¿Se puede un niño enamorar de un payaso?

Yo lo hice de Miliki.

Y ese amor ha marcado mi infancia y mi vida.

Él fue mi primera referencia artística, y si hoy me dedico al mundo del espectáculo ha sido gracias a su inspiración.

Cuando yo era niño tenía un pianito de juguete, y mi devoción por Miliki era tan grande que cada vez que le veía en la tele tocando el acordeón colgaba mi piano al cuello simulando ser acordeonista como él.

Viendo mi afición, finalmente los Reyes me trajeron un auténtico acordeón. Pero Melchor, Gaspar y Baltasar debieron de frustrarse muchísimo porque jamás llegué a usarlo como tal.

La razón fue que ese mismo día vi a Miliki en su programa tocando un piano de cola.

Acto seguido coloqué mi acordeón en la mesa en posición horizontal, simulando tocar sus teclas como si se tratase de un piano.

La imaginación fue el mejor instrumento que me enseñó a usar Miliki.

Al igual que a él, siempre me ha dado mucha rabia que alguien emplee la palabra «payaso» como algo despectivo, cuando en realidad hay pocas profesiones que requieran tanta inteligencia, talento, ternura y sensibilidad como la de un auténtico payaso.

Su gorra de cuadros, su acordeón y sus zapatones son ya un icono para varias generaciones.

Con el tiempo se acabó convirtiendo en el abuelo que todos quisimos tener.

Puedo presumir, y con esto cumplí otro de mis sueños infantiles, de haberle conocido personalmente y de haber podido compartir varios momentos con él a lo largo de los años.

Y sé que me vais a envidiar, pero yo he abrazado a Miliki. Ese fue sin duda uno de los momentos más mágicos de mi vida.

Persona y personaje no siempre coinciden en características y virtudes. Pero, en este caso, el hombre tras la nariz postiza era tan especial como su personaje.

Don Emilio nos dejó, pero Miliki no lo hará nunca.

Porque el amor de un niño por un payaso es eterno.