Capítulo 6

Registraron la entrada de Jamie en jefatura, el médico de servicio le echó un vistazo y lo metieron en la sala de interrogatorio número tres. Donde manifestó:

—¡Dios, parece un horno aquí dentro!

No era ninguna tontería. A pesar de que fuera hacía un sol que partía las piedras, el radiador seguía desprendiendo calor. Pero todas las demás salas de interrogatorio estaban ocupadas, así que tuvieron que aguantarse.

Sudando y rezongando, Logan dispuso las cintas para la grabación, la de audio y la de vídeo, realizó las introducciones pertinentes, fecha, hora y asistentes, y se hizo a un lado para dejar que la inspectora Steel condujera el interrogatorio.

Silencio.

Logan dirigió la mirada hacia Steel. Ésta le observaba con expresión de perplejidad.

—¿Y bien? —le dijo finalmente—. Adelante. Hace mucho calor como para estar perdiendo el tiempo.

No podía ser de otra manera, una vez más iba a tener que hacer él todo el trabajo.

Exhalando un suspiro, Logan sacó un puñado de fotografías del cadáver de Rosie.

—Háblanos de Rosie Williams.

Jamie frunció el ceño.

—No diré nada hasta que haya visto a un abogado.

Steel gruñó:

—¡Otra vez! ¡No! Según la ley escocesa, no tienes derecho a asesoramiento legal hasta que hayamos terminado contigo. Así que nada de abogados. Primero el interrogatorio y después el abogado. ¿Comprende[1]?

La expresión ceñuda de Jamie no se suavizó.

—Está mintiendo, lo he visto en la tele. Tienen que darme un abogado.

—No, no es así. —Steel se despojó de su chaqueta gris carbón, mostrando unas grandes manchas de sudor bajo los brazos de su camisa roja—. La tele es la que te engaña. Lo que sale en la tele es el sistema legal inglés, que no es igual. Aquí no tenemos que esperar como unos mamones a que venga un capullo baboso a ayudarte a inventar mentiras. Y ahora vamos al grano y cuéntanos por qué mataste a Rosie Williams, a ver si podemos largarnos todos de este jodido invernadero.

—¡Yo no he matado a nadie!

—Deja ya de dar por saco, Jamie, no estoy de humor.

Él se hundió en el asiento, rumiando unos segundos.

—¿En serio no van a traerme un abogado?

—¡Que no! Háblanos de una maldita vez de tu relación con Rosie Williams antes de que te estire de esa barba de chivo ridícula y te la arranque de la cara, ¡pelo a pelo!

Jamie levantó las manos para protegerse.

—¡Está bien, está bien! Éramos… bueno, ya saben… estuve un tiempo con ella…

—Eras su chulo.

—Lo pasábamos bien juntos, ya saben…

—¿Lo pasabais bien? ¡Pero si Rosie tenía edad para ser tu abuela! ¿Ella en la calle todas las noches, follando por dinero, mientras tú, qué, en casa cuidando a los niños?

Jamie bajó los ojos, mirándose las manos.

—No era tan vieja.

—¡Pues claro que era vieja! ¡Y fea como un demonio, además!

—¡No lo era! —La voz de Jamie subía en intensidad a cada palabra—. ¡No era fea!

Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Steel.

—La querías, ¿verdad?

Jamie se ruborizó y apartó la mirada.

—Sí, la querías, ¿eh? La querías y ella salía a hacer la calle todas las noches, a meterse en la boca la polla de cualquier desconocido. A tirárselos en los portales. Tu preciosa Rosie, ahí fuera en la calle con…

—¡Cállese! ¡Cierre esa maldita boca…!

—Por eso la mataste, ¿eh? Estabas celoso de no tenerla en exclusividad. Cualquiera la podía tener por el precio de una hamburguesa.

—Cállese…

Steel se arrellanó en su asiento, rascándose someramente en la mancha húmeda bajo el brazo izquierdo. Hizo un gesto de asentimiento dirigido a Logan, y éste le preguntó a Jamie dónde estaba entre las once de la noche del lunes y las dos de la madrugada del martes.

