El engrandecimiento del Palace no se realizó bruscamente. Cierto que cuando Mack, Hazel, Eddie, Hughie y Jones se trasladaron allí, lo consideraron solamente como un refugio contra el viento y la lluvia, como un lugar adonde ir cuando todo se hallaba cerrado o cuando habían abusado de sus visitas. Entonces el Palace era una habitación larga y desnuda, mal iluminada por dos ventanas, y cuyos muros de madera sin pintar olían fuertemente a harina de pescado. Al principio no sintieron cariño por aquello, pero Mack comprendió que era necesaria cierta organización, especialmente tratándose de un grupo de individualistas rabiosos.
Un ejército al que se instruye, pero que carece de equipo, emplea fusiles de imitación y carros para simular verdaderos fusiles y artillería, y los soldados se fortalecen y se acostumbran a manejar los cañones colocando maderos sobre ruedas.
Mack, con un pedazo de tiza, dibujó sobre el suelo cinco cuadriláteros de unos siete pies de largo por cuatro de ancho, y escribió un nombre en cada uno de ellos. Éstas eran las camas. Cada uno de los hombres tenía inviolables derechos sobre el espacio que le correspondía. Podía legalmente luchar con el hombre que pretendiera arrebatárselo. El resto de la habitación era propiedad común. Esto ocurrió en los primeros días, cuando Mack y los muchachos se sentaban en el suelo para jugar a las cartas y dormían sobre sus camas duras. A no ser por causa del tiempo, quizá hubieran continuado viviendo así. Sin embargo, un temporal de lluvias que duró todo un mes hizo que las cosas cambiasen. Obligados a permanecer en casa, los muchachos se cansaron de tener que sentarse en el suelo, y les ofendía la vista de las desnudas paredes. Como era su refugio, comenzaron a tomarle cariño a la casa. Y, además, la casa tenía el encanto de que nunca entraba en ella un indignado casero. Lee Chong jamás se acercaba por allí. Una tarde, Hughie vino con un catre de campaña que tenía desgarrada la lona. Hughie pasó dos horas remendándola con el aparejo de pescar. Y aquella noche, los que yacían en el suelo contemplaron a Hughie que estaba cómodo en su catre; lo oyeron suspirar de placer. Se durmió y comenzó a roncar antes que ninguno.
Al día siguiente, Mack trajo unos muelles oxidados que había encontrado en un vertedero. La apatía desapareció. Los muchachos rivalizaban entre sí para embellecer el Palace, el cual, al cabo de unos meses estaba repleto de muebles. Sobre el suelo había tapices viejos, sillas con asiento y sin él. Mack poseía una silla larga de mimbre pintada de color rojo brillante. Había varias mesas y un reloj de pie al que le faltaba la esfera. Las paredes habíanse encalado y esto daba a la habitación un aspecto alegre y ventilado. Comenzaron a aparecer cuadros, principalmente almanaques con llamativas rubias que sostenían botellas de Coca-Cola. Henri había contribuido a la obra con dos cuadros suyos pertenecientes a la época de las plumas de gallo. En un rincón había un haz de doradas espadañas, y varias plumas de pavo real hallábanse clavadas en la pared, junto al viejo reloj.
Durante algún tiempo estuvieron buscando un fogón, y cuando lo localizaron —un monstruo adornado con espirales de plata, hornos floreados y con un frente de niquelados tulipanes— tuvieron dificultades para conseguirlo. Era demasiado grande para robarlo, y su dueño no quería cederlo a la «viuda enferma y con ocho niños» inventada por Mack, y en cuyo nombre pedía el fogón. El dueño pedía un dólar y medio, y tardó tres días en dejarlo por ochenta centavos. Los muchachos cerraron la venta en ochenta centavos y le dieron un pagaré que probablemente tiene todavía. Esta transacción se realizó en Seaside, y el fogón pesaba trescientas libras. Mack y Hughie agotaron en diez días toda posibilidad de transporte, y cuando vieron que nadie iba a llevarles el fogón a casa, se decidieron a hacerlo ellos mismos. Tardaron tres días en llevarlo al arrabal, que estaba a cinco millas de distancia, y durante la noche acampaban junto al fogón. Pero, una vez instalado, constituiría el orgullo del Palace. Las flores de níquel brillaban alegremente. El fogón era la perla de la casa. Cuando se encendía, calentaba toda la habitación. El horno era maravilloso, y se podía freír un huevo sobre su reluciente tapa.
