Le llamé. Al final del capítulo anterior no estaba segura de hacerlo, pero siempre hay cinco minutos en que no se te ocurre nada y es entonces cuando las gentes sensibles tomamos las decisiones más equivocadas o las más sublimes.
Le llamé, me refiero al Niñobién, el de la poesía aséptica. Empezó a venir a casa con frecuencia. Además de follar yo le hacía responderme al teléfono y copiar mis historias a máquina, porque con ciertos chicos, follar no basta. Esto parece una novela de Françoise Sagan, ¿verdad?
MI VIDA no es tan fácil como parece. Me paso el día firmando papeles contra la OTAN y a favor de la OTAN, porque en temas tan complicados soy muy equilibrada. Me pongo morada de cocidito madrileño en diversas entregas de premios. Me recorro todos los barrios dando conferencias sobre la importancia de las drogas en las clases bajas. Por mi imparcialidad modélica me han elegido como intermediaria para todos los asuntos de la conferencia episcopal y el gobierno, porque los obispos no están contentos con el trato que les da la clase dirigente (y yo intento meter cizaña porque no me acaban de gustar los obispos). También estoy en contacto íntimo con ETA a ver si se reconcilian con el Ministerio del Interior. En fin, que estoy llena de compromisos sociales. YO soy muy ABSOLUTA y cuando VUELVO, lo hago con todas sus consecuencias. Sé que volver significa convertirse en una MUJER PUBLICA y una mujer pública es limitada, porque también es humana y necesita a alguien que le responda al teléfono. Porque mi tragedia es el TIEMPO (ahora que soy famosa entiendo que gentes como Borges se hayan preocupado tanto por el tiempo). Si yo digo que SI a mi público, es decir los obispos, el gobierno, la ETA, los coordinadores de barrio, los espías, etc., sé que eso conlleva, además de solucionar todos los muermos de este maldito país, ACOSTARME con la mitad de ellos, porque a la hora de la verdad, y con una chica COMO YO, todos tienen corazón y rabo y entre negociación y negociación siempre hay una mamada por aquí, UN POLVO TIPO RAPIDO mientras te desplazas de un despacho a otro, en fin, cosas que pueden ser interesantes pero que te quitan TIEMPO:
—… Y a veces tengo que llamar al fontanero, o ir al banco, arreglar las resistencias de las estufas, decir que no a todas las emisoras que me llaman para hablar de posmodernismo (maldita la hora en que a los de La Luna se les ocurrió inventarse la palabrita). Tengo que ir a presentar mis primeras fotonovelas reeditadas ahora en Argelia. O asistir a una exposición en el MOMA de nueva yorka de todos mis trabajos como modelo porno. Debo responder a los brasileños si puedo o no ir a leer el pregón de sus carnavales. Debo responder a multitud de anónimos insultantes, con los que mantengo una intensa correspondencia (amenazarte de muerte siempre es un modo de declarar que les gustas mucho), etc., y YO NO PUEDO HACERLO TODO. Necesito un secretario, y ése podrías ser tú ya que me quieres y estás por MIS HUESOS.
—Sí, pero soy poeta.
—Hasta conseguir el adonais un poeta tiene que aguantar unas cuantas vejaciones, y ser mi secretario no es la peor de ellas.
Suerte que SOY TAN elocuente, porque los hombres cuando se trata de arrimar el hombro, estén o no enamorados de UNA, no son fáciles de convencer.
De este modo el Niñobién se convirtió en mi amante secretario y mecanógrafo. Ya sé que no se me ve muy apasionada; no es ético sentir pasión por un novio secretario. Además, para qué ocultarlo, le desprecio. Cuando explique el porqué me daréis la razón.
El Niñobién se llamaba Pepón y se mostraba un poquito reticente en lo de serme útil, porque según él yo le ocupaba las veinticuatro y su madre empezaba a escocerse.
—Iremos a hablar con ella, comprenderá que SOY ESENCIAL para tu formación.