—En casa. Durmiendo. —Pero había algo en sus ojos—. Suzie puede decírselo, ella estaba conmigo.

La inspectora Steel arqueó una ceja.

—No en la misma cama, espero. —Jamie se limitó a mirarla enfurruñado—. Tenemos una brigada poniendo patas arriba tu apartamento: encontrarán restos de sangre de ella, ¿verdad que sí? Le zurraste de lo lindo, debiste acabar perdido de sangre. —Se inclinó hacia delante en el asiento, dando golpecitos en la mesa con un dedo teñido de nicotina—. Tampoco debía ser la primera vez que le pegabas, ¿eh? Ella te había echado de su casa por eso mismo.

—¡Yo no quería hacerle daño! —Las lágrimas empezaban a aflorar.

La sonrisa de Steel se hizo triunfal.

—Pero se lo hiciste, ¿verdad? Tú no querías, pero le hiciste daño de verdad. ¿Fue accidental? Vamos, Jamie, te sentirás mejor si nos lo cuentas.

Una hora después seguían sin haber podido arrancarle nada más. Y como dijo Steel, hacía demasiado calor en la sala de interrogatorio como para quedarse más tiempo allí dentro. Así que todos bajaron al piso de abajo, Jamie McKinnon a una celda y Logan y la inspectora Steel a la cantina. Latas heladas de Irn-Bru por todas partes.

—Santo Cristo, esto es otra cosa —dijo Steel dos minutos más tarde, de pie en la terraza de atrás, rodeados por los coches patrulla y demás vehículos del cuerpo, con la bebida en una mano y un cigarrillo consumiéndose en la otra—. Que la fiscal vea la grabación. «Yo nunca quise hacerle daño». Joder, no necesitamos más que un par de testigos y a reír. —Sonrió y dio un trago de Irn-Bru—. Sabía que solo era cuestión de tiempo que mi suerte cambiase.

Por desgracia la de Logan no había cambiado. Con «no necesitamos más que un par de testigos», lo que la inspectora Steel había querido decir en realidad era que Logan debería cambiar de turno y pasarse las dos noches siguientes de aquí para allá charlando con las prostitutas de la zona del puerto. La primera vez en siglos que su turno coincidía con el de Jackie, y la inspectora quería que lo cambiara otra vez. Jackie iba a asesinarlo por ésta.

—Es usted joven —le dijo Steel cuando él se quejó—, lo superará. Mejor váyase a casa después de comer. Échese una siestecita. Mientras tanto, vamos a buscar a la fiscal…

La fiscal y su nueva ayudante vieron sentadas en silencio toda la grabación del interrogatorio de Jamie McKinnon. La cinta era un buen comienzo, pero no era suficiente para garantizar una condena, por lo que necesitarían algo real, pruebas periciales tangibles.

—Hablando de eso —dijo Rachael Tulloch, ayudante estrella del fiscal—, ¿cómo va el tema de los profilácticos?

La fiscal pareció por unos instantes desconcertada mientras Logan hablaba de los doscientos trece preservativos de segunda mano que se conservaban en los congeladores de muestras del depósito. Hubiérase dicho que era la primera vez que oía hablar del espectacular plan de su ayudante. Rachael tuvo al menos el decoro de ruborizarse y admitir que eran bastantes más condones de lo que había pensado en un principio, pero ahora que tenían a un sospechoso bajo arresto, ¿no podían comparar su ADN con el de los condones? ¿Para probar que estuvo allí? La fiscal guardó silencio unos segundos, reflexionando acerca de ello, hasta que finalmente convino que tampoco perderían nada. Logan reprimió un gruñido. Isobel le echaría la culpa a él de todo ese trabajo que le venía encima. Se consoló pensando que de todas formas él ya no le gustaba mucho a ella.