Con la entrada del fogón, el Palace se convirtió en un hogar. Eddie plantó dondiegos para que adornasen la puerta, y Hazel consiguió una rara especie de fucsia plantada en unas latas que colocó junto a la entrada. Mack y los muchachos tenían cariño al Palace y, de vez en cuando, hasta llegaban a limpiarlo un poco. Interiormente despreciaban a los que no tenían hogar, y de vez en cuando, para satisfacer su orgullo, invitaban a un amigo para que pasara uno o dos días.
Eddie trabajaba algunas veces en un bar de La Ida. Estaba de suplente cuando Whitey, el barman permanente, se hallaba enfermo, cosa que ocurría con toda la frecuencia posible. Siempre que Eddie estaba de suplente, desaparecían algunas botellas, y por tal razón no podía suplir con asiduidad. Pero a Whitey le agradaba que Eddie ocupase su puesto, porque se hallaba convencido, con razón, de que Eddie no era hombre que tratase de conservar su trabajo permanentemente. Teniendo esto en cuenta, cualquiera podía depositar en él su confianza.
No es que Eddie se llevara muchas botellas. Debajo del bar tenía un jarro de un galón, y sobre la boca del jarro ponía un embudo. Todo lo que quedaba en los vasos Eddie lo derramaba en el embudo antes de lavar los vasos. Cuando había alguna canción, o cuando por la noche la camaradería había alcanzado su lógico fin, Eddie llegaba a verter en su jarro medios vasos y otros que contenían una tercera parte de licor. La mezcla resultante, que luego se llevaba al Palace, era siempre interesante y a veces sorprendente. La mezcla de cerveza, whisky de centeno, aguardiente de maíz, whisky escocés, vino, ron y ginebra solía ser la más común, pero a veces algún cliente pedía anís o curaçao, y esto añadía un nuevo sabor a la mezcla. Eddie, antes de marchar, echaba en el jarro un poco de angostura. Una noche, Eddie consiguió tres cuartos de galón. Para él era una satisfacción el saber que con eso no perjudicaba a nadie.
Había observado que un hombre se emborracha igualmente con medio vaso que con un vaso entero, si se halla dispuesto a emborracharse. Eddie era un habitante del Palacio muy bienquisto. Sus compañeros nunca le pedían que les ayudase en la limpieza de la casa, y una vez Hazel le lavó cuatro pares de calcetines.
La tarde en que Hazel se hallaba con el doctor, en el Palace los muchachos se bebían el resultado de los esfuerzos de Eddie. Gay formaba también parte del grupo. Eddie bebía un sorbo y se pasaba la lengua por los labios.
—Es muy divertido ver cómo se consigue —dijo—. La última noche, por ejemplo, diez parroquianos, por lo menos, me pidieron Manhattan. A veces se piden dos Manhattans en un mes. La granadina es lo que le da ese gusto.
Mack bebió un largo sorbo de su vaso y se volvió a servir.
—Sí —dijo sombríamente—; las pequeñas cosas son las que hacen las diferencias —y miró a su alrededor para apreciar el efecto de sus palabras.
—¿Dónde está Hazel? —preguntó Mack.
—Fue con el doctor a buscar estrellas de mar —dijo Jones.
Mack inclinó la cabeza.
—Ese doctor es un buen tipo. Siempre tiene veinticinco centavos disponibles. Cuando yo me corté me ponía un vendaje nuevo todos los días. Es un tipo muy simpático.
Los demás inclinaron la cabeza en señal de asentimiento.
—Durante mucho tiempo he estado pensando —continuó Mack— qué es lo que podríamos hacer por él. Hacer algo que le gustara.
—Una mujer le gustaría —dijo Hughie.
—Ya las tiene —dijo Jones—. Siempre que corre las cortinas y toca esa especie de música de iglesia…
Mack dijo a Hughie en tono de reproche:
—¿Por qué no has visto nunca al doctor perseguir a una mujer por la calle crees que no se corre juergas?
—¿Qué es una juerga? —preguntó Eddie.
—Pues, cuando no se encuentran mujeres —dijo Mack.
