Robert consigue una oportunidad
Todos los presentes se mostraban muy solemnes y graves. No se veía sonrisa alguna en ninguna parte. Todos dejaron de hablar cuando los tres profesores ocuparon sus puestos en el estrado, en sillas que el jurado se apresuró a poner a su disposición.
—El asunto se ha tratado abiertamente —dijo la señorita Belle—. Examinemos las quejas por separado. Primero se trata del abuso contra los pequeños. Bien. ¿Hemos tenido casos de abusos semejantes desde que sois jueces, William, Rita?
—No —respondió William—. Pero recuerdo que se dio un caso cuando yo asistía a cursos inferiores. Constará en el libro.
El libro era un registro de todas las quejas hechas por los niños y cómo los habían tratado y cuáles fueron los resultados. Sobre la mesa, había un gran volumen de color pardo lleno de párrafos manuscritos. Cada juez tenía que escribir un informe de las Juntas celebradas, pues la señorita Belle y la señora Best decían que alguna vez el libro podría ser de gran ayuda. William empezó a mirar en las páginas de atrás.
Al fin encontró lo que buscaba.
—Aquí está. Una niña, de nombre Lucy Roland, fue acusada de avasallar a los niños menores que ella.
—Sí, lo recuerdo —dijo la señorita Belle—. Léelo, William, y veamos cómo fue. Nos puede ayudar con Robert.
William leyó primero rápidamente para sí. Luego alzó la vista.
—Aquí dice que Lucy había sido hija única durante siete años y que luego tuvo dos hermanos mellizos, a los que sus padres dedicaban toda su atención, al igual que la niñera, de modo que Lucy se vio desplazada. Odiaba a los bebés, porque pensó que sus padres les daban todo el amor que siempre le habían otorgado a ella.
—Sigue —invitó la señorita Belle.
—No pudo hacer daño a los bebés porque nunca se quedaban solos —siguió William—. Por eso descargaba su disgusto y celos en otros niños. Siempre elegía los más pequeños, porque eran como sus hermanos.
—Y su hábito se fue incrementando hasta que ya no pudo evitarlo —intervino Rita—. Así es cómo se hacen los avasalladores, señorita Belle.
—Es uno de los problemas más comunes —afirmó ésta—. Pero ahora debemos averiguar si la falta de Robert es provocada por el mismo motivo.
Todo el internado había escuchado con el más vivo interés la discusión. Sabían lo que era un avasallador y a ninguno le gustaba.
Los niños observaban a Robert para comprobar si escuchaba. Y así era. Miraba a William y no se perdía palabra.
—Bien —intervino el señor Johns—. Veremos si Robert tiene algo que decir. Robert, ¿tienes hermanos o hermanas?
—Tengo dos hermanos, cinco y cuatro años más jóvenes que yo.
—¿Les querías cuando eran pequeños? —le preguntó William.
—No, no les quería. Acaparaban la atención de todo el inundo. Yo no existía. Luego me puse enfermo y nadie se preocupó de mí como antes. Comprendí que era debido a James y John, mis hermanitos. Desde entonces odié a todos los pequeños y empecé a pellizcarles y a ser malo con ellos. Imaginaba que eran James y John. No podía hacerlo con ellos porque nadie me lo permitía y me hubiera metido en un buen lío.
—Y así te convertiste en un abusón —le saltó el señor Johns—. Declaraste la guerra a los otros niños porque no podías desembarazarte de los dos hermanitos que tú creías habían ocupado tu puesto en la casa. Pobre Robert, te haces tú mucho más desgraciado de lo que haces a los demás.
—Bueno, la gente me ha llamado abusón desde los cinco años —dijo Robert sombríamente—. Así que pensé que no podía evitarlo.
—Sí puedes evitarlo —intervino la señorita Best—. Lo harás tan pronto comprendas cómo empezó tu mal hábito. Ahora que sabemos cómo Robert se transformó en un abusón, estoy segura de que ninguno de vosotros le culpará. Sencillamente fue mala suerte por tu parte. Tú no eres un avasallador, eres un chico comente, que se dedica a atropellar porque siente celos de sus dos hermanos pequeños. En cuanto te lo propongas podrás evitarlo y ser realmente tú.
—Recuerdo haber estado tremendamente celosa de mi hermanita —dijo Belinda—. Sé lo que sentía Robert.
—Y yo también —saltó Kenneth—. Es una sensación horrible.
—Bien, es muy natural —dijo la señorita Belle—. La mayoría de nosotros vencemos eso, pero algunos no lo consiguen. Robert no ha podido superarlo, pero ahora sí podrá, al saber claramente las causas. No es nada terrible, Robert. Sin embargo, ¿no te parece algo tonto que un muchacho de tu edad fastidie a Peter y a Leslie, sencillamente porque años atrás una sensación de celos creció en tu corazón contra tus dos hermanitos? Ya es tiempo de que dejes atrás todo eso, ¿no te parece?
—Sí, ciertamente —dijo Robert, sintiendo como si repentinamente la luz se hubiera encendido en la oscuridad de su mente—. En realidad no soy un abusón. Quiero ser amable con las personas y con los animales. No sé por qué soy todo lo contrario. Espero que me sea fácil cambiar. Lamento haber sido un bruto con los niños durante estos años. Temo que ahora nadie confíe en mí y me ayude.
