hierba mojada buscando unas pistas que allí no había. Al margen del bolso de la víctima, que debía estar siendo sometido a todas las pruebas imaginables por parte de la Oficina de Identificación, las inmediaciones del escenario del crimen estaban limpias. En nada contribuía el hecho de que el único lugar en el que podían haber encontrado algo tangible, el aparcamiento, estuviera repleto de vehículos de los equipos investigadores, «minibuses» y coches patrulla. Cualquier vestigio de prueba habría quedado hecho añicos en el barro y la grava aplastado por los incontables neumáticos policiales y por botas de la talla nueve. No era imposible que los equipos de búsqueda tuvieran suerte y encontraran algo que al asesino se le hubiera pasado por alto, pero Logan lo dudaba: había recogido a la chica, había estacionado el coche, la había obligado a salir bajo la lluvia, la había matado a golpes y había desnudado el cadáver. Punto final. Quienquiera que fuera, a buen seguro no se había puesto a caminar de aquí para allá por la montaña en plena noche, como si fuera un hada buena del bosque que se hubiera vuelto loca sembrando pistas.
Logan cruzó con tiento un resbaladizo puente y tomó colina arriba. El último de los equipos de búsqueda estaba en la parte sur del bosque, retrocediendo hacia el punto en que se había descubierto el cadáver. Por inútil que pudiera resultar, la inspectora Steel se había empeñado en que se hicieran las cosas siguiendo las normas. ¿Había tal vez todavía alguna esperanza para ella?
El equipo descendía paso a paso por una pendiente empinada cuando los encontró, hurgando entre la maleza con bastones y palos, por cubrir el expediente. Un rostro familiar le dirigió una mirada ceñuda mientras él pasó caminando con esfuerzo en sentido ascendente: aquella bruja gruñona del pasado lunes por la noche, la que la tenía tomada con él por lo que le había pasado al agente Maitland. Y entregada a la tarea junto a ella había alguien a quien no esperaba ver allí: la agente Jackie Watson, hurgando en un arbusto de acebo, sirviéndose del brazo escayolado para aguantar una rama cubierta de hojas espinosas mientras azuzaba el matorral con un palo. Ella tampoco pareció alegrarse mucho. Él la llevó aparte.
—¿Qué diablos haces aquí?
—Tranquilo —sonrió ella—. No estoy aquí de verdad. Ahora mismo estoy cotejando datos estadísticos sobre los crímenes de la división del año pasado, para clasificarlos. Eso es lo que pone en la lista de tareas, así que tiene que ser verdad.
—¡Jackie, no puedes hacer este tipo de cosas! ¡Se supone que solo puedes realizar tareas ligeras, no de pleno servicio! ¡Como se entere la inspectora, te va a caer una buena!
—¿Steel? ¿A esa qué más le da? Oye, solo quería salir un poco de la oficina, ¿vale? Hacer algo útil de verdad, para variar, lo que hace un policía, en lugar de estar revolviendo papeles todo el día. —Jackie lanzó una mirada por encima del hombro; un sargento con cara de carpa dorada se acercaba directo hacia ellos, con un bronceado artificial, inflando las mejillas al resoplar y los ojos como pelotas de ping-pong—. Vamos, lárgate, me voy a ver en un lío por tu culpa.
—¿Hay algún problema? —preguntó el sargento. Logan miró una última vez en dirección hacia la agente Watson y dijo que no, que no había ningún problema. ¿Cómo iba la búsqueda? El Sargento Cara de Pez arrugó la nariz—. Estamos a kilómetros del escenario del crimen, no hay forma humana de que nadie acarreara con un cadáver por todo este terreno, pudiendo arrastrarlo a lo largo de una distancia muy inferior desde el aparcamiento. Esto es una total pérdida de tiempo para todos.
