Quién le iba a decir a Enrique del Pozo, cuando comenzó su carrera como cantante de futuro prometedor, que, en una intervención televisiva, le robaría el plano una niña de siete años que aparecía junto a él bailando y haciendo cucamonas.

Al público le gustó tanto la pareja que formaban que desde entonces sus carreras se unieron para siempre y formaron el dúo Enrique y Ana.

Sacaron un montón de discos e hicieron giras por toda España y Latinoamérica.

Pero un dato que no mucha gente sabe es que sus canciones más empalagosas fueron escritas por José Luis Peterales, ese cantante y compositor apenado que cantaba «¿Y cómo es él?», aquel temazo en el que, encima de que le ponían los cuernos, se interesaba por el amante. No me extraña que le dejasen.

Al igual que otros ídolos musicales de la época, también tuvieron su propia película que, si la viéramos hoy en día, podría producir ataques epilépticos.

Se apuntaban a cualquier moda con canciones como «Amigo Félix», «¿Dónde estás ETE?» o «El retorno del Jedi».

Pero también crearon sus propias tendencias, como el famoso «Hula Hop» o el «Disco chino». No solo triunfaron las canciones, sino también los juguetes a los que hacían alusión.

Pensándolo bien, les debemos mucho a las canciones de este dúo.

Casi toda una generación aprendimos a multiplicar con su disco «Las tablas de multiplicar», con letra de la inconfundible e inimitable Gloria Fuertes.

Y hay que decir que los orígenes del punk en nuestro país se encuentran precisamente en una canción de Enrique y Ana: «Caca culo pedo pis». Todo un himno a la escatología.

No solo temas como «La gallina Co co ua» eran un drama, sino que Ana se cubrió de gloria cantando en solitario canciones que nos arrastraban a la depresión.

Menciono tan solo dos ejemplos para que veáis el horror del que hablo. Una de ellas decía así:

«Escondida por los rincones,

temerosa de que alguien la vea,

hablaba con los ratones,

la pobre muñeca fea».

Y continuaba la canción con mutilaciones:

«Un bracito ya se le rompió…».

Pero el segundo ejemplo es la joya de la corona del «malrollismo» infantil. La cosa ya empezaba muy mal:

«Cállate, niña, no llores más, tú sabes que mamá debía morir…».

Y como poco más se puede comentar sobre semejante letra, cierro el capítulo tarareando esa alegre canción.