Cuando bajó al depósito para transmitirle las malas noticias, Isobel estaba inclinada de nuevo sobre su cerebro en formol. Su reacción al requerimiento de Logan de analizar el ADN fue más o menos la esperada. Solo que con más juramentos.

—A mí no me mires —dijo cuando ella hizo un descanso para respirar—. Ya te lo dije, es cosa de esa ayudante del fiscal nueva. Le ponen los condones usados. ¿No se puede comprobar el grupo sanguíneo del semen y comparar el ADN solo de los condones que sean del mismo grupo que el de Jamie McKinnon?

Isobel reconoció a regañadientes que eso ahorraría bastante trabajo. Pero no la hacía más feliz. Mascullando entre dientes, sacó los condones del congelador, donde apenas habían tenido tiempo de ponerse duros. Por segunda vez en su vida.

Logan se miró el reloj y la dejó con su trabajo. Si se daba prisa aún podía comer con Jackie en la cantina antes de volver al apartamento e intentar dormir un poco. No tenía muchas esperanzas, siempre le costaba adaptarse al turno de noche, y otras veces había tenido un par de días de margen para hacerse a la idea. Al cuerno la dieta. Hoy cogería las patatas fritas de acompañamiento de la lasaña. Y pudin de tapioca.

Aunque pensándolo mejor, no sabía si era la opción más sensata. Mirando aquella masa coagulante en el cuenco, toda blanca con grumos translúcidos flotando dentro, no podía evitar pensar en Isobel, allá abajo en el depósito de cadáveres, descongelando lentamente sus condones. Con un estremecimiento, dejó el cuenco de tapioca a un lado.

—Maldita puta entrometida. —Jackie acuchilló furiosa su bizcocho con mermelada con la cucharilla—. ¿Quién le manda a ella trastocarte el turno? Si tienes que salir esta noche y la de mañana… —Hizo el cálculo con los dedos—. ¡Eso hace que vayas seis días por delante con respecto a mí! ¡Con lo que nos había costado hacer coincidir los turnos!

—Ya lo sé, ya lo sé. Solo he de conseguir volver a cambiar el mío. Dios sabe cuándo.

—Y yo me había hecho mis planes.

Logan levantó la vista del plato.

—Ah ¿sí? ¿Vamos a salir a algún sitio?

—No, ahora ya no, vas a pasarte dormido todo el viernes. —Cucharillazo, cucharillazo, cucharillazo—. Te lo juro, ¡sería capaz de matarla!

—Oh, oh, hablando del ruin de Roma…

La inspectora Steel estaba en la puerta del comedor, con el cuello estirado. Buscaba a alguien. Y Logan tenía una ligera idea de a quién podía ser. Estaba a punto de agacharse bajo la mesa, fingiendo que se le había caído el tenedor o lo que fuera, cuando ella lo vio.

—¡Eh! ¡Lazarus! —gritó, a lo que Logan torció el gesto. Todas las miradas se volvieron hacia ellos—. ¿Has terminado? —No esperó a que él contestara—. Venga, vamos, tenemos que acudir a una llamada.

Jackie se inclinó sobre la mesa y le dijo en voz baja:

—¡Yo pensaba que tenías que ir a casa a dormir un poco!

La había encontrado una tal señora Margaret Hendry cuando había sacado a pasear a su perro Jack, en el bosque de Garlogie. Es decir, propiamente era Jack el que la había encontrado, cuando se había adentrado dando saltos entre la maleza, ladrando alborozado. Al ver que no regresaba, por mucho que lo llamara, Margaret había ido tras él agachándose bajo los árboles. Estaba junto a un pequeño claro, atrapada entre las raíces de un árbol caído: una maleta roja, lo bastante grande para contener ropa para una semana entera. El olor echaba para atrás: a carne apestosa en descomposición. Naturalmente Jack había ido derecho a la maleta, colgado del asa, con sus cuatro patitas apoyadas con fuerza en el suelo tratando de meterse dentro. En fin, que no había que pensar mucho para relacionar el hedor con el contenido de la maleta, así que Margaret había cogido el móvil y había llamado a la policía.

