Todos habríamos dado lo que fuera por mudarnos a este barrio, donde la mayoría de los vecinos eran de peluche.
Nos habría encantado poner en práctica la letra de una de las canciones de este programa que decía:
«Todos tus juguetes los puedes compartir con Espinete».
Hubo tres temporadas destacables:
La primera, en la que solo había muñecos y que se llamó Ábrete, Sésamo.
La segunda, en la que ya aparecía el barrio con personajes de carne y hueso conviviendo con otros de trapo y felpa, como la gallina Caponata y el caracol Perezgil.
Y la tercera y más memorable, en la que conocimos a Espinete y a Don Pimpón.
En esta temporada, el vecindario humano lo componían, además de Ana, esa vecinita que todos quisimos tener, Chema el panadero, Julián el quiosquero y Matilde la de la horchatería. Ninguno de los tres cobró jamás un duro por vender sus productos, por lo que nos preguntábamos de qué vivía aquella gente, llegando a la conclusión de que todo el barrio era una tapadera, y seguro que Don Pimpón, muy bien relacionado con el marajá de Kapurthala, estaba detrás de todo.
Y de los vecinos de trapo más ilustres, aparte de Gustavo, el reportero más dicharachero de Barrio Sésamo, podemos destacar estos:
Triki, el monstruo de las galletas, que no era de extrañar que siempre tuviese hambre, ya que realmente nunca llegó a comerse ninguna galleta, porque las destrozaba todas y pocas eran las migas que le caían dentro de la boca.
Pepe Sonrisas, un presentador engolado, con cabeza apepinada, que cada vez que abría la boca parecía que la cabeza se le iba a partir en dos.
Epi y Blas, que pretendían acallar los rumores sobre su homosexualidad durmiendo en camas separadas.
Coco, que, a pesar de ser un monstruo de color azul eléctrico, solo con ponerse una capa y un casco medieval ya nadie lo reconocía y se transformaba en Supercoco.
Y el Conde Draco, un vampiro con cara de inspector de Hacienda que entraba en éxtasis cada vez que le salían las cuentas.
Había muchos más, y con todos ellos aprendimos la diferencia entre arriba y abajo, delante y detrás, cerca y lejos.
Estos personajes nos enseñaron que todo es relativo y que nada es grande o pequeño sin compararlo con algo. Por eso nunca dijeron «pequeño, mediano y grande» sino «grande, más grande y el más grande de los tres».
Y lo más destacable y loable es que todo esto nos lo enseñaron sin ningún tipo de moralina, ya que jamás manejaron los conceptos «bueno» y «malo».
Pero, una tarde, los vecinos de nuestro barrio favorito no aparecieron por ningún sitio, y en su lugar estaba un extraterrestre anaranjado llamado Yupi, que nos cayó gordo desde el principio, porque estábamos seguros de que había abducido a Espinete y a sus amigos.