El concepto era bien sencillo: cuatro hipopótamos, varias bolitas, y el que comiese más ganaba.
Pese a su sencillez, era uno de los juegos de mesa más divertidos para jugar con amigos. Lo único que había que hacer era darle a una palanquita colocada en el culo del animal, ¡y a tragar bolas!
¿Por qué hipopótamos y no leones, por ejemplo? No está muy clara la cosa. Pero sí es cierto que los hipopótamos gozaban, y gozan aún hoy, de una popularidad entre los niños que los hace atractivos.
¿Quién no recuerda el anuncio de los pañales Ausonia con aquel hipopótamo gigante?
Sin olvidarnos de Pepe Pótamo y su viento huracanado.
Sin embargo, creo que no hay un animal más complicado de pronunciar que este. Por eso en nuestra infancia también eran conocidos como: hiponótamo, hipotónamo o hitopónamo, entre otras combinaciones.
Al final, como si de los Pelayos y su observación de la ruleta en los casinos se tratase, uno descubría con el tiempo que la base tenía una ligera inclinación que favorecía a uno de los hipopótamos, que solía ser siempre el ganador.
Más de uno se habría forrado con este juego si las apuestas hubiesen sido legales entre los niños.
Hoy en día han sacado nuevas versiones del juguete, pero no tienen el encanto del diseño y colorido original.
Tragabolas, con su nombre, ya anticipaba la cantidad de mentiras que nos tocaría tragarnos en nuestra infancia y en nuestra vida de adultos. De hecho, creo que es un juguete promovido desde el gobierno para acostumbrarnos desde pequeños.