La expresión «No dejar títere con cabeza» siempre me ha parecido una crueldad.

Y más cuando todos hemos crecido entreteniéndonos y educándonos con marionetas.

Jim Henson dignificó la profesión de titiritero llevándola a su más alta expresión.

Pocos saben que tras ese rostro barbudo y amable se escondía el padre de todos los personajes de trapo y peluche que vivieron en Barrio Sésamo, así como de los Muppets, que aquí conocimos siempre como Teleñecos.

Revolucionó la televisión y el mundo del entretenimiento con unos muñecos que parecían tener vida y personalidad propia.

Dar vida a un trozo de felpa no es fácil, aunque tu madre ya lo hacía con su zapatilla.

En todas sus creaciones transmitía valores positivos como la amistad, la magia y el amor, pero a través de un arma infalible: el humor.

Creación suya fueron también Los Fraguel: un universo de muñecos de todos los tamaños, que convivían en armonía y que nos engancharon desde la primera frase de su sintonía: «Vamos a jugar, tus problemas déjalos…».

Pero mi serie favorita fue El Cuentacuentos, una colección de cuentos europeos, que no siempre acababan bien, narrada por un extraño hombrecillo y su perro (un muñeco canino muy logrado).

Dirigió además dos películas que han marcado mi infancia, protagonizadas por sofisticadísimas criaturas de látex: Cristal Oscuro y Laberinto.

Jim Henson fue quien dio movimiento, voz y alma a Kermit, personaje que aquí conocimos como la rana Gustavo.

No se me ocurre mejor forma de definir al hombre, cuyo álter ego fue una rana, que con el final de la canción que esta cantaba sentada al borde de su charca:

«Algún día encontraremos la conexión con el arcoíris, los amantes, los soñadores y yo».