—No lo entenderá —me aseguró él.
—Ya lo veremos.
Como este tipo de chicos, aunque tengan una piel estupenda y vistan prendas de calidad, después son unos blandos no supo decirme que no.
Me llevó a su casa y me presentó a su madre.
La señora no tenía mala pinta, debía haber leído bastantes ensayos y no parecía que le hubieran dado muchos disgustos en su vida. Muy respetable y tal, con ese aspecto podía ser ministra de algo, pero tenía un tono como de pirada a la hora de hablar (será del Opus, pensé, pero no era eso).
—YO siempre he sido una liberal —me confesaba; mientras nos atiborrábamos de galletas con anís, ellos tomaban té—, por eso no me importa que mi hijo se divierta. Creo que es sano tanto para su fisiología como para su espíritu y no tengo inconvenientes en que lo haga de manera poco convencional.
—Se ahorra UNA mucho TIEMPO. Yo desde niña ya me había dado cuenta que pocas cosas eran más importantes que el PLACER —le dije.
—Y eso que usted no es poeta, porque para los poetas el vicio es más importante que para los demás.
—No hace falta ser poeta para DIVERTIRSE, más bien al contrario; los poetas suelen ser poco ingeniosos incluso cuando se emborrachan.
A todo esto Pepón no decía ni mu, y estaba sobre ascuas.
—No sé por qué tenías tanto miedo de presentarme a tu madre, es divina —le dije para integrarle en la conversación.
—Si usted conociera a mis amigos se asustaría de hasta qué punto soy flexible comparada con ellos, pero esto no quiere decir que no me preocupe por mi hijo. Es lo único que tengo.
—Mujer, todavía estás en edad de pasarte. Tal vez tengas que pagar, pero eso no es problema, supongo.
Pensaba darle el teléfono de algún chulo conocido, pero madre e hijo me miraron como cuando Superman echa rayos por los ojos y opté por sonreír y beber un poco de anís.
—Por muy liberal que sea hay cosas que no me interesan —me dijo la madre controlando un insulto—. Cuidar de mi hijo me basta. Pero claro, usted no puede entenderlo porque como es un travesti nunca podrá tener hijos.
Creí no haber oído bien.
—¿Cómo?
—Sí, no se extrañe, la ciencia todavía no ha avanzado tanto, querida.
Y sonrió encantada con el retraso de la ciencia.
—Señora, me sobran coño y hombres para tener toda una tribu de hijos si fuera un poco descuidada.
—No me ha entendido bien, querida. Ya le he dicho que soy escandalosamente liberal. No debe avergonzarse de ser un travestí, lo encuentro divertido.
—Como siga llamándome travestón se va a tragar las galletitas sin masticarlas siquiera. Miles de hombres se han perdido en la inmensidad de mi coño. Su hijo entre ellos.
Como decía Mae West de buena soy muy buena, pero de mala soy aún mejor.
Algo debió entender la señora porque se quedó muda y miró a su hijo pidiendo ayuda.
—¡Tú tendrás algo que decir al respecto! —le ordenó.
—Bueno…, te advertí que a Patty no le gustaría hablar de ello —dijo Pepón cortadísimo.
Me levanté y le di una hostia.
—Quedas despedido. Te hice mi secretario para humillarte un poco, pero no mereces ni eso.
La madre reaccionó, se levantó y me sacudió otra hostia a mí.
—No permito que nadie pegue a mi hijo en mi presencia.
—Señora, comprendo que haya países en los que los campesinos les corten las cabezas a sus señoras.
En ocasiones me sale una conciencia social tremenda. No soportaba estar ni un minuto más en aquella casa. Recogí mi bolso, me tiré un pedo y me fui.
Ya estaba en la calle cuando apareció de nuevo Pepón:
—Lo siento, Patty. Te explicaré.
—Déjame en paz —y le sacudí otra hostia.
