Le debo mucho a este erizo rosa de dos metros.

Gracias a él y a su entrañable recuerdo he podido poner en pie mi propio espectáculo nostalgicómico, creando así un nuevo género, durante casi diez años.

Teñir de rosa la Gran Vía madrileña durante tanto tiempo ha sido la aventura más larga, enriquecedora y bonita de mi vida profesional.

Un personaje que, aun teniendo forma de puercoespín, era ante todo un niño, con todas sus virtudes.

Era despierto, inquieto, divertido, tierno, espontáneo y sobre todo inocente.

Chelo Vivares, la menuda y enorme actriz que le dio vida, tuvo la sensibilidad y la intuición necesaria para conectar con la infancia y crear un personaje inolvidable.

Durante años este fue el cartel de mi espectáculo.

Y quiero terminar este repaso a nuestros recuerdos infantiles con el estribillo de una de sus canciones, que me llegó al alma y que define perfectamente lo que fue y siempre será Espinete.

Tengo pinchos en la espalda

pero por delante no,

para que cuando te abrace

no te pinche el corazón.