Este juguete era sin lugar a dudas mi favorito, porque con él podía construir muchos más.
Sus piezas tenían una propiedad mágica, que consistía en que, aunque creías haber guardado todas en la caja, siempre te encontrabas alguna por la alfombra o bajo el sofá.
A veces no las detectabas con los ojos, sino con los pies. Aún recuerdo el dolor que sentía cuando pisaba descalzo una de estas piezas. Se te quedaba un bajo relieve en la planta del pie que podía servir de molde para fabricar piezas idénticas con plastilina.
De hecho, pisé tantas veces las fichas del Tente que he desarrollado un tacto especial en los pies, capaz de distinguir la forma y el tamaño de la pieza en cuestión.
Recuerdo que había varios tipos de cajas de Tente. Las más conocidas eran: Tente Ruta, Tente Mar y Tente Astro.
Reconozco que yo siempre hacía caso omiso de las sugerencias que venían en las instrucciones. Construir camiones, barcos o astronaves no me motivaba lo más mínimo. Me dedicaba a construir máquinas absurdas; algunas incluso llegaron a funcionar.
Recuerdo una que construí en la que había que meter una moneda de 25 pesetas y, al apretar un botón, te daba el cambio.
Yo probaba el invento con mi familia y el cambio no siempre salía, pero yo me quedaba con la moneda de 25 pesetas dentro del aparato.
Este invento también se conoce como hucha.
Un día descubrí que había niños que tenían un juguete parecido, pero que no era igual. Se llamaba Lego. Y al mismo tiempo me di cuenta de que también tenían una casa más grande y un coche mejor. Porque hay que decirlo ya: el Lego era para niños pijos y el Tente para los proletarios.
El Lego siempre fue más caro, y aun así acabó desplazando al pobre Tente del mercado.
Pero, por mucho que lo intenten los intereses mercantiles, jamás conseguirán acabar del todo con el Tente ni con el recuerdo de quienes pasamos horas jugando con él.
Ya que, sin saber muy bien por qué, siempre aparecerá una pieza en algún lugar de la casa que encontrarás cuando andes descalzo.
Viendo esta caja de Tente, uno creía que podía construir su propia nave sideral para escapar montado en ella al espacio exterior.