—Sí, te ayudaremos —prometió Rita—. Es la gran virtud del colegio Whyteleafe: todos estamos dispuestos a ayudarnos. No hay chico ni chica de esta escuela que rehúse ayudarte, o darte la oportunidad de demostrar que tú eres completamente diferente de lo que hasta ahora ha parecido.
—¿Y Elizabeth? —preguntó Robert.
—Se lo preguntaremos —contestó Rita—. Elizabeth, ¿qué opinas tú de todo esto?
Elizabeth se levantó. Su mente era un torbellino. El avasallador no era tal avasallador, sino un chico que tenía una idea equivocada de sí mismo por algo que le había sucedido años atrás. Parecía muy extraño. ¿Era cierto? Ella no podía creer que Robert llegara a cambiar. ¿Y aquellas malas pasadas que les había hecho a ella y a Jenny?
—Bueno… —Elizabeth se detuvo—. Bueno, ayudaré a Robert si él quiere intentarlo. Todos me ayudaron a mí el pasado curso cuando fui desobediente, pero no puedo perdonarle sus malas tretas contra Jenny y contra mí. Considero que debe ser castigado por ellas.
—Repito que yo no las hice —saltó Robert.
—Alguien tuvo que hacerlo —intervino Rita—. Si Robert no lo hizo, ¿quién fue? ¿Es el culpable lo suficiente valeroso para denunciarse a sí mismo?
Nadie dijo una palabra. Kathleen se puso colorada, pero miró al suelo. Comenzaba a sentirse inquieta.
—William y Rita. No me creísteis cuando me quejé de Robert. Y tenía razón. No es justo que ahora no me creáis. Seguro que tengo razón.
Jurado y jueces deliberaron. Encontraban dificilísimo decidir. William habló.
—Bien, Elizabeth, puede que estés en lo cierto. No te creímos y esta vez no creeremos a Robert. Intentaremos ser justos entre vosotros dos. Puedes jugar el partido de mañana en vez de Robert. Nora nos ha dicho que te sentiste desilusionada al no ser seleccionada.
—Oh, muchas gracias —dijo Elizabeth estremeciéndose.
Robert se puso en pie. Su aspecto era mísero.
—Muy bien. Comprendo perfectamente que me ha llegado ahora el turno de ceder ante Elizabeth, dado que tuvo que pedirme excusas la otra vez cuando yo mentí. Pero digo y repito que yo no soy el autor de esas malas pasadas.
—No hablemos más de ello —dijo William—. Ahora, Robert, hemos acordado ayudarte. El señor Johns propone que te encargues de algo o de alguien, de modo que la amabilidad reemplace a la antipatía. Te gustan mucho los caballos, ¿verdad?
—Oh, si —contestó Robert, ansioso.
—Bueno, si bien a los de tu grado no les está permitido cuidarse de los caballos, vamos a sentar otra regla sólo para ti, Elegiremos dos caballos y estarán a tu cuidado. Los alimentarás, darás de beber y cepillarás. Cuando tu clase salga a cabalgar, puedes elegir a uno de los niños más pequeños para que monte el segundo caballo y tú le ayudes si puedes.
Robert escuchó como si no pudiera creer lo que oía. Cielos, elegir dos caballos para su especial cuidado. Dos animales que atender todos los días. Eso era algo que siempre había soñado. De todos los animales, los más amados por él eran los caballos. Los amaba con todo su corazón. Sentía que iba a llorar de alegría. Ya no le importaba no jugar el partido. No le importaba nada más. Se sentía un muchacho diferente.
—Muchísimas gracias, William —dijo con voz entrecortada por la emoción—. Puedes confiar en que cuidaré a los caballos y ten por seguro que elegiré a los chicos a los que más he fastidiado para que cabalguen primero.
—Sabíamos que harías eso —dijo Rita complacida—. Ya oiremos en la próxima reunión cómo te ha ido, Robert. A todos nos interesará saberlo.
—Yo iré contigo —gritó Peter, cuyo corazón generoso ansiaba ayudar a Robert.
—La reunión se da por finalizada —le anunció la señorita Belle—. Ha sido demasiado larga y ha pasado la hora de acostarse de los pequeños. Pero creo que todos nos sentimos esta noche como si hubiéramos emprendido algo grande y, de nuevo, niños, tenéis la oportunidad de ayudaros mutuamente. Es magnífico ser ayudado, pero es más fantástico, si cabe, ayudar.
—La asamblea ha terminado —gritó William, golpeando la mesa con su maza.
Los niños salieron en fila, graves, pero felices y satisfechos. Se había resuelto un difícil problema y se sentían complacidos.
Sólo una niña no se sentía feliz ni complacida. Y la niña, normalmente, era Kathleen. Robert había perdido su lugar en el equipo por culpa suya. Todos los niños del colegio iban a ayudarle, pero Kathleen le había acusado del daño. Se sentía muy desgraciada, ¿qué podía hacer ella?