Cuando un amigo te enseña fotos de antaño hay una que no falla… la foto de la orla del colegio.

¡Vaya caras! Todas recortadas con el nombre debajo. Que aquello parece el álbum de cromos de la pandilla basura.

¿Qué pasa? ¿Que ese año todo el mundo era feo o que los metieron a todos en tu clase…?

Yo me imagino al profesor, el primer día de cole, completamente «acojonao» y dando las clases de espalda.

Y siempre surge la famosa pregunta: «¿A ver si sabes quién soy?». Y tú, para ir sobre seguro, dices: «El feo».

Porque esa foto la tenemos cada uno de los niños de esa época, y no se libra nadie de semejantes peinados y semejantes pintas.

Siempre había uno que no podía ir el día que hacían la foto y le colocaban una distinta, de otro año y con un tono más sepia, que parecía que a ese niño le educaban con una ouija.

Y también en todas las fotos del cole estaba ese pobre crío con gafas de pasta y un parche de color crema en el ojo. Que tú le decías:

—¿Y ese parche?

—Es que voy de pirata…

—¿De pirata…? ¡Vas de pringao!

—Es que como es color carne no se nota.

—¿Qué no se nota? Píntale un ojo o una cornea o algo… Se nota mogollón.

—Es que tengo el ojo vago…

—¡Lo tienes muerto! ¿No ves que no respira, se pudre y se cae? ¡Quítatelo, por Dios!

A esa sesión de fotos se le sacaba mucho partido. Como te daban copias de distintos tamaños, de grupo e individual, tu padre recortaba tu carita y la ponía en el salpicadero del coche, dentro de aquellos marquitos espantosos, con la frase debajo que decía: «Papá, no corras».

Pero está claro que viendo esa foto papá no corre… ¡huye!