La sucia furgoneta Transit blanca de la Oficina de Identificación estaba tirada en el área de descanso, justo detrás de un visible coche patrulla, por lo que Logan tuvo que aparcar el herrumbroso Vauxhall a medias en el arcén de hierba y esperar que nadie se empotrara por detrás. El detective Rennie se bajó a trompicones del asiento trasero del coche, sacudiéndose la ceniza de la cara y el pelo. Steel se había pasado los quince kilómetros del viaje desde Aberdeen con la ventanilla del pasajero bajada, haciendo que la ceniza de su cigarrillo revoloteara formando espirales por todo el interior del vehículo como una mini tormenta de nieve, razón por la cual Logan había elegido conducir él. Esperó a que la inspectora lo mandara por delante al escenario del crimen antes de preguntarle a ella si eso significaba que no tendría que permutar su horario al turno de noche.

—¿Hmm? —Steel se lo quedó mirando distraída, mientras cogía tres equipos blancos policiales reglamentarios de una caja del maletero—. No —dijo finalmente—. Lo siento, pero sigo necesitando que vaya a ver si encuentra testigos. Los dos sabemos que la coartada de Jamie es una mamarrachada. Solo nos falta probarlo.

—Entonces ¿por qué me ha traído aquí? —La pregunta sonó ligeramente lastimera, pero a Logan le traía ya sin cuidado.

Steel suspiró.

—¿Y qué quiere que haga? ¿Sabe por qué nos llaman la Brigada Cagada? ¿La Patrulla Lajodí? ¿La Fábrica de Chapuzas? Porque todo mamón que no sabe ni dónde tiene el culo acaban enviándolo con nosotros. Cuestión de mantener apartados a los gilipollas más inútiles allá donde no molesten… Si nos han pasado este aviso es porque todos los que son mínimamente competentes estaban ocupados. —Sonrió con tristeza—. Tenemos un cadáver dentro de una maleta, Logan, ¿en quién más podía confiar para traérmelo conmigo? ¿En esa pandilla de tarados que me ha caído encima? —Le entregó uno de los equipos de protección—. Pero no se preocupe, no tiene que hacer el turno entero esta noche. A las dos váyase a casa. Considérelo una partida extra. —Le dio unos golpecitos en el brazo y se adelantó por la pista llena de baches hacia el interior del bosque, dejándolo atrás maldiciendo en silencio.

Encontraron al detective Rennie a un lado de la pista, a poco menos de un kilómetro de la carretera principal. Había ramas rotas y señales de haberse arrastrado algo sobre la pardo-amarillenta alfombra de agujas de pino.

—Aquí —dijo señalando con el dedo, orgulloso de sí mismo. Logan le dio el equipo de protección para que lo llevara. Como decía la inspectora, eso era delegar.

En el interior del bosque se estaba más fresco. La luz del sol moteaba el terreno a sus pies, tamizada por las copas de los árboles de afiladas agujas verdes.

Debería haber habido una calma total bajo las puntiagudas ramas, pero no era así. Oían un torrente de improperios entremezclado con serviciales sugerencias procedentes de más adelante. Y no mucho después empezó el olor. Un hedor rancio que revolvía el estómago. Entre ligeras arcadas, Logan probó a respirar por la boca. El gusto era levemente mejor que el olor, pero no mucho.

Llegaron a un pequeño claro, donde había un viejo pino caído como una inmensa pieza de dominó, llevándose por delante varios árboles más pequeños en su caída. Ahora yacía de lado, señalando hacia la pista, con las raíces en posición vertical como una espalda quemada por el sol, ocultando el principal atractivo a la vista. El equipo de la Oficina de Identificación estaba allí, tratando de montar mal que bien una tienda CSI sobre la parte baja del árbol. Tres de ellos tiraban de la lona azul, poco colaboradora, mientras otros dos se esforzaban por hacer pasar la otra parte por encima de las raíces del árbol. De pie al otro lado del claro había una mujer de mediana edad vestida de calle. Llevaba un Jack Russell terrier de la correa, dando saltos de un lado para otro a sus pies. Un joven agente uniformado se cuadró al ver acercarse a la inspectora Steel.

