De pequeños nos parecía asombroso ver el nacimiento de un pollito saliendo del interior de un cascarón; sin embargo, por culpa de los huevos sorpresa nos llegó a parecer normal ver salir de él a un pitufo o a una nave espacial.
En el anuncio de la tele de una conocida marca de «chocolatinas ovoides» aparecía un niño sueco mal doblado que decía:
—Mamá, quiero que me traigas un juguete, un chocolate y una sorpresa.
Y la madre le traía uno de estos huevos.
Es como si una mujer le dijese a su novio:
—Cariño, para que la cita de esta noche sea perfecta quiero tres cosas: algo para mi fondo de armario, algo que brille y algo «caliente».
Y él vaya y le regale una plancha.
Estos huevos en Estados Unidos son ilegales, debido a una ley de 1938 que prohíbe cualquier alimento que contenga juguetes en su interior.
Son curiosas las leyes estadounidenses, que permiten que un niño tenga acceso a un rifle pero que ni se le ocurra acercarse a un huevo de chocolate.
En nuestro continente no se aprobó una ley así hasta 2008, aunque contempla dos excepciones: el roscón de Reyes y los huevos sorpresa.
Aquí, por lo visto, no nos preocupa lo de mezclar comida con juguetes, y eso que hay una frase que las madres nos han repetido hasta el hartazgo: «Con la comida no se juega».
Aunque parece ser que Ferran Adrià se hizo el sordo.
Dicen que la belleza está en el interior, y esto se aplica a las personas, a las «bestias» y a los huevos sorpresa.