Pepa Flores era una preciosa niña andaluza, repipi y salerosa como pocas. Tenía una gracia especial, cantaba como los ángeles y bailaba como si no hubiera hecho otra cosa en la vida. ¡Y con solo 12 añitos!

Manuel José Goyanes fue el productor cinematográfico que vio un filón en esta niña de chispeantes ojos azules.

Le dijo: «Ni Pepa ni Flores, a partir de ahora te llamaras Marisol».

Así que le cambió el nombre, le aclaró el pelo y el resto es historia.

Aunque es una historia un tanto turbia, llena de claroscuros y con tantas versiones que resulta imposible conocer toda la verdad.

Había varias constantes en sus películas.

Una era Isabel Garcés, una actriz que hablaba con un marcado acento gallego, pese a ser madrileña, y que siempre hacía de su tía o de su madre.

Otra constante era que siempre había un anciano con bigote y aspecto fascista, severo y cascarrabias, al que Marisol se acababa ganando sentándose en sus rodillas y cantándole al oído.

Y la más llamativa era que en todas sus películas había primeros planos picados de Marisol con la mirada perdida hacia arriba y con los ojos lacrimosos como si estuviese viendo a la Virgen.

Sobra decir que también cantaba. Aprovechaba cualquier excusa argumental para ponerse a cantar a mandíbula batiente y además de forma literal, porque tenía una forma peculiar de mover la mandíbula de lado a lado cuando hacía gorgoritos.

Y así, rezando y cantando, se pasaba las películas esta cría.

Se convirtió en la niña del régimen. Todo un icono de la España franquista y un auténtico fenómeno social.

Aparecieron en el mercado los más variados productos con su efigie, incluida una muñeca llamada como ella, que bien podría ser Marisol o la niña de Poltergeist.

Pero Marisol no solo triunfó en España, sino también en Latinoamérica e incomprensiblemente en Japón, y esto me hace pensar de nuevo en Candy, Candy, que guarda un parecido más que razonable con nuestra niña prodigio.

Varias generaciones hemos crecido viendo películas como Ha llegado un ángel, Un rayo de luz, Tómbola o Rumbo a Río. Lo malo es que a Marisol no le permitían crecer.

A medida fue haciéndose mayor, llegaron a vendarle los pechos para que siguiera aparentando ser una niña sin atributos femeninos.

Cuando ya resultaba imposible disimular su crecimiento, comenzó a hacer otras películas más acordes con su edad. Y quiso dejar atrás el recuerdo de Marisol haciéndose llamar de nuevo por su verdadero nombre.

Con el tiempo se hizo militante del Partido Comunista Español y acabó casándose con el bailarín, también comunista, Antonio Gades.

Solo ella sabe cuánto sufrió al ser privada de una infancia normal y ser explotada como un producto que enriqueció únicamente a los productores de sus películas.

Y es que si la vida es una tómbola, quizá a Marisol le tocó empezar a jugar en ella demasiado pronto.