Los quesitos de El Caserío eran el complemento perfecto que no podía faltar en ninguna merienda infantil.
¿Que eran muy ricos en calcio? Puede ser. Pero lo que a nosotros nos importaba era que eran muy ricos y punto.
Venían dentro de una caja redonda en porciones triangulares.
Comérselos era como jugar al Trivial pero al revés. Aquí se trataba de que no quedase ni un solo quesito en la caja.
Una caja que te daba pena tirar y acababas reciclando para guardar pegatinas, canicas o cachivaches que corrían serio riesgo de terminar en la basura.
Había varias formas de comérselos pero ninguna era la que el fabricante pretendía.
Porque ¿acaso hay algo más inútil que el hilo rojo de los quesitos?
El que lo inventó debió de suicidarse, igual que hizo el inventor de los sobrecitos de azúcar alargados, que aunque se diseñaron así para ser partidos por la mitad nadie lo hace jamás.
La forma más popular de comerse un quesito era rompiendo un trocito de la esquina y aplastando el papel hasta que salía un churrito de queso por el agujerillo. Y así se iba chupando poco a poco, hasta dejar el papel plateado completamente exprimido.
En España madres e hijos estaban contentos con estos quesitos.
Pero la felicidad no podía ser eterna en ese remanso de paz que parecía ser El Caserío, porque llegó a nuestro país, pisando fuerte, una vaca francesa de color rojo que venía a hacer la competencia.
La Vache qui rit entró con fuerza en nuestro país con el nombre de La vaca que ríe.
De la noche a la mañana apareció un eslogan que decía: «De El Caserío me fío».
Claramente pretendía potenciar la desconfianza ante semejante invasión gabacha.
Solo le faltaba decir: «No te fíes de los franchutes».
Y es que el nombrecito era peculiar: La vaca que ríe.
¿Y de qué se reía la vaca? ¿De nuestros quesitos patrios?
Parecía que venía a cachondearse a la cara de nuestro producto español.
Pero nosotros seguíamos comiendo quesitos, completamente ajenos a lo que era todo un conflicto internacional.
Y este enfrentamiento quesero solo fue una pequeña porción de lo que sería para siempre una rivalidad eterna entre nosotros y el país vecino.