Mucho antes de que Isabel Gemio triunfara con su programa, los sobres sorpresa ya habían llegado a nuestras vidas a muy temprana edad, cubriendo una importante carencia: si nadie te daba nunca una sorpresa, podías comprártela.
Unas pocas pesetas era lo que nos separaban de ese sobre abultado que prometía tantas ilusiones.
En él veías dibujados cien indios montados a caballo asaltando una diligencia, y de fondo… un paracaidista… cayendo sobre las fauces de un tiburón.
¿Eran posibles tantas maravillas a tan bajo coste?
La respuesta la tenías en cuanto lo abrías y descubrías que lo que contenía eran cuatro soldaditos verdes pegados a un marquito de plástico.
Y efectivamente… te llevabas una sorpresa.
¿Cómo podía caber tanta frustración en un sobre tan pequeño?
La marca más popular fue Montaplex, que sacó varias gamas de sobres con diferentes temas: el Oeste, el espacio, la guerra…
Pero luego había muchos otros sobres de fabricantes desconocidos, a cual más sinvergüenza.
Gracias a estos sobres aprendimos dos lecciones: que nadie da duros a peseta, y que la palabra «sorpresa» era sinónimo de «menuda mierda».