No hay nada más aburrido que comerse una galleta María a pelo, sin untarla con nada, ni en nada.

Esto lo sabíamos bien de pequeños, y comenzamos a juntarlas de dos en dos, pegándolas con Nocilla, a modo de sándwich.

Pero para ahorrarnos el trabajo, la realeza, que siempre mira por el pueblo, intervino en nuestra vida para hacérnosla más fácil.

En esta ocasión fue el Príncipe de Beckelar quien nos ofreció unas galletas dobles que ya traían el chocolate entre ellas.

Las Oreo fueron bastante más tardías y te permitían separar las dos galletas para comer a lametazos la crema.

Sin embargo eso nunca se pudo hacer con las de Príncipe de Beckelar, porque si alguien se atrevía a intentar separarlas, la galleta se rompía y corrías riesgo de destierro.

Pero las María Fontaneda, al ser tan básicas, nos daban la opción de experimentar y de llevar nuestras ambiciones al límite.

Llegamos a pegar 3, 4 y hasta 5 galletas con mantequilla y mermelada, haciendo un mazacote.

¿Se puede superar un manjar como ese?

Pues sí, solo si elaborabas tu supersándwich con María Dorada, que eran las «María 2.0».

Otra modalidad extrema era echar tantas galletas al tazón como era capaz de absorber la leche, haciendo un auténtico puré de galleta que podría emplearse perfectamente como material de construcción.

Y si hay algo que sabe todo el mundo es que una María, si la untas en leche una décima de segundo más de la cuenta, se rompe y se hunde en la taza. Los auténticos expertos sabíamos exactamente en qué momento sacarla y rescatarla de una muerte segura.

Con el tiempo aparecieron unas galletas llamadas Tostarica, que tenían grabados dibujos infantiles, y con ellas podías jugar a mutilar a mordiscos al inspector Gadget.

Pero si a una galleta María había que sumergirla en la taza el tiempo exacto para evitar que se hiciese papilla, con las Tostarica tenías que tener la mano más rápida del oeste para meterla y sacarla en la leche si no querías perder esa galleta para siempre.

Y, sin duda, la joya de la corona del mundo galletil era el Surtido Cuétara.

Esa caja llena de maravillas, algunas tan preciadas que venían envueltas en un papel brillante que ya anunciaba que lo que protegía era muy valioso.

Eran galletas deslumbrantes para ocasiones especiales.

Sin embargo, las que nos alimentaron cada día, las que estaban en los buenos y en los malos momentos y a las que estaremos eternamente agradecidos fueron las galletas María.