Las jugarretas de Kathleen
Kathleen no cejó en su determinación de devolver la jugada a Elizabeth y a Jenny. Empezó a poner en práctica mezquinas tretas contra ellas y lo realizó todo tan inteligentemente que nadie pudo culparla.
Se deslizó al aula durante la hora del té, cuando no había nadie allí. Sabía que Jenny había hecho sus deberes de francés con mucho esmero y vio que los guardaba en su escritorio.
Sacó la libreta y la abrió. Mojó la pluma en el tintero y dejó caer tres grandes gotas sobre la página, agitando la pluma sobre ella.
Miró su obra. La página había quedado hecha un asco. Indudablemente Jenny se vería en apuros. Esperó que los manchones se secasen y luego cerró la libreta. Volvió a guardarla en el escritorio y corrió a la sala de juegos. Vio allí a Jenny y le lanzó una astuta mirada.
«¡Ah, la que te aguarda, Jenny! Mañana tendrás un sobresalto», pensó.
Elizabeth también estaba en la sala, poniendo en el tocadiscos una de sus piezas favoritas. Kathleen se preguntó qué podía hacerle.
Se sentó a reflexionar durante un rato. Luego, quedamente, se deslizó fuera de la sala. Se puso su abrigo. Estaba oscuro cuando se encaminó hacia la verja del jardín.
Se dirigió al cobertizo donde Elizabeth guardaba sus útiles de jardinería. John insistía siempre en que antes de guardar las herramientas había que limpiarlas hasta que brillaran. Elizabeth tenía un especial cuidado con esto, pues sabía que las herramientas bien conservadas funcionan mejor.
Kathleen cogió las herramientas, las llevó a un lugar donde la tierra estaba blanda y lodosa y las ensució cuanto pudo. Luego regresó con ellas al cobertizo y las puso en un rincón. Las enfocó con su linterna. Estaban llenas de barro. John se pondría furioso al verlas.
«Bien, pronto enseñaré a Jenny y a Elizabeth cómo se paga la mezquindad —se dijo Kathleen cuando regresaba para quitarse el abrigo—. Merecen ser castigadas. Han sido malas conmigo. Ahora yo lo soy con ellas. Se lo tienen bien merecido».
Regresó a la sala de juegos. No podía evitar sentirse victoriosa y ansiaba la llegada del nuevo día para contemplar cómo sus dos enemigas se veían en apuros.
La primera fue la pobre Jenny. Mademoiselle pidió a Kenneth que recogiera las libretas y Jenny entregó la suya sin abrirla. Mademoiselle ordenó una traducción y, mientras, abrió las libretas para corregir los ejercicios.
Cuando llegó a la de Jenny y vio los tres enormes manchones en la página, que cubrían algunas frases, alzó las manos, horrorizada.
—¿Qué es esto? —gritó—. ¿De quién es esta libreta?
Buscó rápidamente el nombre y miró sorprendida a Jenny.
—¡Jennifer Harris! ¿Cómo te atreves a presentar un trabajo así? ¡Inconcebible!
Jenny alzó la vista sorprendida. ¿Qué ocurría con su trabajo? Lo había realizado con todo esmero.
—Mademoiselle, ¿qué es lo que no está bien?
—¡Jenny! Que yo sepa, no eres una parvulita —gritó la profesora, alzando la libreta—. ¡Mira esta página! ¿Acaso no es un desastre? Sabes perfectamente que tenías que haber repetido de nuevo todo el trabajo. En esta clase no debe entregarse con manchones. Realmente me siento avergonzada de ti.
Jenny se quedó pasmada. Pero ella no había hecho aquellos borrones, luego no podía ser su libreta.
—No es mi trabajo, Mademoiselle, no puede serlo. No hice ningún borrón. Nunca hubiera presentado un trabajo así.
—¡Jenny, que no soy ciega como un murciélago! —gritó la señorita, empezando a excitarse—. Aquí leo tu nombre: Jennifer Harris. Ciertamente, sí es tu libreta. Y si tú no hiciste esos borrones, ¿cómo han llegado aquí? Los borrones no se hacen solos.
—Lo ignoro —respondió Jenny desolada y realmente intrigada—. De veras, Mademoiselle, y lo siento mucho. Haré el trabajo otra vez.
—Y de ahora en adelante sé más cuidadosa —aconsejó la profesora calmándose.
Jenny, abatida e intrigada, intentó pensar de qué modo misterioso habían ido a parar allí las manchas, sin que ella lo advirtiera. Quizás al cerrar la libreta.
Kathleen gozó entusiasmada del éxito de su artimaña. Le gastaría alguna otra a Jenny muy pronto. Aquella tarde todos disponían de media hora para irse de paseo, practicar el lacrosse o dedicarse a la jardinería. Elizabeth eligió el jardín. Quedaba un trocito que no había podido acabar el día anterior.
