Me di un baño de arcilla. La verdad es que cuando me violaron unas horas antes en la Casa de Campo, me puse de barro hasta las cejas, pero no es igual. Si podéis elegir os recomiendo la arcilla para la piel. Es como si te pusieras una mascarilla por todo el cuerpo, porque cuando se es una SEX-SYMBOL como YO no basta con tener una CARA SUGESTIVA. EL CUERPO es lo que cuenta. Tengo mucho aguante, pero me notaba cansada. Cuando me entrego no soy rácana; de todos modos los recuerdos me mantenían espabilada. Y la ducha, después del baño, como todos sabéis, te tonifica mucho. Así que me fui a una «disco».
Llovía. Una vez en la calle pensé: «Al menos cuando me violaron no llovía». Siempre encuentro motivos para ser optimista. Y es que, a pesar de ser una sex-symbol, soy bastante equilibrada.
Llovía a mares, una sicóloga enamorada de su marido y con niños se habría quedado en casa. Pero nunca me ha divertido ser prudente, a no ser que ganara mucho dinero con ello. Me he comprado un video hace unos días, pero no sé aún cómo funciona. Tal vez cuando lo controle y tenga muchas cintas el video acabe convirtiéndose en mi verdadero MARIDO, ese ser que llena tus horas muertas y te impide salir una tempestuosa noche otoñal en busca de aventuras. Pero de momento no tengo cintas que me aten.
En la pista de la «disco» había gente colgada bailando, quince chicos me miraron con descaro. En sus ojos pude leer: «Es Patty Diphusa, la gran estrella internacional». Pero ninguno se atrevió a acercarse, y es que una sex-symbol es MUCHO. Me bastaron unos segundos para controlar el local. Sólo un chico me hacía TILIN. No bailaba, pero mientras hablaba con una SUCIA ADOLESCENTE, contoneaba los muslos al ritmo de la música. Me bastó mirarle para adivinar que era un buen BAILARIN. Cuando estoy SALIDA me vuelvo muy perceptiva. En esos momentos podría adivinar el futuro de AP en las próximas elecciones si me lo propusiera. Pero, hablando del chico, había algo en él que me atraía irresistiblemente, y no me refiero al paquete, que ocupaba buena parte de su bragueta, ni a los BRAZOS que parecían una fábrica de vitaminas. Era otra cosa, no sé qué.
Me gustaba ver bailar a la gente. Y me apetecía verle a él. Me acerqué. La Sucia Adolescente me pidió un cigarrillo.
—No tengo, pero sé dónde los venden. Toma. Tráeme un paquete y quédate con uno.
Le di un billete. El Chico y YO nos quedamos solos. Ahora estaba segura, aquel chico me resultaba familiar. Había ALGO, tal vez su olor, o su modo de decirme «Hola» y sonreír. No sé. Le dije:
—Si bailas para mí te daré lo que quieras.
—Bailaré, pero no hace falta que me des nada. Me gusta bailar.
Tina Turner se hubiera humedecido viendo lo que hacía ese muchacho con su último hit. Y cuando inició su representación de «Dirty Mind», si le ve Prince, no hubiera dudado en hacer una gira por España gratis si a cambio podía desayunar con él cada día. En fin, que el chico era todo un espectáculo. Parecía escapado de una sesión de La Juventud Baila. Media hora podría resultar aburrido (¿hay algo que no resulte aburrido durante media hora seguida?) pero durante cinco minutos era como una inyección de cazalla directamente en vena. No fue mala idea cuando le pedí que bailara. Vino a mí.
—Estoy en dexys, podría bailar toda la noche. Podría hacer cualquier cosa.
—Ven.
Le dije cogiéndole de la mano y tratando de evitar a la Sucia Adolescente que aparecía por lo alto de las escaleras:
—Estoy en deuda contigo. Quiero regalarte algo.
Y me lo llevé al lavabo. Entramos en el de chicos, que siempre son más liberales, y nos encerramos en un retrete. Me preguntó:
—¿Qué pasa, tienes coca?
—Sí.
Y dicho esto me lancé a sus labios para que no siguiera preguntando por más drogas. En el capítulo drogas los jóvenes son insaciables. Mientras sellaba su boca con la mía desabroché todos sus botones. La VIDA es muy efímera, a veces no queda más remedio que hacer varias cosas al mismo tiempo, si se quiere sacar cierto partido de ella.
—No me dejes marcas —me dijo.
—¿Te avergüenzas? Son heridas de guerra, condecoraciones que yo te impongo como embajadora del placer. No deberían avergonzarte. Al contrario.