Logan se expresó en tono tranquilizador: era necesario proceder con meticulosidad, todo el mundo valoraba el esfuerzo de su equipo, y bla, bla, bla… La agente gruñona se había quedado rezagada mientras Logan dialogaba con el sargento Carpa Dorada, desentendiéndose de la línea que formaban los demás y que seguía avanzando lentamente entre la niebla.
—¿Qué demonios estamos haciendo aquí? —preguntó con la cara roja como un culo que hubiera recibido una buena azotaina.
Logan apenas pudo abrir la boca, antes de que el sargento contestara por él bramando:
—Está aquí porque se la supone una maldita agente de policía y así se lo han ordenado. ¡Vuelva al trabajo y mueva el trasero de aquí si no quiere que la mande a Peterhead de una patada en el susodicho!
Ella le dirigió a Logan una mirada ceñuda, como si fuera culpa suya que la hubieran abroncado, y acto seguido giró sobre sus talones y se puso a atizar el arbusto más cercano con toda la saña de que pudo hacer acopio, mascullando obscenidades entre dientes mientras recuperaba su puesto en la fila junto a la agente Jackie Watson. Treinta segundos más tarde Jackie lanzó una mirada de enojo en dirección hacia Logan, y éste exhaló un suspiro. Aquella condenada mujer debía estar echando pestes de él a Jackie. Y a juzgar por la expresión de ésta, parecía como si estuviera de acuerdo. Podía ir olvidándose de volver a estabilizar la relación. Aquella tregua alimentada a base de curry había durado un día.
Ya había tenido suficiente, Logan estaba dispuesto a… Cuando un grito repentino desgarró la niebla, para quedar de inmediato ahogado por los árboles y la niebla. Se produjo un breve silencio que se prolongó no más de un segundo, y todo el mundo reaccionó al unísono. Logan se lanzó colina abajo en dirección al equipo de búsqueda, al igual que el sargento Carpa Dorada, que corría a toda velocidad hacia el lugar de donde había partido el grito. Se detuvieron, entre resbalones, en lo alto de una pendiente casi vertical, repleta de macizos de ortigas urticantes y de puntiagudas aulagas. Hacia la mitad de la pendiente, apenas visible entre la niebla que se arremolinaba, distinguieron a una agente caída de espaldas en medio de un montón de matas de ortigas. Con la aceleración en su carrera al caer cuesta abajo se le habían subido el jersey y la camisa hasta los hombros, por lo que le había quedado al descubierto su blanca piel, que empezaba ya a ponérsele roja a causa de las picadas de las ortigas. Soltaba una larga sarta de improperios.
—¿Está bien? —gritó el sargento Cara de Pez.
Nueva retahíla de injurias.
Con un sobresalto, Logan advirtió la presencia de Jackie al borde de la pendiente, mirando hacia abajo a la maltrecha figura de la mujer, mientras ésta se pinchaba por todas partes aún más a conciencia a cada intento de levantarse.
—La agente Buchan —dijo Jackie, señalando hacia ella—. Se habrá resbalado, supongo… —sonrió.
Al cabo de cinco minutos conseguían rescatar a Buchan de la pendiente infestada de ortigas. Resoplando, jadeando, rascándose y maldiciendo, trepó cuesta arriba lanzando puyas con la mirada hacia la agente Watson durante todo el proceso. Tenía la piel de un rojo encendido desde el alambre inferior del sujetador hasta la cintura de los pantalones. Todo lo que quedaba entre medio estaba hinchado, lleno de ronchas e irritado, y le picaba como mil demonios, hasta el punto que no podía bajarse siquiera la blusa y el jersey, porque entonces aún le dolía más y… y… El sargento Cara de Pez la mandó a casa. Mientras bajaba cojeando por el camino, con los brazos separados del cuerpo para no tocarse la dolorosa erupción roja que le rodeaba el torso, el sargento le confió a Logan que aquello no podía haberle pasado a una persona más encantadora. Jackie le guiñó el ojo por todo comentario.
