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Una sorpresa maravillosa

Llegó la última semana de curso. Había exámenes todos los días y los niños trabajaban muy de firme. Elizabeth, Robert y Kathleen fueron los más esforzados. Todos querían sobresalir. Elizabeth ansiaba ser la primera de su clase y lo mismo Robert. Kathleen quería ser la primera en algo y no le importaba en qué.

«Será tan bonito decir a mamá que fui la primera en algo —pensaba Kathleen—. Mamá siempre se ha mostrado comprensiva. Realmente sería maravilloso complacerla en algo».

La muñeca de Elizabeth había mejorado, si bien no lo suficiente para tocar el piano, cabalgar, hacer deporte, cavar en el jardín, o gimnasia. En verdad que era pésima su suerte.

Sólo intervendría en el coro durante el concierto. Pero no acompañaría a Richard. Harry la reemplazaba. Intentó ser alegre para evitar que advirtiesen qué desgraciada era a veces. Se esmeró en ayudar a los demás y pintó maravillosamente bien las coronas. Incluso pintó unos árboles para al escenario. Todos opinaron que eran fantásticos.

Confeccionó doce programas, los mejores que se habían realizado en la escuela. La señorita Belle tendría uno, otro la señorita Best y otro el señor Johns.

Había leído para George y jugado con él hasta el día que le dieron de alta en la enfermería. Hizo muchos trabajos para el ama. No trabajó con John en el jardín, pero le escribió una lista de semillas de flores para la primavera y escuchó atenta cuando le contó lo realizado con la colaboración de Peter.

—Sin duda es fuerte —dijo Joan—. Hay buena materia prima en Elizabeth. Sabe ser la niña más desobediente de la clase y también la más sumisa.

Elizabeth acudió a contemplar los partidos de hockey y lacrosse, y animó a los jugadores, si bien su corazón sentía frustración.

¡Qué terrible no poder hacer nada de cuanto deseamos ardientemente!

—Tú sabes sonreír ante la adversidad —reconoció Robert.

Nada de cuanto Elizabeth había realizado hasta entonces le proporcionó tanta admiración por parte de todos, como su esfuerzo durante aquella semana. Conocían su fuerte temperamento y lo difícil que le resultaba mostrarse alegre, paciente y bien dispuesta. Se sentían orgullosos de ella.

Llegó el concierto escolar. Fue una tarde excitante. Asistieron muchos padres de alumnos, entre ellos los de Elizabeth, que se quedarían hasta el día siguiente para llevársela. Les entristeció enterarse que se había dislocado la muñeca, privándola de tocar en el concierto, pero les entusiasmó el programa que ella les mostró.

—Lo hice para vosotros —explicó orgullosa—. ¿Os gusta? Los profesores también los tienen. Mamá, fíjate en las coronas de oro de la función. Las pinté yo, y también pinté los árboles.

El concierto fue un gran éxito. La función fue divertida e hizo reír a todos. Jenny y Kathleen se entusiasmaron. Ellas habían escrito la parte de su curso. Richard tocó maravillosamente el violín e interpretó con Harry los dúos que Elizabeth tanto había ensayado.

Pese a lo triste que era oírlo, se mostró sonriente y aplaudió el final. Jenny, Joan, Robert y Kathleen la observaban, contentos de verla sonreír y aplaudir, cuando por dentro ardía de frustración.

Al final del concierto, dieron los resultados de los exámenes. Elizabeth escuchó conteniendo los latidos de su corazón, lo mismo que Robert y Kathleen. A Jenny no le preocupaba demasiado, mientras estuviera en un lugar cercano a la cumbre. A Kathleen sí le importaba. Se había esforzado mucho en distanciarse de los últimos.

La señorita Belle dirigió la palabra a la clase de Elizabeth.

—La señorita Ranger afirma que habéis realizado un trabajo excepcionalmente bueno —dijo—. Algunos de los niños han destacado por encima de lo esperado. Particularmente Elizabeth Allen y…

La señorita Belle no pudo continuar, pues una salva de aplausos la interrumpió. A todos les encantaba que Elizabeth fuese la primera. Robert aplaudió también con fuerza. Ansiaba ser el segundo, ahora que sabía quién ocupaba el primer puesto.

La señorita Belle extendió la mano pidiendo silencio.

—Un momento —dijo—. Dejad que termine lo que quiero anunciar. Elizabeth Allen y Robert Jones comparten el primer puesto.

Robert se quedó rígido en el asiento, paralizado por la sorpresa. Él y Elizabeth estaban juntos en la cumbre. Incluso le pareció mejor que estar solo en la cima. Elizabeth, sentada detrás de él, se inclinó y le dio unas palmaditas en el hombro.

—Robert, me siento muy complacida. Prefiero compartir el primer puesto contigo. De veras te lo digo.

Robert sonrió. No podía hablar porque estaba demasiado emocionado. Carecía del buen cerebro de Elizabeth y tuvo que trabajar de firme para escalar la cumbre. ¡Qué orgullosos estarían sus padres!