—Mi madre está muy mal, desde que murió mi padre hace ocho años se ha obsesionado conmigo porque soy igual a él. Está enamorada de mí. No le importa que me acueste con chicos, dice que «eso es distinto, porque no pueden competir con ella», pero no soporta que lo haga con chicas. Pretende ser la única mujer de mi vida, por eso cuando me voy con chicas que es lo que realmente me gusta tengo que engañarla. Por eso le dije que eras un travesti.
—Peponcillo, yo soy una chica muy simple y todo esto me repugna.
—Sufro mucho, Pat. Ya sabes que soy poeta. No te vayas así.
—Para ser poetas hace falta algo más que tener una madre pirada y autoritaria. No intentes volver a verme.
A lo lejos venía un taxi. Lo paré y me metí dentro. A pesar de que me había desahogado con madre e hijo estaba RABIOSA. Cosa rara en mí, ni siquiera me fijé en el taxista. Muy seca, le di mi dirección; él aumentó el volumen de la radio. Estaba cantando Harry Belafonte un villancico «Mary’s Boy Child», una canción de una dulzura casi cruel. Sin saber cómo se me cayó una lágrima; disimuladamente, casi avergonzada, me la enjugué con la mano. Y el taxista habló:
—La Patty que yo conocí no lloraba.
Me quedé petrificada ante semejante atrevimiento.
—Creí que un taxi era como una iglesia, un lugar tranquilo e íntimo, pero ya veo que me equivoqué —reproché débilmente.
El taxista empezó a tararear la canción, acompañando a Harry Belafonte. Parecían haber nacido para cantar a dúo, y aquello era demasiado. Hay voces de hombre que la hacen sentirse a una sola como una zapatilla vieja.
Estoy escribiendo en febrero. Ni siquiera me he enterado de que hace más de un mes ha sido Navidad; sin embargo, aquella canción me traía la sensación de todas las Navidades de las que había huido.
Por fortuna la canción terminó, mientras me recuperaba de mi inesperado sentimentalismo el taxista volvió a hablar:
—¿No se acuerda de mí?
Por primera vez me fijé en él, y ¡claro que lo RECORDABA!
—¡Tú eres el que la primavera pasada me llevó a Mercamadrid y me regaló un kilo de langostinos! —Si había en el mundo una persona a la que deseaba volver a ver era este hombre.
—Exacto.
—¡No sabes cómo me emocionó! Abrí la ventana para darte las gracias, pero ya te habías ido y un aire de primavera inundó mi salón.
—Lo leí. A mí también me emocionó cómo lo contabas.
—En aquella época no hablabas mucho. ¿Qué ha ocurrido para que te hayas vuelto tan locuaz?
—Nada. He sobrevivido.
Aquel hombre seguía teniendo los ademanes de Robert Mitchum en Retorno al pasado. Después de mi frustrante episodio burgués fue muy agradable que el taxista me depositara en la puerta de mi habitación. Una vez allí, adivinando que lo estaba deseando pero que me sentía demasiado débil para pedírselo, me cogió de la mano y me llevó a la cama, me quitó los zapatos y se sentó a mi lado, en el borde. En silencio, poco a poco, consiguió borrar mi angustia como quien limpia con la fregona un suelo sucio. Pensé para mis adentros: Una nueva vida se abre ante mí.
Fue una pena que esa nueva vida sólo durara cinco horas, después de las cuales el taxista se fue, volviendo a quedarme sola conmigo misma y con mis confesiones.
He comprendido que soy por naturaleza una mujer sola y tergiversada. Mi vida, como mis relatos, sólo tiene planteamiento, pero carece de nudo y desenlace. Me hubiera gustado encontrar en el taxista un nuevo horizonte, algo que justificara y expresara el cambio que ya me invade de un modo inexorable. Pero no ha sido así.
Tendré que buscar por otro lado.
¡Estoy aterrada, tengo la impresión de haber madurado de golpe!