—Tú no habrás tenido nada que ver con esto, ¿no? —le preguntó cuando volvieron a quedarse un momento solos.
Una amplia sonrisa se dibujó en su cara.
—Nadie que hable mal de mi chico puede salir indemne.
Logan les dejó a su tarea, y bajó sonriendo el tramo de colina hasta el camino principal. Era la una menos diez, según su reloj. Si él y la inspectora Steel se daban prisa, aún podían volver a jefatura y comer un bocado antes de que Isobel acometiera la autopsia a la una y media. Cogió un atajo y subió con esfuerzo la cuesta que quedaba a un lado del camino, en dirección al claro y las ominosas esculturas. Al llegar a lo alto de la pequeña elevación, la niebla se impregnó de un dorado resplandor difuso. Un solitario rayo de sol había atravesado la blanca penumbra, iluminando el borde del claro, donde dos hombres vestidos de negro levantaban a pulso una bolsa de plástico azul para restos humanos y la introducían en un ataúd de metal con el interior afelpado para su traslado al depósito. La inspectora Steel estaba hablando con la fiscal, sin dejar de señalar y de asentir con seriedad a las intervenciones de la letrada. Logan se quedó a la espera en las inmediaciones mientras ellas repasaban los pormenores en torno al escenario del crimen. Alguien tosió a su lado, y Logan se volvió para encontrarse con la nueva ayudante del fiscal ataviada con un equipo CSI completo. El ensortijado cabello se le salía por debajo de la goma elástica del gorro que le enmarcaba el rostro. Sus verdes ojos brillaban por encima de la mascarilla.
—¿Cómo va la inspección? —preguntó ella.
Logan le dio las explicaciones oportunas, omitiendo el lenguaje soez y la caída de la agente Buchan. Rachael asintió con la cabeza cuando él llegó a la conclusión, como si hubiera estado esperándola todo el rato.
—Comprendo… —Una larga pausa para transmitir que reflexionaba profundamente—. ¿Qué han hecho con el bolso?
—¿Por qué lo dejó ahí el asesino, quiere decir? —Guardó silencio, mientras lo pensaba—. Dos opciones: una, para dejarnos un mensaje, algo que pueda haber dentro del bolso, o que él haya cogido del bolso, y que presuntamente tenga un significado; dos, que haya cometido un error. Puede que ella se lo arrojara para defenderse, y que luego él no lo encontrara en la oscuridad, después de acabar con ella. O que a ella se le cayera mientras huía… —Se encogió de hombros—. Con tan solo dos cadáveres es difícil decir qué forma parte y qué no de su pauta de actuación.
—¿Tan solo dos cadáveres? Cielo santo. —Rachael contempló el escenario del crimen, el bisonte desvencijado, la pequeña pasarela de metal, la cinta policial que acordonaba el lugar—. ¿Cuántas veces son necesarias?
Estaba a punto de contestarle, cuando la inspectora Steel lo llamó por señas y él tuvo que repetir otra vez las novedades acerca de la inspección: nadie había encontrado nada.
—Pocas veces da resultado —le dijo Steel a la fiscal—, y más habiendo pasado tanto tiempo a la intemperie y bajo la lluvia, pero no pienso dejar nada al azar. —Se cuadró de hombros y alzó su puntiaguda barbilla, haciendo que se le estirara la papada—. Hay un asesino suelto, y vamos a coger a ese hijo de mala madre.
Logan trató de no atragantarse. Era la cosa más cursi que había oído en toda la semana. Pero la fiscal parecía haber quedado convencida. También ella adoptó una cierta pose, pidió a todos que la mantuvieran al corriente (y si había algo que ella pudiera hacer, etc.) y les dejó a lo suyo, llevándose a su ayudante consigo. Rachael se volvió a mirar por encima del hombro, y sus ojos verde esmeralda se cruzaron un instante con los de Logan, antes de desaparecer. Él la vio esfumarse en la niebla, y dijo:
—Le ha echado un poco de dramatismo, ¿no?
