XI

El camión Ford modelo T propiedad de Lee Chong, tenía una digna historia. En 1923 había pertenecido al doctor W. T. Waters. Éste lo usó durante cinco años y luego lo vendió a un agente de seguros llamado Rattle. Mr. Rattle no era un hombre cuidadoso. Conducía a toda velocidad el automóvil que había recibido en perfectas condiciones. Mr. Rattle bebía los sábados por la noche, y el coche se estropeó. El guardabarros estaba curvado y roto. Mr. Rattle usaba el pedal, y con frecuencia tenía que cambiar las conexiones. Cuando Mr. Rattle despilfarró el dinero de un cliente y huyó a San José con una rubia, fue detenido, y a los diez días estaba en la cárcel.

La carrocería del auto estaba tan deteriorada que el propietario siguiente hizo arreglar el coche y lo convirtió en camión.

El siguiente poseedor le quitó la parte delantera y el parabrisas. Lo empleaba para llevar calamares y le gustaba recibí la brisa fresca en el rostro. Se llamaba Francis Almones, y llevaba una vida triste, porque no ganaba nunca lo que necesitaba. Su padre le había dejado algún dinero, pero año tras año y mes tras mes, a pesar de todos los esfuerzos de Francis, el dinero iba disminuyendo, hasta que finalmente desapareció.

Lee Chong obtuvo el camión en pago de una cuenta. Por entonces el camión consistía en cuatro ruedas y un motor, y éste estaba tan estropeado que había que tratarlo con gran cuidado y consideración. Lee Chong no lo trataba así y, como resultado, el camión permanecía la mayor parte del tiempo en la parte de atrás de la tienda con las malvas creciendo entre los radios de sus ruedas. En las de atrás llevaba sólidas llantas, y unos leños protegían las ruedas delanteras.

Probablemente cualquiera de los muchachos hubiera hecho andar el camión, pues todos eran competentes mecánicos, pero Gay era un mecánico inspirado. No hay término adecuado que pudiera aplicársele, pero debería habérselo. Pues hay hombres que después de mirar, escuchar, golpear y ajustar consiguen que un motor ande. Pero hay hombres junto a los cuales un coche marcha mejor. Y uno de ellos era Gay. Sus dedos, manejando el carburador, eran suaves, precisos y seguros. Podía arreglar delicados motores eléctricos en el Laboratorio. Podía haber trabajado en las fábricas de conservas todo el tiempo que hubiese querido, pues para esta industria que se queja amargamente si, al cabo del año, no ha podido recuperar el total de sus inversiones, la maquinaria es mucho menos importante que la declaración fiscal. Si se pudieran enlatar sardinas con el libro mayor, los propietarios se pondrían muy contentos. Y empleaban una maquinaria horrible y decrépita que necesitaba los constantes cuidados de un hombre como Gay.

Mack hizo levantar temprano a los muchachos. Tomaron café y se fueron en seguida a buscar el camión, que estaba sepultado en la maleza. Gay puso manos a la obra. Quitó los listones que había bajo las ruedas delanteras.

—Pedid prestada una bomba y vamos a inflar las ruedas —dijo. Luego colocó un palo en el depósito de gasolina, bajo el ladero que servía de asiento. De milagro había en el depósito media pulgada de gasolina. Luego Gay realizó las operaciones más delicadas. Abrió el carburador para ver si salía gas. Oprimió la biela para ver si el eje estaba oxidado o si no marchaban bien los pistones y cilindros.

Mientras tanto llegó la bomba y Eddie y Jones se dedicaron a inflar las ruedas.

Gay canturreaba mientras iba trabajando. Quitó las bujías y las limpió. Luego echó un poco de gasolina en una lata y roció los cilindros. Luego volvió a poner las bujías. Se incorporó.

—Vamos a necesitar un par de pilas —dijo—. Preguntad a Lee Chong si puede proporcionárnoslas.

Mack partió y regresó inmediatamente con una negativa de Lee Chong extensiva a todas las demás peticiones. Gay meditó un instante:

—Yo sé dónde hay un par, bastante buenas; pero no quiero ir a buscarlas.

—¿Dónde? —preguntó Mack.

