En los ochenta era imposible ver un helicóptero y no esperar que bajase de él un hombre trajeado a ofrecernos Tulipán.
¿Existe una imagen más rara que esa?
La publicidad hizo que viésemos como algo normal un hecho tan surrealista.
A mí me viene un tío repeinado y con corbata, desde las alturas, a darme margarina y no solo no me la como sino que salgo corriendo por si acaso.
Me parecería más verosímil un platillo volante viniendo a abducirme que un helicóptero viniendo a ofrecerme algo.
Yo creo que se trataba de un experimento alimenticio que querían probar con familias de extrarradio, y el helicóptero estaba por si la cosa se torcía, para salir huyendo…
Este tipo de productos siempre han estado presentes en nuestra vida. Y a falta de otra cosa, siempre podías hacerte una rebanada de pan con margarina y echarle azúcar por encima.
La famosa ley de Murphy dice que la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla.
Pero como también se dice que los gatos siempre caen de pie, me quedé con ganas de untar el lomo de un gato con Tulipán y lanzarlo al aire para ver por qué lado caería.
Lo que todos comprobamos, y eso es irrefutable, es que el Tulipán enriqueció nuestros bocatas.
Si te ponían chorizo de Pamplona entre pan y pan, eso era solo un bocadillo, pero si además lo untaban generosamente con Tulipán aquello se convertía en toda una merienda.
A un sándwich reseco que a priori no te apetecía le dabas un toque con esta margarina y ya no lo querías compartir con nadie.
La margarina siempre ayudó a que todo entrase mejor. De hecho pienso que hoy en día deberían venderla en los Sex Shops.