—Uno tiene sus compromisos.
—Ya. Lo peor de ser una chica libre es que los demás no lo son.
¿Cómo conseguí subirme las faldas hasta el sobaco mientras le enseñaba tan importantes conceptos y le ayudaba a bajarse los pantalones hasta la rodilla? Ni yo misma lo sé. Pero lo cierto es que lo hice. Y nunca me arrepentiré de ello. El espacio no nos permitía hacer un sesenta y nueve, que era nuestro impulso natural. Decidimos alternarnos. Primero se arrodilló él. Después de un buen trabajo de lengua levantó su linda cabeza y me confesó.
—Eres la primera mujer a la que le como el coño.
—¿Tú también?
—¿Qué quieres decir?
—Es la segunda vez que me lo dicen esta noche. También lo de las marcas. Me estoy empezando a mosquear.
Pero no era para mosquearse, como soy una chica muy equilibrada, preferí pensar que los violadores me habían dado suerte.
De todos modos no era momento para elucubrar. Llevada por un innato sentido de la justicia me arrodillé y le mordisqueé ávidamente el GLANDE. Él parecía tan complacido como yo:
—Las dexys son divinas —dijo.
—No sólo las dexys, cariño.
Hicimos todo lo que dos personas con un poco de sentido común y llenas de vitalidad pueden hacer en un metro cuadrado de retrete. Todavía no habíamos llegado a nuestro tercer orgasmo cuando alguien llamó a la puerta.
—Está ocupado —grité.
—Va de orgía, si quieres apuntarte te abrimos la puerta —dijo mi partener, como veis, un chico muy dispuesto. Yo no dije nada, tampoco me iba a poner estrecha a esas horas. Abrimos la puerta, y ¿A QUIÉN NOS ENCONTRAMOS? Al-Chico-que-Me-Recogió-en-la-Casa de Campo, después-de ser violada-por Sicópatas-uno-de-ellos-recién salido de la-cárcel. El diálogo que siguió fue más o menos así:
—¿Tú? —preguntó el visitante.
—¿Tú? —le pregunté YO al Recién Llegado una vez que le reconocí.
—¿Y tú? —preguntó Él cuando me reconoció.
Como siempre que me encuentro metida en una situación embarazosa lo único que se me ocurre es comportarme con naturalidad:
—Entra y acomódate donde puedas. Has llegado justo a tiempo —le invité.
—Muchas gracias —me dijo en plan agresivo. Parecía enfadado. «Me Ama», pensé, «y no le gusta verme en el retrete con otro». Aunque me halagó, nunca olvido mi condición de mujer libre y le reproché en un tono bastante feminista:
—¿Qué te pasa, te molesta que folle con otros?
Él no se achantó, al contrario:
—Sí. Sobre todo si el otro es mi novio.
—¿Cómo? ¿No estabas casado?
—Sí. Conmigo —explicó el Bailarín sacando su rabo de mi coño y guardándoselo en los pantalones.
—¿De qué os conocéis vosotros?
Ahora era el Chico del Club el que estaba mosqueado.
—Perdonad chicos. Pero paso de disputas conyugales. Soy demasiado moderna para eso.
—No te vayas —dijo el Recién llegado, el que Me Recogió en la Casa de Campo—. Aquí el que estorba soy yo.
—No. Soy yo el que sobra. Todavía podría estar esperándote en casa. Dijiste que llegarías de viaje a las doce.
—Permitidme ser generosa una vez más —les dije muy digna pero sin una gota de orgullo, porque no me gusta la gente orgullosa—. Yo soy la que se va. Me olvidaréis pronto, me he esmerado en no dejaros marcas a ninguno de los dos.
Y salí de la «disco». En la escalera me miraron unos cuantos chicos, pero ninguno me dijo nada. Tal vez se me notaba en la cara cierta decepción.
En la calle al menos no llovía, como dije al principio siempre trato de encontrar la parte más positiva de las cosas. Hacía frío, pero necesitaba dar un paseo y reflexionar un rato. Antes de coger un taxi hice un pequeño balance de mi noche. Seis polvos, cuatro hombres, todos ellos locos por mí. Y yo volviendo sola a casa. Pero no me importaba. Prefiero ser una chica independiente que estar atada a un asesino ex carcelario, su amigo raro, y un matrimonio de bisexuales sin ninguna capacidad de improvisación. «Cuando llegue a casa me haré una sopa Campbell de Rabo de Buey que son muy confortantes», pensé. Vivir sola puede tener sus compensaciones si te organizas bien.
«Ahí viene un taxi. Voy a cogerlo. ¿Qué tal será el taxista?».