—No se moleste —pidió Steel, cogiendo un nuevo cigarrillo—, tráteme sin formalismos.

Sonriendo, el agente les contó que la señora Hendry le había conducido hasta aquel lugar, y que él había llamado a la Oficina de Identificación tan pronto había visto la maleta. Un médico de guardia y un forense estaban en camino. Como también el fiscal.

—Buen chico —dijo Steel cuando hubo concluido—. Si yo fuera el inspector Insch, le daría un caramelo. —En lugar de caramelo le ofreció un pitillo, ante el espanto del agente. Sin duda no era correcto fumar en el escenario del crimen. ¿Qué pasaba con la contaminación?—. Ya, seguramente tiene razón —dijo Steel, dando una calada.

Le pidieron a la señora Hendry que volviera a contarles su versión de los hechos. No, ella no había tocado nada; bueno, era lo que había que hacer, ¿no? No tocar nada cuando uno se encontraba un cadáver en una maleta.

Steel esperó a que acompañaran a la señora Hendry y a su perro-monstruo fuera del establecimiento antes de entrar en acción.

—Bien. —Cogió uno de los monos blancos que llevaba Rennie y se apoyó en Logan para no perder el equilibrio mientras se metía los pantalones por dentro de los calcetines y se embutía en la prenda. Una vez todos vestidos adecuadamente, solo con la cara a la vista, ella se dirigió con paso decidido hacia donde el equipo de identificación había conseguido casi erigir la tienda. El aire se había llenado de moscas—. ¿Piensan pasarse todo el día? —les preguntó.

Un hombre delgado con un bigote color gris suciedad le respondió con el ceño fruncido:

—No es tan fácil, ¿sabe?

—Palabrería. ¿Ya han abierto la maleta?

Ni intención, fue la audible respuesta. Últimamente no sabe cómo será el forense que te van a mandar, y si te toca la MacAlister tus testículos pueden acabar en un bote con formol por haberle desordenado el escenario del crimen. De modo que esa maleta iba a quedarse cerradita donde estaba hasta que ella, o en su defecto el médico de servicio, estuviera presente. Steel se quedó mirando la maleta de tela roja.

—Esto parece Navidad, ¿eh? —le dijo a Logan—. El regalito, al pie del árbol. Sabes lo que hay dentro, pero no puedes abrirlo hasta que llegue Santa Claus. No creo que por una miradita pase nada, ¿no?…

Hizo ademán de entrar en la tienda, pero Bigote Sucio la detuvo en el umbral.

—No —le dijo—. ¡No hasta que venga el forense!

—Oh, vamos, ¡el caso es mío! ¿Cómo diablos quiere que coja al malo si no me deja echar ni un vistazo?

—Podrá mirar todo lo quiera cuando lo diga el forense. Hasta entonces la zona permanecerá sellada. Además —señaló el cigarrillo que sobresalía de la comisura de los labios de la boca de la inspectora—, ¡usted ahí no entra con eso!

—Oh, por el amor de Dios…

Y la inspectora Steel se alejó arrastrando los pies para poder fumarse el pitillo y enfurruñarse en paz. Al cabo de diez minutos, o de cigarrillo y medio, se oyó la voz de «¿hola?», y los crujidos y chasquidos de alguien que se abría paso entre las ramas.

Era la nueva ayudante del fiscal, ataviada ya al completo con su mono CSI y las bolsas azules a juego para recubrirse los zapatos, a pesar de que el resto de sus acompañantes iban todavía vestidos con la ropa normal. Detrás de ella venía la fiscal titular, enfrascada en plena conversación con la doctora Isobel MacAlister, la repartidora de hielo, mientras que el doctor Wilson caminaba con pesada zancada a la cola del grupo, sin hablar con nadie y con el ceño fruncido dirigido hacia la espalda de Isobel.

