Mariquita Pérez era la muñeca más querida entre las niñas de los años 50 y 60, pero fue destronada en los 70 y 80 por la casa Famosa, que arrasó con una familia numerosa de muñecas, sustituyendo el cartón piedra por el plástico.

A mí esas muñecas siempre me han dado mal rollo. Y más aún el hecho de que al tumbarlas se les cerraban los ojos, y si las ponías de pie los abrían de repente como si despertasen de su letargo para hacer el mal.

La Nancy, el Nenuco, la Barriguitas… daban miedo. Y encima, en Navidad, las ponían todas juntas en un anuncio caminando con pasos torpes mientras unas niñas siniestras cantaban:

«Las muñecas de Famosa se dirigen al portaaal…».

Y tú pensabas: «¡Que alguien avise al niño Jesús! ¡Van a por él!».

Yo estaba aterrorizado con aquel anuncio, eran como The Walking Dead pero en muñecas.

Pero más allá de mis traumas personales, hay algo objetivo, y es que con ellas se evidenciaba uno de los grandes problemas de los juguetes: la escala.

Por ejemplo, tú te pedías para Reyes el Exin Castillos y tu hermana se pedía la Nancy Princesa para jugar los dos juntos con la Nancy y el castillo. ¿Qué pasaba? Pues que el castillo tenía medio metro de alto… y la Nancy también.

Así que a lo único a lo que podías jugar era a Godzilla contra el Alcázar de Segovia.

Si la Barbie, esa rubia profunda, tenía un novio algo gay conocido como Ken, nuestra muñeca más española también tenía un compañero sentimental: Lucas, que era un muñeco de lo más chungo.

Pero yo creo que siempre nos ocultaron que Nancy y Lucas habían nacido de una relación incestuosa, porque ¿acaso nadie se dio cuenta de que tenían la misma cara?

Todo lo que rodea al mundo de las muñecas es oscuro.

Y, además, generaban inquietudes extrañas en los niños. Porque quien nunca haya desnudado a una muñeca para ver que tenía debajo que tire la primera piedra.

Que yo recuerde, hubo muñecas que lloraban, que se meaban encima y que hacían pompas de moco por la nariz.

Y toda esa guarrería debería haber sido suficiente motivo para que nuestra generación se extinguiese, porque a ninguna niña le iban a quedar ganas de tener hijos después de semejante experiencia.

Sin embargo nada más lejos de la realidad. Esas muñecas han dado libertad de elección a toda una generación.

Y hoy en día quienes jugaron con ellas o son madres o han salido del armario.