—Yo creía que era una especie de fiesta —dijo Jones.
Se produjo un silencio. Mack movió su silla larga. Hughie apoyó en el suelo las patas delanteras de la suya. Miraron al vacío y luego a Mack. Éste dijo:
—¡Hum!
—¿Qué clase de fiesta creéis que le gustaría al doctor? —preguntó Eddie.
—¿Es que hay muchas clases? —dijo Jones.
Mack dijo:
—Al doctor no le gustaría lo que estamos bebiendo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Hughie—. Nunca le has invitado.
—Sí, lo sé —dijo Mack—. El doctor ha ido a la escuela.
Una vez lo visitó una dama con abrigo de pieles. Luego no la vi salir. Eran más de las dos la última vez que miré… y la música de iglesia continuaba. No, al doctor no pueden ofrecérsele estas cosas.
Y llenóse otra vez el vaso.
—Esto sabe muy bien después del tercer vaso —dijo Hughie insistiendo.
—No —dijo Mack—. No para el doctor. Él necesita whisky.
—Pero le gusta la cerveza —dijo Jones—; yo le he visto muchas veces ir a buscar cerveza a casa de Lee, a veces a medianoche.
—Gastar en cerveza —observó Mack—, es tirar el dinero. Se compra un ocho por ciento de cerveza y noventa y dos por ciento de agua y porquería. Eddie —añadió—, ¿crees que podrás conseguir cuatro o cinco botellas de whisky en La Ida, la próxima vez que Whitey se ponga enfermo?
—Seguro —dijo Eddie—. Seguro que puedo conseguirlas, pero se acabaría la mina. Creo que Johnnie sospecha algo. El otro día dijo: «Huelo un ratón llamado Eddie. Debo tomar precauciones».
—¡Sí! —dijo Jones—. No pierdas ese trabajo. Si algo le ocurriera a Whitey podrías estar una semana antes que encontrasen otro. Creo que si vamos a invitar al doctor tendremos que comprar el whisky. ¿Cuánto vale el galón?
—No lo sé —dijo Hughie—. Nunca compro más de media pinta. Si compras un cuartillo te encuentras al momento rodeado de amigos. Pero comprando media pinta puedes bebería en el solar antes de que la gente te rodee.
—Vamos a tener que gastar dinero, si queremos invitar al doctor —dijo Mack—; en caso de invitarle, la fiesta debe ser buena. Habrá que traer un pastel grande. ¿Cuándo es su cumpleaños?
—Para invitar a alguien no es preciso que sea su cumpleaños —dijo Jones.
—No, pero queda mejor —dijo Mack—. Calculo que nos costaría diez o doce dólares darle una fiesta al doctor.
Se miraron los unos a los otros.
—La fábrica de conservas «Hediondo» está tomando gente —sugirió Hughie.
—No —dijo Mack con rapidez—. Tenemos una buena fama y no debemos deslucirla. Cada uno de nosotros conserva su empleo durante más de un mes. Por esta razón tenemos trabajo siempre que lo necesitamos. Si tomamos un trabajo de días, perderíamos nuestra reputación. Cuando necesitemos trabajo nadie nos lo dará.
Los demás inclinaron la cabeza en señal de aprobación.
—Yo voy a trabajar durante un par de meses: noviembre y parte de diciembre —dijo Jones—. Es agradable tener dinero para Navidad. Podríamos comprar un pavo este año.
—Cierto —dijo Mack—. Conozco un lugar en el valle de Carmel donde hay más de mil quinientos.
—En el valle —dijo Hughie—. Yo solía ir al valle a buscar tortugas, cangrejos de río y ranas. El doctor me daba cinco centavos por cada rana.
—A mí también —dijo Gay—. Una vez cogí quinientas ranas.
—Si el doctor necesita ranas, asunto terminado —dijo Mack—. Remontaremos el río, haremos una pequeña excursión, no le diremos al doctor cuáles son nuestras intenciones y luego le da remos una fiestecita.
Entre los habitantes del Palace cundió el entusiasmo.
—Gay —dijo Mack—, sal y mira si el coche del doctor está frente a su casa.
Gay dejó su vaso y fue a mirar.
—No —dijo.
—Bien, debe regresar dentro de unos minutos —dijo Mack.
—Ahora esto es lo que debemos hacer…