Es difícil saber cómo una madre, obsesionada por naturaleza con que te tomes el zumo de naranja a una velocidad inhumana para que no se le vayan las vitaminas, pudo haber confiado en el Tang para el crecimiento sano de sus hijos.

Unos polvos en sobre que se echaban al agua, ¡y listo!

Eran como un Frenadol pero a lo bestia, porque el sobre daba para una jarra, y, puestos a ahorrar, para dos.

Siempre he pensado que era tiza naranja triturada. Porque tenía el color de una tiza naranja, el tacto de una tiza naranja, y una vez disuelto en agua… ¡sabía a tiza naranja!

Los ha habido de sabores clásicos, como limón o fresa, y, hoy en día, más atrevidos, como mango, maracuyá o guayaba, pero su sabor está tan alejado de esas frutas como los países tropicales de los que proceden.

Pienso que las madres acababan dándonos esos zumos diabólicos para no sufrir el desperdicio vitamínico de las naranjas de verdad.

«¡Que se le van las vitaminas!»

¿De dónde les vendría esa fobia?

Por rápido que tomases el zumo, siempre les parecía demasiado lento para no sufrir la terrible pérdida.

«¡Que se le van las vitaminas!»

La única forma de que quedasen satisfechas sería conectándote el exprimidor por vía intravenosa.

«¡Que se le van las vitaminas!»

Pero ¿adónde se van las vitaminas de los zumos de naranja?

Nadie lo sabe.

Aunque si existe un cielo para las vitaminas, el infierno sin duda es un sobre de Tang.