La fiscal los saludó con una adusta sonrisa, pidió que le pusieran al corriente, se enfundó el mono reglamentario y desapareció en el interior de la tienda CSI, llevándose consigo a Isobel y a un remiso doctor Wilson, y dejando a su ayudante bastante alterada a la entrada de la maloliente cueva de plástico azul, ante la negativa de Bigote Sucio a dejarla entrar en el escenario del crimen.

—¡Ha traído hasta aquí un montón de arenilla y suciedad y Dios sabe qué más cosas desde el lugar en que se ha cambiado! —le decía señalando su traje protector y sus botines—. Tendrá que ponerse otro equipo nuevo.

Vivamente ruborizada, se despojó del equipo revelando un traje de chaqueta negro de corte severo y una blusa amarillo canario. El atuendo, combinado con la cara como un tomate de Rachael y su rizado cabello pelirrojo, hacían que pareciera una abeja iracunda. La inspectora Steel la dejó con sus cosas, llevándose a Logan consigo a la escena del crimen.

Había centenares de moscas en el interior de la tienda, zumbando y dibujando eses en el aire fétido, poniéndole a Logan la piel de gallina. La luz del sol, más intensa en el claro que dentro del bosque propiamente dicho, hacía relucir el lienzo de plástico, tiñéndolo todo de un azul enfermizo. Con un cierto aspecto de Pitufos ataviados con sus monos blancos, los técnicos de la Oficina de Identificación mantenían una respetuosa distancia con Isobel. Por si acaso. Los operadores de vídeo tomaron un par de planos largos antes de acomodarse detrás del hombro izquierdo de ella para obtener una buena visión del contenido de la maleta cuando la abrieran. El fotógrafo disparó el flash, y con el súbito chasquido y gemido posterior, todo cobró un color pleno, antes de volver a desvanecerse en tonalidades azuladas. Se oyó el crujido del plástico, y Rachael, vestida con un mono nuevo impecable, asomó la cabeza en medio del aire hediondo, para acto seguido unirse a Logan y Steel en el fondo de la tienda y observar cómo Isobel examinaba la maleta.

—Parece una maleta de gama media, relativamente nueva —dijo Isobel dirigiéndose a la grabadora que ronroneaba en su bolsillo. Probó el cierre: estaba cerrado con llave, por lo que hizo que un miembro del equipo de identificación cortara la tela de alrededor para arrancar el dispositivo. Diciéndole un mínimo de siete veces que tuviera cuidado. Finalmente el cierre fue a parar a una bolsa de recogida de pruebas e Isobel agarró la tapa de la maleta—. Vamos a ver qué tenemos aquí…

El hedor se desparramó de forma instantánea y abrumadora. Si a Logan le había parecido malo antes, con la maleta abierta era cien veces peor. La maleta era relativamente hermética, y estaba medio llena de un líquido viscoso y pestilente que rodeaba lo que parecía un torso. De más de medio metro de largo. Eso significaba que correspondía a un adulto. Logan no distinguió pechos, de modo que probablemente era hombre. A menos que los hubieran cortado. La piel era negra y recubierta de una capa de vello, reluciente de barro.

Logan notó un repentino movimiento a su lado. Rachael, tapándose la boca y la nariz con la mano, salió disparada de la tienda. No pudo culparla. Su estómago estaba llegando rápidamente a la misma conclusión.

Y entonces se oyó la voz de Isobel:

—Hijo de perra…

Logan preguntó casi con miedo:

—¿Qué?

Ella se puso en cuclillas.

—En sentido literal. Este torso… —Señaló la masa de carne hinchada en descomposición, embutida en una maleta y oculta bajo un árbol en medio de un bosque en mitad de ninguna parte—. No es humano.