Su creador, un alemán llamado Hans Beck, se formó como carpintero y comenzó su carrera fabricando pequeños juguetes para sus hermanos.
Fue una especie de Geppetto que consiguió que finalmente sus muñecos cobrasen vida. Una vida que ha continuado más allá de la muerte de su creador.
Y lo hicieron en las manos de niños de todo el mundo, compartiendo con ellos aventuras, luchando en barcos pirata o guerreando en fuertes Comanche. Pero eso sí, siempre con una sonrisa pintada en sus caritas.
Los Playmobil (en los setenta los conocíamos como los Clicks de Famobil) siempre fueron mis muñecos favoritos. Muy por encima de otras figuras de la época como los Airgamboys, los Madelman o los Geyperman.
Yo tenía especial manía a los Airgamboys que pretendían ser más sofisticados que los Clicks porque… giraban las muñecas. ¡Madre mía! ¡Eran auténticos juguetes de acción!
Y me acuerdo perfectamente de su anuncio de televisión. Los veías en la pantalla montando a caballo en el Oeste o luchando en batallas épicas y luego te los comprabas… ¡y aquello se movía menos que la nave nodriza de V!
Y tú, desolado, pensabas que te habían tocado unos Airgamboys muertos.
Tema aparte eran los Geyperman, unos muñecos ciclados y rellenos de testosterona.
De hecho, los Playmobil son las únicas figuras de su generación que han sobrevivido en el mercado.
Quizá es porque la idea del visionario juguetero de alejar sus figuritas de las modas pasajeras y mantener intacto el encanto de lo sencillo, que no de lo simple, es lo que ha hecho que perduren en el tiempo, convirtiéndose en un auténtico icono de la cultura popular.
Esas manitas curvadas en forma de U podían manejar arcos, flechas y hasta timones de barco, pero desgraciadamente no podían llevarse nada a la boca, porque los Clicks, al carecer de codos, se tiraban cualquier copa o alimento por detrás de la espalda.
Entonces surge la gran pregunta: ¿cómo han podido sobrevivir hasta hoy si no podían autoalimentarse?
Cuando volví a jugar con ellos descubrí la respuesta.
En su carencia se encierra su gran lección: dándose de comer unos a otros.
Tal vez, nuestra sociedad de carne y hueso debería aprender de esa otra pequeña sociedad de plástico que, como todo en la vida, lo que hace que un juguete tenga auténtico valor es compartirlo.
Y siempre con una sonrisa, tal y como Hans la pintó.