La verdad es una cosa muy maleable, sobre todo cuando yo le pongo las manos encima. De modo que tengo que dar las gracias a las siguientes personas, todas ellas encantadoras, por haberme dejado moldear sus verdades, a veces hasta límites irreconocibles: a la oficina del fiscal de Aberdeen por haberme permitido iniciarme acerca de cómo funciona realmente el sistema jurídico escocés; a George Sangster, de la Policía Grampiana, por la enorme cantidad de casos y de información de valor inestimable que me facilitó; y a mi «Primera Dama de la morgue», Isobel Hunter, técnico anatómico forense principal de la Royal Infirmary de Aberdeen y que es una estrella, siempre.
Estoy también en deuda de gratitud con Philip Patterson (que no es tan solo un agente literario recondenadamente bueno, sino un buen amigo además), así como con todo el equipo de la agencia Marjacq Scripts; con mis prodigiosas gurús editoriales Jane y Sarah; con el brillante elenco de profesionales de HarperCollins, en particular con Amanda, Fiona, Kelly, Joy, Damon, Lucy, Andrea y todos aquéllos que han realizado una tan excelente labor para sacar esta cosa a la calle; con Kelley, de St. Martin’s Press, y con Ingeborg, de Tiden, por su valiosa aportación a este libro; y con James Oswald, por sus sugerencias y sus fotos de quesos.
Seguramente debería dar también las gracias a la Comisión de Turismo de Aberdeen por no haberme linchado cuando apareció el libro anterior. Por si pudiera servir de consuelo: al menos éste está ambientado en verano.
Pero sobre todo tengo que darle las gracias a mi temible esposa Fiona (si es que no quiero que me dé para el pelo).