La señorita Belle continuó. Jenny estaba en el cuarto puesto y Joan en el quinto. Ambas niñas se mostraban satisfechas. Kathleen era la sexta, bien lejos de las últimas y, además, con puntuación máxima en historia. Sus mejillas resplandecieron cuando oyó que lo decía la señorita Belle. Se había acercado a las primeras y obtenido la mayor puntuación en historia. ¿Qué diría su madre? Sus ojos la buscaron por el enorme gimnasio y vio su rostro pleno de felicidad.

«No sé qué ha hecho Whyteleafe con mi pequeña Kathleen —pensaba la madre—. Pero tiene un aspecto distinto. Siempre fue feota y ahora está más guapa cuando sonríe. ¡Y qué feliz y brillante se la ve junto a sus compañeras!»

Fue una tarde espléndida. A última hora se celebró la Junta escolar. Guardaba una sorpresa que William no anunció hasta que se hubieron tratado los asuntos de rutina.

El dinero de la caja se dividió a partes iguales entre todos los niños. Así todos iniciaban el período de vacaciones con algo de dinero en los bolsillos.

William habló al fin.

—Lamento anunciar que perdemos a Kenneth. Sus padres se van al extranjero y se lo llevan. No volveremos a verle hasta que regresen y eso será dentro de seis meses.

Todos escucharon en silencio.

—Damos las gracias a Kenneth por haber sido inteligente y buen monitor durante muchos cursos. Su gran labor es incluso desconocida para muchos de nosotros. Te echaremos de menos. Celebraremos tu regreso, Kenneth.

—Gracias —Kenneth se puso de color escarlata.

Era un muchacho tranquilo y vergonzoso, querido por todos.

La escuela sentía perderlo.

—Bien, como Kenneth no estará aquí de monitor el próximo curso, tendremos que elegir un sustituto —siguió William—. Podéis elegir de nuevo a George, o dar la oportunidad a otro si consideráis que merece la pena. Nora, reparte las papeletas, por favor.

Nora las repartió. Todos parecían preocupados. Resultaba difícil elegir monitor sin antes haberlo consultado entre ellos. Elizabeth chupó su lápiz. ¿A quién pondría? Se decidió por John, si bien no le consideraba idóneo, pues sólo entendía de jardinería. Sin embargo merecía una oportunidad. Escribió su nombre: John Terry.

Cuando todos hubieron escrito un nombre, las papeletas se entregaron al jurado, que las desdobló y contó. El jurado deliberó durante algunos minutos y también emitió su voto.

William y Rita intercambiaron unas palabras y luego William golpeó con el mazo sobre la mesa.

Tres son los nombres que han alcanzado mayor número de votos: John Terry, Robert Jones y Elizabeth Allen.

Elizabeth saltó de su asiento. No esperaba que nadie votase por ella. Era la sorpresa de su vida.

—Hemos aprendido a conocer a Elizabeth durante este curso —dijo William—. Lo bueno y lo malo que hay en ella. Rita y yo hemos observado qué difícil han sido para ella estas últimas semanas y cómo ha intentado olvidarse de sí misma y ayudar a su clase. No es, pues, de extrañar que haya obtenido tantos votos.

—Sabemos cómo ha soportado su desilusión —siguió Rita—. Tampoco olvidamos que se hirió la muñeca al detener el caballo de Peter. Fue un acto de valor que la honra. Eres contradictoria, Elizabeth. Tonta cuando quieres y lista cuando te lo propones, paciente o insoportable, antipática o amable, pero nadie ignora que intentas ser justa y leal.

Elizabeth escuchaba con el corazón excitado. ¿Iba a decir Rita que debía tener paciencia y quizás el próximo curso sería monitora si se portaba bien?

No, Rita no iba a decir eso.

—Elizabeth, tanto William como yo te conocemos bien ahora y estamos seguros de que, si te hacemos monitora, no nos decepcionarás. Sabemos que tratarás a los demás mejor que a ti misma. Por ello consideramos justo llamarte a la mesa de los monitores y pedirte que te esfuerces al máximo en tu próximo curso escolar.

Con mejillas ardientes y ojos relucientes, Elizabeth se encaminó a la mesa del jurado. Jamás en su vida se había sentido tan orgullosa y complacida. Ya no le importaba su ausencia en el concierto, en los partidos y en el gimnasio. Al fin era monitora.

Se sentó junto a Joan, que le estrechó la mano.

—¡Qué estupendo! —se alegró Joan—. Estoy muy contenta.

Dejamos a Elizabeth, sentada en la mesa de los monitores, soñando en las cosas buenas que podría realizar en el próximo curso. Era monitora. ¿Cómo imaginarse a la niña más rebelde de la escuela transformada en monitora?

«Seguro que haré cosas tontas aun siendo monitora —pensó Elizabeth—. Pero no importa, he logrado mi oportunidad y sabré hacer honor a la confianza depositada en mí».