—En mi casa —dijo Gay—. Si vosotros podéis penetrar sin que os vea mi mujer… están en el dormitorio, a la izquierda según se entra. Pero, por amor de Dios, no dejéis que mi mujer os agarre.

Eligieron a Eddie para que fuera, y partió en seguida.

—Si te agarran no hables de mí —gritó Gay.

Mientras tanto él probó las conexiones. El acelerador no llegaba a tocar el suelo, tenía por lo tanto una conexión. El pedal del freno sí lo tocaba, por lo tanto no había freno, pero el pedal de retroceso funcionaba perfectamente.

En un Ford modelo T el retroceso es el margen de seguridad. Cuando falla el freno, puede emplearse en su lugar el retroceso. Y cuando no se puede subir una cuesta, porque las transmisiones están muy gastadas, se puede remontar dando marcha atrás. Gay, al ver que el retroceso estaba bien, se dio cuenta de que la situación estaba salvada.

Era un buen augurio que Eddie regresase sano y salvo con la pilas. Mrs. Gay estaba en la cocina. Eddie la oyó moverse de un lado a otro, pero ella no oyó a Eddie. Él sabía hacer estas cosas.

Gay conectó las pilas y puso en marcha el motor.

Gay era maravilloso: el mecánico de Dios, el San Francisco de todas las cosas que giran, se retuercen y explotan, el San Francisco de las bobinas, equipos y engranajes. Y si todos los viejos Dusenberg, Buick, De Soto y Plimouth, American Austin e Issota-Fraschini entonan un coro a Dios, se debe en gran parte a Gay y los suyos.

Una torsión, una ligera torsión, y el motor comenzó a funcionar. Gay conmutó el magneto, y el Ford modelo T, propiedad de Lee Chong, resopló alegremente como si supiese que trabajaba para un hombre que lo comprendía. Pero aún le faltaban pequeños requisitos legales. La patente había caducado y le faltaban las luces. Pero los muchachos pusieron una estera en la chapa de atrás y la de delante la embadurnaron con barro. El equipo de la expedición era ligero: redes para las ranas y algunos sacos. Los cazadores de ciudad, cuando van de excursión, suelen aprovisionarse de alimentos y bebidas, pero no así Mack y sus compañeros. Dos panecillos y lo que quedaba en el jarro de Eddie era todo lo que llevaban. Subieron al camión. Gay conducía y Mack iba a su lado; rodearon la casa de Lee y atravesaron el solar pasando por entre los tubos. Mr Malloy los saludó desde su puesto junto a la caldera. Gay guiaba con precaución, porque los neumáticos estaban muy gastados.

Cuando se pusieron en marcha eran más de las doce.

El camión se detuvo junto al surtidor de Red William. Mack saltó a tierra y le dio a Red la nota del doctor, diciéndole:

—El doctor no tenía cambio. Así que danos cinco galones y un dólar en vez de los otros cinco, eso es lo que el doctor quiere. Ha tenido que ir al Sur. Tiene allí un negocio importante.

Red sonrió con benevolencia.

—¿Sabes, Mack? —dijo—. El doctor también tuvo eso en cuenta y anoche me telefoneó. Es un individuo inteligente.

—Pon los diez galones —dijo Mack—. No, espera. Se derramarían. Pon cinco y danos otros cinco en una lata cerrada. Red volvió a sonreír.

—El doctor también tuvo eso en cuenta —dijo.

—Pon los diez galones —dijo Mack—, y no dejes nada en la manguera.

La expedición no pasó por el centro de Monterrey. La patente y las luces hicieron que Gay eligiese las calles apartadas. Podrían encontrarse con un policía. Gay eligió una ruta que los llevó a donde comenzaba la colina de Carmel. Subieron a buena marcha, pero a las cincuenta yardas el pedal se descompuso. Gay sabía que no iba a funcionar, la conexión era demasiada delgada. Estaba bien, pero no para las cuestas. Se detuvo, hizo dar la vuelta al coche y lo colocó cuesta abajo. Puso en marcha el motor. El pedal de retroceso estaba bien. Lentamente el coche subió la cuesta de Carmel.

