Las pinturillas «de palo» más conocidas eran las Alpino.

Eran como lapiceros pero de colores, y, como tales, la punta se les rompía y había que sacársela cada dos por tres (seis).

Pero cuando aparecieron las Plastidecor se convirtieron de inmediato en las pinturas más populares. No manchaban, daba gusto sacarles punta y sus virutas eran hasta decorativas.

En clase todos acabamos teniendo esas pinturas, más largas o más cortas según el uso que les dábamos, pero a pesar de tener todos el mismo material de dibujo también surgían conflictos.

Mario, el niño repelentín de mi clase, mi auténtica Némesis, me sacaba de quicio a la menor ocasión.

Para que veáis cómo era este niño de atacante.

Un día decía la «Seño» en clase de plástica:

—¡Hoy vamos a pintar un perro!

Y yo sacaba mis Plastidecor y empezaba a pintar de verde (siempre fui un niño raro), procurando no salirme de los márgenes y sacando la punta de la lengua por un lateral de la boca.

Porque todo el mundo sabe que una técnica imprescindible para pintar y dibujar bien era sacar la lengua.

Pero Mario parecía no avanzar, pintando un perro más feo que Cobi con un mal día. Y decía:

—Es que yo lo acabo en casa…

Y tú ya sospechabas que algo no iba bien…

Pues efectivamente. Al día siguiente llegaba Mario con el perro perfectamente coloreado y sombreado, que tenía hasta pedigrí…

—Mario, ¿lo has pintado tú?

—Síii…

—Lo ha pintado tu padre.

—Nooo…

—¡Tío, lo ha firmado!

Pero las pinturillas De Luxe, que fueron la pesadilla de nuestras madres porque sus manchas no se quitaban ni con Dixan, ni con Ariel, ni con un tambor completo de Colón, eran las Manley.

Manchaban con solo mirarlas.

Y no solo valían para hacer manualidades sino también para maquillarte en carnaval, eso sí, arriesgándote a que la piel se te cayera a trozos o que la sonrisa de payaso que te habías pintado fuese perenne.

El Joker se quedó así por unas Manley no limpiadas a tiempo.

Pero ¿no es precisamente la perdurabilidad el principal objetivo de las pinturas?

Por eso hay que decir que mucho antes que los blocks de dibujo del cole, nuestros primeros lienzos fueron las paredes de casa.

Una especie de cueva de Altamira en la que dejamos nuestra primitiva huella artística para siempre, pero sobre gotelé.