Si he de empezar por un recuerdo televisivo, el más nítido y que más ha perdurado con el paso de los años es el de esos señores con camisetas hasta el suelo, sombreros estrafalarios y narices desproporcionadas.

Gaby, Fofó, Miliki y Fofito fueron las personas que hacían que mi mundo se parase durante unos minutos al grito de las palabras mágicas «¿Cómo están ustedeeees?».

La respuesta no podía ser otra más que «Bieeeeeeeeen».

¿Cómo, si no, describir mi estado de felicidad absoluta ante lo que se avecinaba en la pantalla, aún en blanco y negro, de mi televisor?

Una pista de circo rodeada de niños entregados a las aventuras, gags y canciones de estos personajes que me hacían reír mientras saboreaba un bocadillo de Nocilla.

Desde entonces les he seguido, investigando su historia y descubriendo cosas fascinantes, que no han hecho sino aumentar aún más mi amor por ellos y por su profesión.

El programa arrancaba con un número cómico de pista. Fue mítico aquel tan delirante en el que gritaban constantemente: «¡El mar, idiota, el mar!».

Después solía haber un número clásico de circo, con malabaristas, trapecistas, equilibristas, etc.

A veces, también hacían un concurso en el que lo importante no era ganar, sino participar.

Sí, ya… pero si ganabas mejor.

Además, regalaban «importantes» premios, como un juego de raquetas para los niños y una muñeca para las niñas.

Pero «La aventura» era sin duda lo más esperado del programa. Una especie de sketch con un esquema siempre muy parecido: el señor Chinarro le encargaba a Gaby algún trabajo o chapuza y este lo dejaba en manos de Miliki, Fofó y Fofito. Por supuesto la cosa acababa en destrozo. Y no había nada que pudiera gustarle más a los niños que la anarquía y el caos.

Esta fue la primera cinta cassette que tuve de ellos. La tenía desgastada de tanto escucharla una y otra vez.

El programa se cerraba siempre con una canción.

Y estudiando su discografía a fondo, he descubierto que había un tema constante en casi todas sus canciones: el alcohol. A veces más claro, a veces más sutil, pero el mensaje siempre estaba presente.

Un ejemplo de canción con el mensaje muy claro decía:

«Soy el ratón Caramelón que come mucho y bebe del porrón».

Hasta ahí vale, un ratón borracho. Pero es que luego había otro ratón que tomaba bolitas de «anís».

Como veis, los ratones borrachos se van multiplicando…

Pero, como digo, en este caso el mensaje era claro y diáfano. Lo peligroso viene cuando era subliminal. Tú no te lo esperabas y te la colaban.

Un ejemplo de canción aparentemente inocente, que luego no lo era, decía:

«Si toco la trompeta, tará, tará, tareta…

Si toco el clarinete, teré, teré, terete…».

Como veis, haciendo rimas eran únicos. Y sigue:

«Si toco el violín, tirín, tirín, tirín…

Si toco el tambor… Porrón, Porrón, Porrón».

¡Ahí está!

Pero quiero aclarar que los payasos eran gente generosa, porque también hablaban de la droga, pero de la droga compartida:

«Chinita tú… chinita yo…».

En 1976, España entera estuvo de luto por la muerte de Fofó en el momento más álgido de su carrera.

Pero, a pesar de la tragedia, el espectáculo debía continuar, o como ellos decían en su canción: «Sin temer jamás al frío o al calor, el circo daba siempre su función».

Con el tiempo llegó Milikito, el polifacético Emilio Aragón, que acabó convirtiéndose en todo un magnate de la comunicación, a pesar de haber comenzado su carrera haciendo de mudo que se comunicaba con un cencerro.

Años después le sustituyó Rody, y ese fue el momento en que los payasos decidieron poner fin a su trayectoria y continuar sus carreras por separado.

Mi gratitud a los Payasos de la Tele será eterna, porque siempre me hicieron sentir «bieeeeeen».

Y quizá mi vocación nace de una necesidad: la de intentar hacer sentir así a los demás.