Steel se encogió de hombros y se sacó del bolsillo un paquete de tabaco, vacío. Lo sacudió y escudriñó en su interior, como si con ello fuera hacer que aparecieran algunos cigarrillos como por arte de magia.
—En nuestra situación, necesitamos hacer todos los amigos que podamos. Ahora la fiscal y Ricitos de Oro volverán a jefatura y le dirán al jefe de policía que no estamos arruinando el caso. Que estamos haciendo las cosas tal como mandan las normas. —Sonrió y estrujó el paquete vacío que tenía en la mano—. Las cosas empiezan a ir a nuestro favor, lo siento aquí dentro.
—Naturalmente se habrá dado cuenta de que esto descarta a Jamie McKinnon como asesino en serie —dijo Logan, mientras observaba cómo los encargados de la funeraria se llevaban el ataúd del claro—. Si la víctima fue asesinada hace tres días, eso nos lleva al viernes por la noche… Jamie estaba encerrado en Craiginches.
Steel dejó escapar un suspiro.
—Sí, ya lo sé, pero una chica puede tener sus sueños, ¿no?
La una y media en punto y el depósito de cadáveres de jefatura se llenaba de gente por momentos. Además de Isobel, de su ayudante Brian, de la inspectora Steel y de Logan, estaban presentes la ayudante de la fiscal con su superiora, el forense supervisor, el doctor Fraser, un fotógrafo de la Oficina de Identificación, el detective superintendente al frente del Departamento de Investigación Criminal y sus dos agentes ayudantes. Era como un Quién es quién de las fuerzas de seguridad de Aberdeen, todos ellos preocupados ante la posibilidad de tener un nuevo asesino en serie ensañándose con la ciudad, y sabedores de que el caso se convertiría en un embrollo político tan pronto llegara a oídos de los medios de comunicación. Hasta el mismo Dios en persona se había hecho presente: el jefe de la policía ocupaba el lugar de honor a la cabecera de la mesa. Logan se preguntó si bendeciría la mesa antes de que Isobel se pusiera a trinchar.
Logan podía casi oler la ansiedad expectante en la sala mientras Isobel iniciaba el examen externo del cadáver estirado sobre la tabla de disección. Siguiendo sus instrucciones, los técnicos de Identificación, que habían reconocido el cuerpo en busca de restos de pruebas bajo la atenta mirada de su ayudante, habían colocado a la víctima en la posición exacta en que había sido hallada sobre el suelo del bosque: tumbada de costado con las piernas dispuestas en forma de tijera sobre la brillante superficie de acero inoxidable, y un brazo desplegado sobre la cabeza. La espesa línea violácea de la sangre acumulada marcaba la horizontal con una exactitud como trazada con nivel de burbuja. Le habían quitado la bolsa de plástico azul para congelador de la cabeza, por lo que se apreciaban los golpes en la cara y los ojos saltones e inyectados en sangre. Como si mirara con indignación a las personas reunidas en torno a la mesa. En aquella escena había algo que hizo que Logan se estremeciera. Aquella no era una autopsia normal, en que el cadáver está tumbado de espaldas, limpio después de haberlo lavado, y clínicamente muerto. Pero dispuesto allí tal y como había sido hallado, era como si en cierto modo todos ellos estuvieran practicando un ejercicio de voyeurismo a costa del íntimo y último momento de existencia de la víctima. Como si aquello también formara parte de la actuación del asesino. La escena final entre aquella maltratada y su embrutecido actor. Logan se estremeció de nuevo. El agente Steve tenía razón: verdaderamente estaba volviéndose de lo más morboso.