Y casi llegaron al final. El radiador hervía, claro está, pero los técnicos en modelos T creen que para que funcione bien ha de hervir necesariamente. Alguien debería escribir un ensayo erudito sobre los efectos morales, físicos y estéticos del Ford modelo T sobre la nación americana.

Dos generaciones de americanos saben más de la bobina Ford que del clítoris, del sistema planetario de engranajes que del sistema solar. Con el modelo T desaparece una parte del concepto de la propiedad privada. Los alicates dejan de ser propiedad particular, y una bomba de neumáticos pertenece al último hombre que la recoge. La mayoría de los niños de esa época han sido concebidos en Fords modelo T y no pocos han nacido en ellos. La teoría del hogar anglosajón se ha hecho tan complicada que jamás volverá a ser como antes.

El camión siguió remontando la cuesta, pasó por la carretera de Jack’s Peak, y cuando casi llegaba a la cima, el motor lanzo un profundo resoplido y dejó de funcionar. Gay bajó cincuenta pies y se metió por la carretera de Jack’s Peak.

—¿Qué ocurre? —preguntó Mack.

—Creo que es el carburador —dijo Gay.

El motor recalentado chirriaba, y por el escape salía un chorro de vapor que lanzaba silbidos semejantes a los de un caimán.

El carburador de un modelo T no es complicado, pero necesita que le funcionen todas sus partes. Si alguna de ellas no está en su sitio, el carburador no funciona.

Gay sacó la aguja y vio que tenía rota la punta.

—¿Cómo habrá ocurrido esto? —preguntó.

—Magia —dijo Mack—, pura magia. ¿Puedes arreglarlo?

—No —dijo Gay—; tengo que ir a buscar otra.

—¿Cuánto cuestan?

—Un dólar, si es nueva; veinticinco centavos si es de segunda mano.

—¿Tienes un dólar? —preguntó Mack.

—Sí, pero no es necesario.

—Vuelve lo más pronto que puedas. Te esperaremos aquí.

—No podríais ir muy lejos teniendo la aguja rota —dijo Gay, y saltó fuera del coche.

Hizo señas a tres autos y, por fin, uno se detuvo. Los muchachos vieron que Gay subía en el coche y desaparecía colina abajo. No volvieron a verlo en ciento ochenta días.

¡Oh, el infinito de las posibilidades! ¿Por qué el coche que recogió a Gay se estropearía antes de llegar a Monterrey? Si Gay no hubiera sido mecánico no hubiera podido arreglar el coche. Y si él no hubiera arreglado el coche, su propietario no lo hubiera llevado a casa de Jimmy Brucia para que tomase una bebida. ¿Y por qué había de ser el cumpleaños de Jimmy? De todas las posibilidades existentes —hay millones de ellas— sólo se realizaron las que llevaban a la cárcel de Salinas. Sparky Ehea y Tiny Colletti se habían reconciliado y ayudaban a Jimmy a celebrar su cumpleaños, cuando llegó la rubia. Sobrevino la discusión con acompañamiento de gramola. El amigo de Gay conocía una nueva forma de lucha y quiso enseñársela a Sparky, y al hacerlo le rompió la muñeca. El policía que tenía enfermo el estómago —todos los detalles, hasta los más pequeños, iban en la misma dirección—. El destino se oponía a que Gay fuese a buscar las ranas y el destino amontonó toda clase de obstáculos para impedir que lo hiciese. Cuando finalmente los invitados rompieron el escaparate de la zapatería de Holman y comenzaron a probarse allí los zapatos, Gay fue el único que no oyó el pito. Y cuando la policía vino lo halló en el escaparate de Holman con un zapato oxford en un pie y uno de charol en el otro.

Los muchachos que estaban con el camión encendieron una hoguera al ver que anochecía y comenzaba a refrescar. La brisa del mar agitaba los pinos. Los muchachos, sentados sobre el suelo del pinar, miraban el desierto horizonte a través de las ramas de los árboles. Durante un rato hablaron de la dificultad que Gay hallaba para encontrar una aguja, y cuando fue pasando el tiempo, no volvieron a mencionarlo.

—Alguien debería haberlo acompañado —dijo Mack.

Cerca de las diez, Eddie se levantó.

—Un poco más arriba hay un campamento —dijo—. Voy a ver si tienen algún modelo T.