Llamó a John, que ya trabajaba. Él no parecía nada contento.
—Elizabeth, tú viniste a cavar ayer, ¿verdad?
—Desde luego —respondió ella, deteniéndose a su lado—. Utilicé casi todas mis herramientas para el trabajo que realicé. ¿Qué pasa, John? Pareces enfadado.
—Lo estoy. Coge tus utensilios y verás el motivo.
Elizabeth no comprendió. Se precipitó al cobertizo y se detuvo sorprendida y desanimada cuando vio sus herramientas. Estaban llenas de barro. Ninguna brillaba con destellos plateados como cuando ella las dejó. Eso sí que resultaba extraordinario.
Salió afuera llevando consigo los útiles.
—John, estoy segura de que las limpié como de costumbre antes de dejarlas.
—No debiste hacerlo —contestó John con frialdad—. Las herramientas no se ensucian solas, Elizabeth. Sé cuidadosa.
—¡Lo soy de sobra! —gritó ella—. Y mi memoria me dice que las limpié y sé que lo hice. No es culpa mía que estén sucias ahora.
—Bueno, no discutamos. Te tendría en mejor concepto si reconocieras que te olvidaste de hacerlo. Pero sé que admitir que has hecho una cosa mal no entra en tu modo de ser.
—¡John! —gritó Elizabeth, alarmada—. ¿Cómo puedes hablar así de mí? Nunca he dejado de reconocer mis errores o mis despistes. Tú lo sabes. Repito que yo sí las limpié.
—Bueno, bueno, quizá se salieron solas del cobertizo y cavaron por su cuenta y luego olvidaron lavarse y peinarse. Dejémoslo correr.
Los dos niños cavaron en silencio. Elizabeth estaba intrigada, abatida y enojada. Odiaba la idea de que John no la creyera y, no obstante, estaba convencida de que las había limpiado.
Resultaba muy desagradable que John estuviese enojado con ella.
—John —dijo al fin—, realmente estoy segura de que las limpié, pero si realmente me olvidé, lo siento mucho. Nunca me había olvidado de hacerlo. No volverá a suceder.
—Bien, Elizabeth —dijo al fin el muchacho, alzando sus honrados ojos.
Elizabeth le devolvió la sonrisa. Pero en lo íntimo de su corazón seguía intrigada.
Kathleen permanecía oculta cerca del jardín para ver qué sucedía. La satisfizo observar que John se enojaba con Elizabeth. Se alejó planeando alguna nueva treta para ponerla en apuros. ¿Qué haría ahora? Quizá pasados unos días volvería a ensuciar sus herramientas. Prefería no repetirlo demasiado pronto; así no sospecharían de que se trataba de una jugarreta. Al fin decidió coger dos o tres libretas de Elizabeth y ocultarlas en alguna parte. La señorita Ranger se enojaría si no las encontraba. En cuanto tuvo ocasión, Kathleen entró furtivamente en la clase y se fue al escritorio de Elizabeth. Cogió la libreta de ejercicios de geografía, la de aritmética y la de historia. Salió de la estancia y se fue al aparador exterior. En lo alto se guardaban mapas viejos. Kathleen, en pie sobre una silla lanzó las libretas hacia lo alto, entre los mapas. Nadie la vio. Rápidamente dejó la silla en su sitio y se alejó.
¿Y qué podía hacerle a Jenny? La traviesa chiquilla frunció el ceño. No tardó en aflorar una sonrisa a sus labios. Cogería dos ratoncitos blancos y los colocaría en el escritorio de la señorita Ranger. ¡Eso sería fantástico! Sin duda la profesora tensaría que había sido la propia Jenny.
Kathleen tuvo que esperar hasta el día siguiente. Planeó hacerse con los ratones antes del desayuno. Nadie andaría por allí entonces. Aquella noche pensó en lo que diría la señorita Ranger cuando abriera el escritorio y encontrara los roedores.
Se levantó temprano. Nora se sorprendió, pues Kathleen era de las últimas en salir.
—¡Hola! ¿Has decidido ser más diligente? —le preguntó.
Kathleen no respondió. Se deslizó escaleras abajo cinco minutos antes de que sonara el timbre y corrió al gran cobertizo donde se guardaban las mascotas. Llevaba consigo una cajita y sólo precisó de un segundo para coger dos de los diminutos ratoncillos y pasarlos a su caja. Luego corrió a la clase con ellos. Alzó la tapa del escritorio de la profesora y los dejó allí.
¡Vaya sorpresa se iban a llevar la señorita Ranger y la propia Jenny dentro de poco!