Tres horas después el público de Isobel estaba pálido, silencioso y preso de un ligero temblor, congregados de pie en la sala de reuniones del segundo piso, por lo demás vacía. Habían mandado a un agente que pasaba por allí a que fuera a buscar café, no la porquería de plástico de la máquina automática, sino café de verdad, del reservado para las reuniones de alto rango y las ocasiones especiales. El jefe de policía consideró que todos lo necesitaban, y Logan no iba a estar en desacuerdo.
Isobel estaba en un rincón con el doctor Fraser, sonriendo con modestia mientras él la felicitaba por haber practicado una autopsia de primera. A fondo. Muy reveladora. Alguien murmuró, detrás de Logan:
—Por Dios, ¿era necesario despellejarle la cara a la pobre desgraciada para examinarla?
En el frente de la sala, el jefe de policía acababa de decirle algo a la fiscal, y ambos reían. La nueva ayudante del fiscal consiguió esbozar una sonrisa de cumplido, pero seguía con la cara descompuesta. Cuando las risas se acallaron, el ayudante del jefe de policía hizo tintinear su taza de loza con una cucharilla y todo el mundo guardó silencio. Era el momento de autopsiar la autopsia. Isobel les introdujo a todos en la secuencia de los acontecimientos tal como los veía ella, ilustrando los puntos principales mediante diagramas en una pizarra blanca de las fracturas en el cráneo, las costillas y las extremidades. Como si fuera una versión diabólica del Pictionary.
—La muerte se produjo por asfixia —dijo, mientras trazaba un círculo rojo alrededor de la cabeza del cadáver que había dibujado en la pizarra—, debida en parte a la bolsa de plástico que cubría la cabeza de la víctima, y en parte a neumotórax: perforación en el pulmón derecho, al final de la cuarta y la quinta costillas. Se le llenó de aire la caja torácica, lo cual llevó al colapso pulmonar. La cianosis debió resultar rápida y mortal. —Entonces la Steel formuló la pregunta cuya respuesta todos se morían por conocer: ¿se trataba del mismo modus operandi que en el caso de Rosie Williams? ¿Era el mismo hombre el que había matado a las dos? Isobel esbozó una sonrisa condescendiente—. Bueno, inspectora, estoy segura de que es usted consciente de lo manifiesto que es el carácter que conjetura que pueda tener cualquier…
Pero Steel no estaba para deducciones:
—Responda sí o no.
Isobel se puso rígida.
—Es posible. Es cuanto puedo decir sobre el particular.
La inspectora no quedó muy convencida.
—¿Es posible?
—Bien, es obvio que la primera víctima no tenía la cabeza tapada con una bolsa de plástico… Tendré que revisar las anotaciones de la autopsia anterior…
La inspectora Steel hizo un gesto amplio con el brazo, dirigido vagamente a Isobel, interrumpiéndola:
—Pues entonces propongo que las revise ahora mismo. Necesitamos saber si estamos buscando a un psicópata pervertido, o si son dos. —Al ver que Isobel no se movía, añadió—: A menos que tenga otra cosa más importante que hacer, quiero decir.
Aguijoneada, Isobel dejó la taza de café encima de la mesa que tenía más a mano, hizo un asentimiento con la cabeza dirigido al jefe de policía, agarró a Brian y abandonó la sala, prometiendo dejarle un informe a la inspectora encima de la mesa de su despacho en menos de una hora. Se produjo un momento de silencio, durante el que la mirada de todos fue de la inspectora Steel a las puertas que se cerraron tras el paso de Isobel, y a la inspectora de nuevo. Steel forzó una sonrisa:
—No pienso correr ningún riesgo en todo este caso —dijo a toda la asamblea alto y claro—. Hay vidas en juego.
Y entonces se dispararon las preguntas: inspectora, ¿qué piensa hacer? ¿Qué le decimos a la prensa? ¿Cuántos hombres necesitará? La inspectora Steel había adoptado una expresión inmutable, pero Logan veía cómo por dentro estaba dando la vuelta de honor. Era su regreso.