Yo crecí en la época en la que se decía que nadie daba duros a peseta y todos entendían lo que significaba, porque el euro no estaba ni en proyecto.
Las monedas de una peseta, cuando estaban nuevas, daba gusto verlas tan doraditas, pero enseguida aprendimos que las que molaban de verdad eran esas otras, no tan bonitas, de cincuenta pesetas, que eran como una tapa de alcantarilla. Llevar dos de esas monedas en el bolsillo te hacían crecer más despacio.
Un día iba andando por la calle, agarrado de la mano de mi madre, cuando me encontré una en el suelo.
Cuando eres pequeño te encuentras de todo en el suelo porque estás muy cerca de él.
Y yo pensando que con ese hallazgo para qué quería nada más en la vida…
Mi madre dijo:
—¡Anda, hijo, qué suerte! Cincuenta pesetas de Franco.
A lo que respondí rápidamente:
—De eso nada, son del que se las encuentra.
Y me guardé la moneda no fuera que ese tal Franco viniera a recuperarla.
¿De dónde provenía el dinero?
La respuesta era fácil: de la cartera de tus padres.
Los monederos de las madres eran como un bolso de piel en pequeño, tenían la apertura metálica y en su interior llevaban toda la calderilla del mundo.
Sin embargo, los monederos de los padres eran una especie de rebanada de pan doblada por la mitad que, al abrirlos y darles un golpe seco, salían unas cuantas monedas, pero, además, tenían una lengüeta donde guardaban los billetazos.
Los niños no teníamos más que dos formas de conseguir dinero: o bien en las fiestas señaladas o bien con ese salario periódico que esperábamos que nos diesen los fines de semana.
Hubo un invento ochentero, feo de narices, que era aquel tubo portamonedas con un cordón. El solo hecho de llevarlo colgado al cuello hacía que tu cociente intelectual se viese mermado considerablemente.
Además, ese bote se pasaba vacío todo el tiempo porque la paga semanal era, como su nombre indica, para toda la semana. Sin embargo, el mismo día en que te la daban ya te habías fundido todo en el quiosco del barrio.
Es verdad que el dinero no da la felicidad, pero las pequeñas cosas que podíamos comprar con él nos acercaban bastante a ella.